EL PAíS
› OPINION
Los votos de Kirchner
› Por James Neilson
Cuando el siglo XX reptaba hacia su final nada alentador, un radical aburrido llamado Fernando de la Rúa se alzó con la presidencia por representar la ilusión de una alternativa presuntamente progre al país real que en aquel entonces se calificaba de menemista. Para la UCR, aquella victoria “épica”, en teoría decisiva, fue un desastre: la UCR, desgarrada por sus reyertas internas, la hostilidad del caudillo reinante hacia un hombre que creía su subalterno y la inutilidad de sus dogmas, no tardó en transformarse en un montículo de escombros. El domingo, otro político oscuro, Néstor Kirchner, logró entrar en el ballottage y, puesto que su adversario es Carlos Menem, podría ganarlo por un margen muy amplio. Sin embargo, como pronto descubrió De la Rúa, el no ser Menem puede servir para triunfar en una elección pero de por sí no constituye un programa de gobierno. Además, si bien el eventual presidente podrá conseguir muchísimos votos el 18 de mayo, su base personal se limitará al poco más del 20 por ciento que acaba de recibir y que de todos modos comparte con Eduardo Duhalde y Daniel Scioli. ¿Podrá sobrevivir cuatro años en la Casa Rosada? Si a diferencia de De la Rúa se aferra al jefe del movimiento en teoría gobernante, se ahorrará algunos problemas políticos pero tendrá que permanecer fiel al duhaldismo, o sea, subordinar todo a las exigencias insaciables de los caciques del Gran Buenos Aires. Si trata de independizarse, quedará sin más apoyo que el suministrado por sus amigos de Santa Cruz.
Le guste o no le guste, a Kirchner le ha tocado defender los intereses de una de las partes más obtusas de la clase política tradicional. Duhalde ha podido postergar la hora de la verdad bicicleteando todos los problemas más engorrosos, pero con cuatro años por delante Kirchner no podrá darse el mismo lujo. Además, como De la Rúa, sólo contará con el respaldo de una pequeña minoría: sus votos serán ya prestados en el caso de los proporcionados por el caudillo partidario, ya negativos en el de quienes suponen, con razón o sin ella, que por lo menos no será otro Menem. Así las cosas, sería una sorpresa mayúscula que el gobierno que confeccione Kirchner –personaje que de “nuevo” tiene menos que el ex presidente radical– no resulte ser tan precario como el delarruista, y una todavía mayor que, con la ayuda del siempre pragmático Roberto Lavagna, consiguiera armar para después poner en marcha una estrategia adecuada para la Argentina que efectivamente existe sin verse acusado de traicionar al jefe, al peronismo y a su propio discurso de campaña.