EL PAíS › OPINION
› Por Matías Landau *
El desafío lanzado por Moyano al gobierno nacional dista mucho del conflicto con las entidades empresarias rurales, que puso en vilo al país durante varios meses en 2008. Pero hay un elemento común: tanto antes como ahora la puja no se origina en problemáticas ligadas a la pobreza o la desocupación, sino en otras asociadas con el tipo y monto que una parte de la población debe aportar a las arcas públicas. En ese entonces fueron los derechos de exportación; en este caso el Impuesto a las Ganancias. Dos tributos muy diferentes, por supuesto, pero que interpelan de igual forma a la sociedad a reflexionar sobre el modo en que los distintos sectores se vinculan con el resto a través del pago de sus obligaciones impositivas. En los últimos días, varios análisis posaron su mirada sobre los elementos técnicos de un impuesto cuyo cobro es complejo, debido a que su cálculo depende de muchas variables. En estas líneas dejaremos ese aspecto para los especialistas y propondremos una reflexión más amplia.
La concepción más extendida en nuestro país sobre el pago de impuestos está basada en el presupuesto de que todo aporte por esa vía es una forma de “regalarle” dinero al Estado, sin percibir ningún beneficio a cambio. El 19 de junio, el diario La Nación publicó un informe del Instituto Argentino de Análisis Fiscal sobre la presión impositiva, bajo el título “Hasta hoy, un trabajador sólo ganó para pagar los impuestos”, y aclaraba en la bajada: “Tras 171 días, quienes cobran seis mil pesos se liberan de esa carga; los sueldos más altos, el 9 de julio”. Por si fuera poco, en la nota se señalaba que un trabajador en relación de dependencia, con un sueldo promedio, “cuando se levante esta mañana, prepare su desayuno y parta a cumplir su tarea, por primera vez en el año se habrá liberado de la carga tributaria que le impone el Estado. Desde el 1º de enero pasado hasta ayer, sólo trabajó para pagar los impuestos; a partir de hoy, empezará a hacerlo para su bolsillo”. Con el conflicto con Moyano ya en marcha, una conductora radial invitó a dos camioneros al estudio para conocer cuánto ganan y cómo viven. Los trabajadores reconocieron que en los últimos años sus sueldos se habían “despegado” de otros que hasta hace poco cobraban cifras cercanas. Sin embargo, estaban en contra del Impuesto a las Ganancias porque, según sus palabras, “no queremos trabajar para la AFIP”.
Como vemos, en ambos casos se percibe una relación entre el individuo que aporta y el Estado. Esta relación, además, es mutuamente excluyente: o se trabaja para sí mismo o se lo hace para el “Estado” o para la “AFIP”. Sin embargo, la relación que establece la carga impositiva no es sólo entre individuo y Estado, sino que este último no es más que un mediador entre el individuo y la sociedad. Y ello en un doble sentido: primero, en relación con los sectores más desfavorecidos, que reciben una transferencia de ingresos de los sectores más pudientes, vía planes sociales, Asignación Universal por Hijo, jubilaciones. Segundo, en relación con la totalidad de la sociedad, a través de políticas activas que promuevan, por ejemplo, servicios públicos u obra pública. Es por ello que cuando uno paga impuestos, no paga para el Estado ni para los “pobres”, sino que también lo hace para sí mismo.
A través de los impuestos se puede desarrollar la solidaridad social, entendida como la posibilidad de generar los mecanismos que permitan que la sociedad se mantenga integrada y los riesgos propios de los sistemas capitalistas puedan ser resueltos en forma colectiva y no individual. Pero para ello es preciso que la sociedad perciba esta relación, que no es ni directa ni inmediata. Esta sólo puede sustentarse en la existencia de un sistema tributario que la sociedad evalúe como justo, ya que ello favorece una cultura impositiva solidaria y un Estado eficiente, que desarrolle políticas públicas que permitan observar el círculo virtuoso entre pago de cargas impositivas e integración social. Cuando ello sucede, la evasión impositiva es un pecado que se calla o se oculta. Cuando, como en nuestro país, la percepción de la relación impuestos-solidaridad social es extremadamente débil, pagar impuestos es “tirar la plata” y evadirlos, una “avivada” necesaria que permite que el Estado no se “robe” la plata de uno.
En Argentina el neoliberalismo contribuyó a fortalecer una imagen antitética a la de percibir los impuestos como vehículo de solidaridad social: la coexistencia de un sistema tributario injusto y de un Estado corrupto al servicio de los poderosos ha servido como excusa perfecta para quienes promueven la idea de que todo lo que uno paga en impuestos es dinero tirado. El kirchnerismo ha contribuido a que las principales concepciones neoliberales vayan cediendo terreno en gran parte de la población, que valora las medidas de intervención estatal en la economía, recuperación de empresas públicas, reconstrucción del sistema público de jubilaciones, etc. En otras palabras, ha vehiculizado cierto resurgimiento de un discurso social que había quedado olvidado. Sin embargo, no ha logrado articular estas ideas con la de la necesidad de desarrollar una nueva cultura tributaria. Es verdad que es poco lo que se puede hacer si no se discute a fondo el sistema impositivo. Si ello no se hace, se da la situación de una población que aprueba las medidas sociales al mismo tiempo que postula que su aporte a ellas es injusto. Para profundizar la solidaridad social, por lo tanto, sería bueno comenzar a discutir estas cuestiones.
* Sociólogo, investigador del Conicet.
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