Sáb 30.06.2012

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

Este camión perdió los frenos

› Por Luis Bruschtein

El palco de Moyano del miércoles fue una expresión de las expectativas heterogéneas que despierta su deriva. El camionero no ejerce derecho de admisión y como político no le hace asco a nada, lo cual no es indicio del rumbo que va a tomar, sino del que quiere que tome un sector de viejos enemigos del kirchnerismo, desde una izquierda que nunca se cansó de fusilarlo hasta una derecha peronista que siempre lo despreció por impresentable.

Algunos de los dirigentes que circularon fueron Aldo Rico, Vilma Ripoll, Pino Solanas, Cynthia Hotton, Mario Cafiero, Carlos Brown, Juan Carlos Alderete y Enrique Thomas. La gente de Luis Barrionuevo se cruzó así con las filas del MST o de Barrios de Pie, aliados al socialismo santafesino. Por supuesto que en esa heterogeneidad, el color predominante fue el verde de los camioneros, porque los demás agrupamientos se limitaron a cumplir para marcar presencia. No había grandes contingentes ni de la izquierda ni de otros gremios y en esa heterogeneidad, la soledad de Moyano quedaba más en evidencia.

Hay un sector de la izquierda que tiene una larga tradición de oponerse a los procesos de cambio reales en el país. Siempre han preferido confluir en heterogeneidades de ruptura con los procesos de cambio, como los grupos que participaron en los actos que convocaba la Sociedad Rural no hace tanto o los que se aliaron al antiperonismo en el ’55. Los diputados del peronismo disidente que subieron al palco de la mano del Momo Venegas representan a un duhaldismo desflecado y al pejotismo neoliberal de Francisco de Narváez.

El miércoles era claro que Moyano estaba haciendo una demostración de fuerza. Era claro que las consignas del Impuesto a las Ganancias o de las asignaciones familiares tenían una relevancia secundaria en la convocatoria. Moyano venía de dos intentos frustrados, con un paro de camioneros que debió levantar porque hubiera empujado a toda la sociedad en su contra y una ruidosa convocatoria televisiva al paro que terminó convirtiéndose en una parodia lamentable y perjudicó su imagen. El paro del miércoles tenía que subsanar esos tropiezos y eso estaba claro para los dirigentes que asistieron.

La excusa de que asistían porque compartían las consignas resultó hasta ingenua, porque era muy claro el contexto. De todas maneras, en todos los sectores de la oposición que siempre han detestado a Moyano, su nuevo alineamiento ha despertado expectativas simplemente por la capacidad de daño que pueda desplegar el camionero contra el Gobierno.

Pero se equivocan los que esperan señales de un lado y de otro porque en realidad el futuro del gremialista resulta una incógnita en este momento. El dirigente camionero empezó a transitar por un camino que tiene acechanzas y dificultades y que en principio lo deja más débil que cuando asumió como secretario general de la CGT en el 2003 con el respaldo del gobierno kirchnerista.

En ese momento, Moyano tenía una construcción fuerte. Con el Movimiento de los Trabajadores Argentinos (MTA) había confrontado con el menemismo de la misma manera que lo estaba haciendo la CTA desde antes. La mayoría de los gremios del transporte rodeaban a Moyano en el MTA. Sin embargo, esa estructura no le alcanzaba para ocupar la secretaría general de la central obrera. Pero en el 2003, con esa construcción propia, más el respaldo de Néstor Kirchner, el camionero pudo reunir la masa crítica que necesitaba.

Ahora perdió el respaldo del Gobierno y en esa confrontación también se fue desflecando el viejo MTA del que se alejaron, por ejemplo, gremios como la UTA y taxistas. En ese contexto, su permanencia –en un lugar indiscutido, legítimo como hasta ahora– al frente de la CGT será más difícil y lo más probable es que cuando insista en dirigir la central, se produzca una ruptura.

Frente a ese escenario que se anuncia para el congreso de la CGT del 12 de julio, Moyano necesitaba imperiosamente una gran demostración de fuerza que exhibiera un masivo respaldo a su persona. Pero después de ocho años, casi nueve, Moyano aparece con menos fuerza que cuando asumió en la CGT en el 2003, e incluso menos fuerte que antes de ese momento, cuando encabezaba un vigoroso MTA. Y además es un Moyano cuyas adhesiones todavía van a sentir aún más la presión del aislamiento y la pérdida de interlocutores. Porque muchos de los que lo respaldan, incluso entre sus dirigentes más fieles, no se sienten cómodos en una disputa abierta con el gobierno que nacionalizó YPF y Aerolíneas, que reinstaló las paritarias y que está desarrollando políticas muy fuertes en defensa del empleo.

En el sendero que parece haber elegido es más fácil que se encuentre con dirigentes como el Momo Venegas o Luis Barrionuevo, junto a los que el mismo Moyano es el que no se siente tan cómodo, pese a la amistad que mantiene desde hace muchos años con el jefe de Uatre. Son dirigentes que difícilmente puedan encuadrarse en un proyecto que no encaje con sus lógicas históricas. Venegas está atado a una coexistencia conciliadora con una patronal muy enfrentada al Gobierno por las retenciones y Barrionuevo no es bien recibido en casi ningún lugar.

Para diseñar una estrategia es esencial la evaluación de las fuerzas contrarias, la de los posibles aliados y la de la fuerza propia. Incluso ese balance es necesario para manejarse en el seno de una alianza. De esas conclusiones surgen las reglas de juego. Si el destino de Moyano no aparece con tanta claridad es porque se equivocó en alguna de esas evaluaciones. Prácticamente ninguno de los grupos políticos o los dirigentes que se alejaron del Gobierno ha podido crecer y desarrollar una representatividad superior. Por lo general, se equivocaron al sobrevaluar su propia fuerza y subestimar la del Gobierno. Algunos creyeron que el kirchnerismo se terminaría hace mucho y dieron un salto al vacío perdiendo gran parte o toda la gente que los seguía. Este fenómeno se produce porque el Gobierno cubrió el espacio que proyectan sus políticas. Más allá de que se esté de acuerdo con ellas o no, lo real es que los intentos por generar espacios por fuera del Gobierno con políticas nacionales, populares y progresistas han tenido hasta ahora poco resultado. La excepción a esa descripción han sido fuerzas previas al kirchnerismo, pero que quedaron muy circunscriptas a los espacios que habían ganado anteriormente.

Cualquier apuesta que funcione en ese sentido solamente puede sostenerse a partir del deterioro del kirchnerismo. No existe punto intermedio. Y atar el crecimiento propio al deterioro de otro es una apuesta que no ofrece ninguna garantía, y menos con el kirchnerismo, que ha demostrado una llamativa capacidad de sobrevivencia ante situaciones que acabaron con muchos otros. Esa sobrevivencia es la expresión de que se trata de una fuerza que ha encontrado un espacio en la sociedad, que ha llenado un hueco, por lo que, más allá de que gane o pierda elecciones, mantendrá identidad tanto dentro del peronismo como fuera de él.

En este momento, hacer depender el crecimiento propio del deterioro del kirchnerismo es una encerrona. Por lo menos es así ahora. Porque al no producirse ese deterioro los espacios que puedan quedar a Moyano son acotados y ya tienen dueño, como quedó demostrado cuando quiso utilizar los medios a su favor al anunciar el paro por TN y el resultado fue que los medios lo usaron a él. La otra es imaginar una fractura en el conglomerado que sustenta al gobierno kirchnerista cuando llegue el momento de disputar las candidaturas para el 2015. Pero hasta ese momento, que nadie sabe si sucederá realmente, deberá atravesar un largo camino que puede condenarlo a la soledad.

Es cierto que Moyano es un líder indiscutido para su gremio y para gran parte de la base social que se movilizó el miércoles en la plaza. Pero esa multitud, así como se expresaba fervorosamente moyanista, no tenía para nada una carga antikirchnerista. Había una disociación entre el discurso fuertemente antikirchnerista de Moyano y el clima que había en la multitud. Si esa contradicción se produce en su base más fiel, a medida que se abre el círculo de simpatías a su persona, la carga del kirchnerismo también es más fuerte. No es tan fácil dar una vuelta de timón después de ocho años de respaldar a un gobierno y los que le antecedieron perdieron gran parte de su base social cuando se fueron. Pero la decisión de Moyano parece que no tiene marcha atrás, pese a los esfuerzos de algunos de sus dirigentes más cercanos. Y será una decisión que, en principio, lo debilitará fuertemente.

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