EL PAíS › OPINION
› Por Martín Granovsky
Los miembros plenos del Mercosur redondearon algo que los presidentes de Brasil, la Argentina, Uruguay y Paraguay ya habían resuelto: le pusieron fecha a la incorporación de Venezuela al Mercosur como el quinto miembro del grupo con todos los derechos y obligaciones. La diferencia es que esta vez de la decisión no participó Paraguay porque, justamente, tiene suspendidos parte de sus derechos y obligaciones. Hasta ahora era el Senado paraguayo el que frenaba la integración de Caracas como la única de las ocho cámaras legislativas de los cuatro miembros plenos que ponía bolilla negra a la ratificación del acuerdo firmado por la presidencia.
Sin embargo, la decisión de sumar a Venezuela excede en mucho la crisis paraguaya.
Por lo pronto los dos países grandes, Brasil y la Argentina, imaginaron la entrada venezolana cuando aún gobernaban Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner.
Se trata de la tercera economía de Sudamérica, cierra un bloque en el extremo sur y el extremo norte del continente, contribuye a la solidez energética en su carácter de miembro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo y no presenta obstáculos comerciales porque no tiene firmado ningún tratado de libre comercio con terceros países como es el caso de Colombia y Perú respecto de, entre otros, los Estados Unidos.
La fecha elegida, 31 de julio, ya en plena presidencia pro tempore de Brasil sobre el Mercosur, tendrá incidencia política. Venezuela adelantó dos meses las elecciones presidenciales programadas inicialmente para diciembre y las celebrará en octubre, es decir a menos de tres meses de su entrada como miembro pleno del Mercosur. Será difícil que la oposición venezolana construya parte de su campaña electoral endilgándole a Hugo Chávez una política de aislamiento internacional. De paso, la cercanía entre el 31 de julio y las elecciones de octubre fortalece políticamente a Chávez. Más aún: por su cáncer, Chávez necesita ejercer demostraciones de poder lo más cerca posible de las elecciones. Y un encuentro internacional en Río de Janeiro con Dilma Rousseff de anfitriona podría funcionar como un modo más de construcción política regional para el actual presidente venezolano. No es que la movida defina las elecciones. Como lo demostró, por si hiciera falta, la crisis paraguaya, las intervenciones políticas externas pueden ser preventivas o disuasivas sólo como añadido de una realidad interna. La que manda es ésta. Acaba de corroborarlo la solución de la sublevación policial boliviana. Evo Morales, con poder político, decisión, apoyo parlamentario y construcción propia pudo encontrarle la vuelta y negociar el fin del conflicto. A Fernando Lugo, en cambio, le resultó imposible frenar el último intento de juicio político y llegó la destitución.
Una teoría sobre Venezuela es que Brasil y la Argentina ejercen la tutela sobre Chávez, una suerte de hermanito descarriado que necesita de la moderación de los mayores. Es cierto que a ninguno de los dos países le causan simpatía, por ejemplo, el costado cariñoso de los contactos de Venezuela con el régimen iraní. Pero ni Buenos Aires ni Brasilia pretenden entrometerse en los asuntos internos de Venezuela. También es cierto, al mismo tiempo, que la integración genera lazos capaces de promediar actitudes. Que una Venezuela más conectada física, económica y políticamente al resto de Sudamérica podría hacer que su gobierno pensara algunas jugadas más de una vez antes de concretarlas. De hecho, ese tipo de temas suele ser parte de conversaciones íntimas y sinceras entre los presidentes. Antes, con Lula y Kirchner. Ahora, con Dilma y Cristina.
Un papel clave cumplirá Alí Rodríguez, varias veces ministro de Chávez, ex secretario de la OPEP y flamante secretario de la Unión Suramericana de Naciones, donde sucedió a un movedizo mandato de la colombiana María Emma Mejía. Rodríguez dijo a este diario que Sudamérica debe unirse en defensa de sus recursos naturales y en busca de mayor desarrollo y niveles más amplios de justicia. Estos días lo asesora en la Unasur el argentino Rafael Follonier, que cumplió las mismas funciones cuando Kirchner medió entre Colombia y Venezuela y evitó una guerra, en 2010, y mantiene su rango de secretario de Estado en la Casa de Gobierno.
Sudamérica, por lo que se ve, aún tiene cartas que jugar en medio del huracán de la economía mundial. Tantas que ni siquiera el desplazamiento ilegal de Lugo y su reemplazo por Federico Franco fueron capaces de arruinar el juego.
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