EL PAíS
› OPINION
¿La venganza será terrible?
› Por Eduardo Aliverti
La noticia más emblemática –e inadvertida– a propósito de cómo están echadas las cartas para la segunda vuelta electoral la produjo el jefe del Ejército, en Córdoba, el martes pasado.
Dijo Ricardo Brinzoni que ni las Fuerzas Armadas en general ni el Ejército en particular están en condiciones de salir a la calle para combatir a la delincuencia. Aclaró que hablaba “a título personal” y que no opinaba sobre “cuestiones políticas”, pero ya era tarde. Nadie que esté medianamente cuerdo deja de percibir que la frase del jefe castrense es la respuesta a Carlos Menem, quien se pasó toda la campaña avisando que sacaría a los militares de los cuarteles para enfrentar la violencia urbana. Es muy probable que Brinzoni esté de acuerdo con la propuesta del sultán de La Rioja, lo cual importa un pito. Lo único importante es que ni más ni menos que el jefe del Ejército también optó por despegarse del candidato Menem, y que tampoco a nadie se le puede ocurrir que lo hizo por prolijidad constitucional, porque Brinzoni lleva en sus alforjas una buena lista de barbaridades, hechas y dichas, que no lo erigen precisamente en un paladín de la democracia. Dijo lo que dijo porque un elemental sentido de cálculo debe de haberle aconsejado que ni siquiera a los militares les conviene guarecerse bajo un perdedor irreversible como Menem, por mucho que en la intimidad deseen que el riojano gane por escándalo la segunda vuelta.
Todo indica que la paliza será al revés y que el ex presidente puede sufrir una derrota humillante, capaz de oscurecer su autopretendido invicto electoral. Pero también parece estar claro que, dadas las circunstancias, la magnitud del fracaso menemista tendrá relación directamente proporcional con la debilidad de su adversario (entendiéndose por tal cosa a la figura de Néstor Kirchner, al aparato bonaerense de Duhalde, al conjunto de argentinos unidos por el espanto, o a todo eso junto). Menem “preside”, aún más que en la primera ronda, la dialéctica de lo que ocurrirá el 18 de mayo: la gran mayoría de la población votará por él o contra él, sin importar casi en absoluto la propuesta programática de su contendiente que, además, no existe más allá de un grupo de frases de circunstancia. Menem es monstruoso, desde ya, pero su contendiente jamás pudo quebrar la imagen de ser un invento temporario de Duhalde para sacarse de encima a su “enemigo”. Kirchner fue el descarte después de Reutemann y De la Sota, y nada o muy poco más. Fue él como pudo ser cualquiera que hubiera servido al interés concreto de la necesidad concreta. Y es incluso el propio santacruceño quien ratifica, en estos días, aquel carácter anémico y anómico de su andar ideológico. No habla con casi nadie y cuando lo hace no se le cae una idea. Lo suyo es la plancha absoluta, tanto o más que De la Rúa en el ‘99, en la completa seguridad de que no tiene sentido arriesgarse a nada contra un tipo, Menem, al que hoy por hoy pareciera que ni el tiro del final le va a salir. Como jugada político-especulativa es irreprochable, pero convéngase que huele como muy posible el hecho de que no sea así sólo por eso sino –y hasta fundamentalmente– porque no tiene(n) nada para decir como no fuere hacer el repaso de la tragedia que significó Menem.
Es muy desagradable coincidir con un correveidile como el turco Asís, ¿pero cómo se hace para no coincidir con él cuando afirma que “esta sociedad pasa así como así de la menemdependencia a la menemfobia”? ¿Cómo se hace para rebatir que el registro de ese humor social es el único conductor de estas elecciones y, como tal, casi lo único que tienen en la cabeza el candidato, los dirigentes y los ciudadanos “menemfóbicos”? Un notable analista argentino de política internacional le dijo a este periodista: “¿Sabés qué? El domingo lo voto a Kirchner y el lunes ya estoy puteándolo”.
Tomemos esto último. Y obviemos que si se llegó a esto, que no es una elección sino una opción, y encima horrible, es porque ni esta sociedad ni sus dirigentes presuntamente progresistas supieron construir una alternativa. Muy bien. Ya está. Como quiera que haya sido las boletas son las que son. Drácula o Frankenstein, dijo alguien y también es difícil desmentirlo. Y entonces uno opta por Frankenstein. Efectivamente: al día siguiente uno ya está en contra. Pero, ¿qué va a significar estar en contra? ¿Significará que después de aplastar al peligro supremo se buscará articular, aglutinar, organizar, proyectar, proponer, ideologizar, animarse, politizarse? Siguen los verbos. ¿O significará seguir en la platea, e incluso continuar ganando la calle pero en decenas de átomos dispersos, para más tarde o más temprano asistir o protagonizar el estallido de la Alianza versión II con (!!!) la perspectiva de que el mostrenco a derrotar el domingo 18 reaparezca bajo las estrofas del “yo les avisé”?
Sólo entre septiembre y diciembre de este año vencen 6 mil millones de dólares de intereses de la deuda. Kirchner todavía no habrá asumido y ya estarán las empresas privatizadas exigiéndole el reajuste de las tarifas. El dólar se cae porque se importa poco y nada, porque hay default, porque hay tasas por las nubes y porque en consecuencia hay más oferta que demanda, pero en algún momento habrá que decidir si se opta por pagar esa cuenta que dejó Menem y Kirchner manda llamar otro helicóptero; o si en efecto se apuesta por un modelo autónomo que requerirá de una enorme convicción y movilización populares para aguantar las presiones del establishment local y extranjero (en una etapa histórica, como si fuera poco, de agresividad norteamericana a escala criminal). Si fuese esto segundo, ¿quién lo lidera? ¿Kirchner? ¿Duhalde? No suena, la verdad. Pero eso podría importar menos que la conciencia y la determinación del pueblo para asumir, de una vez por todas, que no se puede estar en misa y procesión al mismo tiempo. Esa fantasía es la que llevó al triunfo de la Alianza hace apenas algo más de tres años, en el delirio de que era posible un modelo como el menemista pero sin corrupción. No sin corrupción de menudeo (María Julia, Alderete, la leche de Vicco, Amira, los guardapolvos de Bauzá), sino intrínseca al modelo mismo (el uno a uno para garantizar el remate del país, el despilfarro financiero, la destrucción del empleo).
Los argentinos pueden estar a punto de repetir ese error terrible.
No (puede concederse) por votar a Kirchner.
Por esperar sentados, desconcientizados y desorganizados a que un “otro”, que les capta el humor, venga a resolverles sus contradicciones.