EL PAíS
› OPINION
El cambio postergado
› Por James Neilson
En el fondo, lo que importa son los detalles, los relacionados con la eficacia de las empresas y de las reparticiones públicas, con la capacidad administrativa de los encargados de conseguir ciertos objetivos y con otras cosas a menudo aburridas pero que, sumadas, suelen significar la diferencia entre un país próspero y aceptablemente equitativo y otro hundido en la miseria generalizada. Sin embargo, a los políticos nunca les ha gustado tener que prestar atención a estos asuntos engorrosos porque en tal caso no podrían seguir colonizando el Estado con militantes, amigos y familiares. Peor aún, ellos mismos serían juzgados no por sus intenciones declaradas, que suelen ser elogiables, sino por los resultados que, como sabemos, han sido atroces.
Hace casi un año y medio, pareció que por fin “la gente” se había dado cuenta de que le convendría volver a comenzar de nuevo, por decirlo así, exigiéndoles a sus “dirigentes” que prestaran atención a lo que efectivamente hacen en nombre de la comunidad, pero sólo se trataba de un susto. Si bien “político” no ha dejado de ser una mala palabra, el sueño de reemplazar a los especímenes existentes del género con otros que, sería de esperar, resultarían ser un tanto mejores ya se ha disipado. Según parece, la ciudadanía se ha resignado a un destino gris: en 1999, se las ingenió para convencerse de que Fernando de la Rúa no era el personaje opaco que había conocido durante años, pero en esta ocasión virtualmente nadie se ha arriesgado afirmando que dentro de Néstor Kirchner está un dirigente con cualidades nada comunes.
Para luchar contra el cambio, los políticos tratan de obligar a la sociedad a pensar en términos ya de personalidades, ya de vaguedades es de suponer ideológicas, cuando no cuasi teológicas. Aunque estas últimas sólo preocupan a un minoría nostálgica, la noción de que ciertos individuos encarnan el mal y que castigarlos servirá para que la sociedad recupere su inocencia prístina dista de haber perdido su vigencia. Todo hace prever que el domingo Carlos Menem, el astuto, será el protagonista involuntario de un auto-da-fé electoral que supuestamente eliminará algunos elementos perversos pero que en verdad sólo los forzará a mudarse a otra parte. ¿Y después? Y después las cosas seguirán como antes al entregarse los políticos y sus amigos a las luchas internas por pedazos del botín, asegurando así que tenga que transcurrir mucho tiempo más antes de que por fin el país pueda hacer frente a sus problemas concretos que, huelga decirlo, tienen más que ver con los detalles que con personajes o doctrinas.