EL PAíS
› OPINION
El museo y las cerezas
› Por Julio Nudler
Cuando en enero de 2004 el presidente de la Argentina viaje a la consabida reunión del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, la cuna de sus antepasados, se encontrará con una grata sorpresa: en esa villa alpina lo estará aguardando el Kirchner Museum. Se trata del museo que alberga la obra de Ernst Ludwig Kirchner, un pintor expresionista que vivió entre 1880 y 1938. Será interesante ver qué sensación experimentará el santacruceño al verse ante un frontispicio que quizá le parezca esculpido en su homenaje.
Sea el de un político o el de un pintor, el apellido Kirchner remite a Kirche, o iglesia en alemán, y debería significar algo así como sacristán o encargado de cuidar o guardar una iglesia. Pero eso habrá sido alguna vez, porque hoy es un término posible pero no utilizado. Por lo que puede verse en los buscadores de Internet, hay muchísimos interesados en establecer la genealogía de este apellido, relativamente común pero irremisiblemente esquivo.
Sin ir tan lejos, convendría advertir que en la Argentina se ha extendido una pronunciación incorrecta. En lugar de nombrarlo como “kirjner”, es frecuente que al santacruceño se le endilgue un “kirshner”. De esa manera, la raíz de su apellido sufre una significativa mudanza: deja de ser Kirche (como se ha dicho, iglesia) para pasar a ser Kirsche, que significa cereza (y si se quiere guinda), así como Kirschbaum designa al cerezo. Si el significado de Kirchner es algo enigmático, el de Kirschner es absolutamente inexistente.
El señor K. –puede discutirse si esa designación proviene de Kafka o de Brecht– probablemente se tropiece en algún momento (¿por qué no en Davos, ante el portal de Kirchner Museum?) con Horst Köhler (otro Herr K.) y Anne Krüger (una Frau K.), cuya reunión sugeriría asociaciones inadecuadas con el KKK. Buscándole el costado favorable a las cosas, quizás el común origen teutón facilite la aproximación y el diálogo, aunque sería deseable que no conduzca a excesivas coincidencias.
Tal vez estas consideraciones parezcan algo frívolas y fútiles, pero cualquier reflexión sobre el futuro de la economía y de la política económica lo sea mucho más, porque nunca falla aquella regla según la cual ningún presidente aplica el programa que se espera de él, y menos aún el que prometió en la campaña. Así, cualquier discusión sobre el apellido presidencial podrá por ahora desarrollarse sobre bases más firmes que un debate acerca de la estrategia que aplicarán el abogado y el motonauta.