› Por Mario Wainfeld
Julian Assange está asilado en la embajada de Ecuador en Londres. Pequeña es su morada protectoria si pone (literalmente) un pie fuera de ella, será sacado de las pestañas por el gobierno británico. Assange y su abogado, el ex juez Baltasar Garzón, denuncian que la extradición pedida por Suecia es un subterfugio que, si se concretara, el creador de Wikileaks sería triangulado a Estados Unidos. La hipótesis es altamente verosímil.
Los delitos sexuales son, por definición, graves. Los que se imputan a Assange son crímenes para el Estado sueco, es válido que así sea. Lo que es bastante inusual es que se extradite para un interrogatorio, que podría cumplirse en suelo inglés. También es chocante que se derive a un sospechoso por un delito que no existe en el país concedente.
Estados Unidos se ha convertido en una potencia paranoica donde cunde el derecho de excepción para sus innumerables “enemigos públicos”: nuestro hombre es uno de ellos. Versiones salvajes del estado de sitio, de la suspensión de garantías y hasta de la ley marcial se escancian como si fueran agua. Gran Bretaña es el aliado incondicional en todo tipo de tropelías internacionales, en Irak o jugando de local.
El caso es novelesco por donde se lo mire. Un emprendedor particular que consigue una de las mayores filtraciones de documentación oficial de la historia, precisamente material de la máxima potencia. Su abogado, una figura prominente del derecho internacional de gentes. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, un líder inesperado y plebiscitario de un pequeño país que se ha puesto de pie. Todos son personajes mediáticos, descollantes. El novelista John Le Carré siempre viene a cuento pero sus protagonistas suelen ser personas grises, menos relumbrantes. La espectacularidad y los ribetes únicos, empero, no deben engañar aunque atraen y entretienen. El hecho alude a fenómenos de época bien extendidos, engarza con el contexto mundial.
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El asilo político fue una creación latinoamericana que ha cundido como garantía universal. Es lógico que estos suelos de persecuciones y exilios fueran cuna de esas garantías. El líder popular peruano Haya de la Torre, el ex presidente argentino Héctor Cámpora fueron asilados ilustres, en una nómina que sumó cientos.
Ecuador se hace pie en el reclamo y convoca a los organismos multilaterales de la región, en busca de apoyo. Los cancilleres de la Unión de Naciones del Sur (Unasur) se reunieron ayer, la Organización de Estados Americanos lo hará el viernes. En la OEA los que votaron a favor hablan castellano o portugués, los anglófonos (Estados Unidos y Canadá) en contra. Nada es casual.
De eso se trata: “el caso Assange” irrumpe en una etapa en que la política democrática es más vibrante y representativa en nuestro Sur que en el envejecido Primer Mundo. El debate contra las potencias excluyentes y las grandes corporaciones, una constante entre los países que han mejorado su ecuación económica, cuyos mandatarios gozan (en promedio) de una envidiable y revalidada legitimidad política.
Los autoerigidos apóstoles de la libertad de prensa quieren cargarse a quien la ejercitó de un modo inédito, desmedido, con las herramientas comunicacionales del siglo XXI. Quienes lo defienden, curiosa inversión del relato, son tildados de pequeños reyezuelos, déspotas, autócratas. Los carceleros y verdugos de Guantánamo dictan cátedra, son poco audibles. Nunca lo fueron tan poco en su historia. Jamás un imperio fundó su poder en la fuerza, en tamaña proporción.
Este cronista no incursiona en detalle en el asunto. Excede su saber y sería impropio cuando en este mismo diario escribe Santiago O’Donnell, el periodista argentino que más conoce sobre Wikileaks y sobre Assange. El aporte a que aspira esta columna es subrayar que el exotismo de Assange, de su asilo, de su letrado no deberían desviar el eje.
El proverbio sobre el árbol y el bosque es muy viejo: siempre existió la falla de atender a lo particular sobre lo general. Solo que ahora se induce interesadamente a ese error. Se postula, por caso, que el árbol no tiene nada que ver con el bosque. O se arma la información para que haya incautos que crean que el bosque, directamente, no existe.
Sin embargo, el árbol raro es parte del bosque. Tiene que ver con la emergencia política de nuestro Sur, con la rebeldía de gobiernos populares frente a los imperios mediáticos y los poderes mundiales.
La contingencia, polémica desde varios ángulos, es un capítulo de una disputa que tiene sus años, que se hizo carne en la Cumbre de Mar del Plata y que ahora tramita en Londres, en Quito y en otras capitales de la América del Sur.
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