Jue 15.05.2003

EL PAíS  › CON ARGUMENTOS CONTRADICTORIOS EL EX
PRESIDENTE DIJO QUE NO PARTICIPARA DEL BALLOTTAGE

Triste, solitario y final para Carlos Menem

Se despidió de la competencia desde La Rioja, con el rostro desencajado y los ojos vidriosos. Acusó falta de “garantías” en un proceso electoral que él mismo avaló al disputar la primera vuelta. Se presagia la disolución del menemismo.

› Por Diego Schurman

Se bajó nomás. Con bronca y argumentos vagos. Pero aun aquellos atendibles, los relacionados a la interna justicialista, cayeron en saco roto. Básicamente porque Carlos Menem lo sabía desde antes de la primera rueda y no dijo nada hasta ayer, al sentir como nunca el aroma a derrota histórica que prometía el ballottage. Igualmente se jactó de la decisión, a la que pomposamente tildó de “renunciamiento”. Fue, sin embargo, lo más parecido a una fuga.
Salvo el tono, casi no hubo diferencias entre el Menem que se paseó por los jardines del poder riojano con el del spot de despedida. Irascible, visiblemente afectado, destilaba bronca por todos los poros. “Que él se quede con el 22 por ciento, que yo me quedo con el pueblo”, atizó, en alusión a Néstor Kirchner. Fue una frase desafortunada. Sobre todo para quien se autoproclamó defensor de la democracia.
Menem terminó inclinándose por desistir luego del tira y afloje de su entorno, en una interna que no cesó a lo largo de la jornada. Ni siquiera cuando Jorge Castro comenzó a darle forma al texto que luego leería en un spot de despedida.
El hombre que ahora se niega a una segunda vuelta defendió a rajatabla el resultado de la primera. Todo en el mismo discurso, sin repetir y sin soplar. ¿Qué sucedió en el ínterin para semejante resentimiento? Al decir de algunas encuestas: la voluntad popular de consagrar a Kirchner como futuro presidente de la Nación por una abrumadora mayoría.
Lo curioso es que Menem se haya recostado en las encuestas, cuando siempre se vanaglorió de haberlas derrotado, junto a la oposición. Claro, en el lúgubre aviso de despedida que filmó el equipo de Ramiro Agulla –el publicista que echó fama con Fernando de la Rúa y tanto le costó reconocer estar trabajando para el menemismo– nada dice de esto.
Al contrario. El texto muestra un abanico de argumentos que hasta el menos avezado en política puede poner en duda. Acusó al gobierno de frustrar las elecciones internas, abiertas y simultáneas en todos los partidos políticos. Olvidó decir que fue el menemismo el que puso palos en la rueda para que prosperara esa ley.
Resaltó que esa iniciativa contó con el aval del Congreso nacional. Olvidó decir que nadie como él, durante los diez años de gestión, hizo alarde del abuso de los decretos de necesidad y urgencia cuando diputados y senadores no viabilizaban sus propuestas.
Se refirió a Kirchner como el candidato presidencial que “nadie conoce” y en el que la gente “no confía”. Olvidó expresar que ese gobernador desconocido, al que no nombra porque le cuesta horrores pronunciar su apellido, quedó apenas dos puntos por debajo suyo en la primera rueda y amenazaba con darle una paliza electoral el 18 de mayo.
Siguió duro y lacerante con ese desconocido por haberse negado al debate, a diferencia de lo que sucede en otros lares con los aspirantes a presidente. Olvidó en algún lugar recóndito de su memoria aquella “silla vacía”, la suya, que se negó a ocupar en el ‘89 cuando el que desafiaba a la discusión era su contrincante, el radical Eduardo Angeloz.
El universo de las contradicciones de Menem es amplio. Hay un capítulo donde asume el papel de víctima. Y se queja de la “campaña sistemática de difamación y calumnias” en su contra. Y también de las “antinomias” que “conspiran contra la paz social y la necesaria concordia entre los argentinos”.
Sin embargo, al mostrarse en público, en la casa del gobernador Angel Maza, no dudó en desparramar estiércol. Caratuló a Kirchner de montonero -en rigor dijo “miembro del montonerismo”– y a él mismo como el gran cruzado contra esa organización armada. Habrá que facilitarle anteojos para ver de cerca: Pablo Rojo, a quien imaginaba en un Ministerio de Defensa, estuvo vinculado a las huestes de Mario Firmenich. Por esa senda también transitaron dos ex funcionarios suyos, los fallecidos Julio Mera Figueroa y Luis Prol, por sólo citar dos ejemplos. Una perlita: en 1973, al llegar por primera vez a la gobernación, hizo el acto de asunción en San Antonio, la ciudad natal de Facundo Quiroga. Allí una nutrida delegación de la juventud peronista enarboló un cartel que decía “Montoneros La Rioja. Por la patria socialista Perón o Muerte”. Por entonces, Menem no los consideraba enemigos.
El texto del adiós tuvo mucho de agradecimiento. Para sus ministeriables, que prácticamente se inmolaron. Para sus votantes, a los que le prometió que no los iba a defraudar. Y para los militantes, que pusieron el cuerpo en los actos. Pero a ninguno le explicó el porqué de la enorme grieta entre el dicho y el hecho. Para los que lo olvidaron, un “ayudamemoria” de su discurso reciente:
- “Sólo los traidores no dan pelea” (Página/12).
- “No desisto de mi candidatura. ¿Hasta cuándo me van a preguntar lo mismo? La respuesta es no” (La Nación).
- “Con el último suspiro voy a seguir peleando” (Clarín).
- “¡Minga me bajo!” (América).
- “A lo mejor se bajan ellos” (Crónica TV).
Entre tanto argumento flaxo, hay que reconocer alguna solidez: la cuestionada legalidad de la ingeniería de Eduardo Duhalde para evitar la interna peronista. El Gobierno admite sotto voce que en esa puja, finalmente abortada en un congreso partidario, Menem llevaba todas las de ganar.
De todos modos, al ex mandatario le faltó el timing. Se acordó tan tarde de esa “trampa” como de hablar de “fraude”, una denuncia que nunca terminó de consolidar ante la Justicia.
A pesar de haber emulado a un patrón de estancia, arriando a todos los suyos hasta La Rioja, ahora su tropa –gobernadores y legisladores– podría comenzar a buscar nuevos rumbos, lo que irremediablemente le impedirá convertirse en el referente de la oposición. Quizá por ello medite la idea de ocupar una banca en el Senado si su hermano le cede la butaca. Sería, al fin, otra contradicción: ya dijo que el Papa no vuelve a ser obispo.
Seguirá ofreciéndose, a los 72 años, como el hombre invencible. Pero el rigor de una derrota lo vivió en carne propia en sus pagos, cuando el aliento de la gente se confundió con abrazos de consuelo y pésames. Su pálido semblante, y sobre todo aquellos ojos vidriosos, fueron la mejor descripción de una fragilidad que únicamente había transmitido el día de la muerte de su hijo.
A pesar de su promesa de retornar al “trabajo” este mismo lunes, algo que por ahí tampoco cumple, ya que haría un viaje relámpago a Chile para visitar a su mujer Cecilia Bolocco, no es descabellado presagiarle un triste, solitario y final.

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