EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
Cuando se juntan el odio y el miedo, el resultado es altamente inflamable. Hay un lenguaje mediático que estimula el discurso violento que se instaló en algunos nichos sociales y culturales. Al mismo tiempo le otorga a ese nicho la calidad de vocero, de emergente de una animadversión generalizada. Entre ambos se potencian, se crispan unos a otros y así los grandes medios transmiten una vibración de odio y furia a toda la sociedad. Hicieron lo mismo después de la derrota del Gobierno con la 125, al punto de que el oficialismo parecía reducido a una mínima expresión en un océano de repudio. La fiesta del Bicentenario fue como si se hubiera descorrido el telón de esa imagen virtual mentirosa.
“Somos los guerreros de la red” se presentó el joven cacerolero en un programa de TN. Apareció allí como un joven independiente indignado con el gobierno kirchnerista, presentado por periodistas con antecedentes progresistas. En la red, el dizque guerrero aparece abrazado con el
inefable Tula (el bombista oficial de Menem) y con el Momo Venegas. Cada vez que se rasca la cáscara de esa rabia virtual y cacerolera, no aparecen ni independientes ni progresistas ni moderados. Hay en la red una lista de las páginas –alrededor de medio centenar– que convocaron al cacerolazo y están los nombres de sus administradores, todos cercanos al PRO, a la Sociedad Rural o a los dictadores. No hay ni un solo progresista y menos de izquierda. No aparece ninguna constancia de que haya otra fuente de ese odio que la de amigos de la Sociedad Rural, colaboradores del macrismo o amigos de los represores de la dictadura.
Pero hay una oposición diferente. Hay una disidencia crítica diferente y que además es mayoría frente a esa protesta violenta. Confundir a los caceroleros –“esas señoras con abrigos de piel”, como dijo Charly García–, con toda la oposición sería hacerles el juego a la violencia y a la estrategia cada vez más visible del Grupo Clarín de desestabilizar y jaquear al Gobierno de cualquier manera a medida que se aproxima la fecha en la que deberá desinvertir por la cláusula antimonopólica de la ley de servicios audiovisuales.
Asimilar esa marcha como la única expresión o la expresión mayoritaria de la oposición forma parte de esa estrategia que intenta nuevamente generalizar una voz minoritaria. Es una forma de extender el odio, de convertirlo en el único argumento opositor, un argumento que no admite discusión, que se dice a los gritos y que cierra el debate.
En los barrios del sur de la ciudad no se movió ni una hoja. La condición social de los caceroleros fue más que evidente y hasta resulta patético el oportunismo de algún dirigente piquetero opositor cuando alaba estas manifestaciones, creyendo que así será bien visto por estos sectores, una de cuyas consignas es “soy de la mitad del país de la cual vive la otra mitad”. Señor dirigente piquetero: para esa gente, usted es de los parásitos que viven de lo que les sacan a ellos. No hay puntos de contacto, cualquier esfuerzo por encontrarlo es puro oportunismo. Facundo Moyano no tiene la edad suficiente para saber que ese mismo tipo de marchas eran las que hacían los viejos gorilas antiperonistas en el primer peronismo. Si Facundo no lo sabe, el intento de su padre Hugo por congraciarse con ellos resulta por lo menos poco peronista.
Para la oposición sería un error convalidar estas expresiones de odio por oportunismo o por creer que allí se encuentran posibles votos. Esa gente no vota radicalismo ni socialismo y mucho menos izquierda. En ese sentido, fue más inteligente la posición del PTS que, desde una izquierda muy crítica con el Gobierno, se diferenció de las consignas reaccionarias que se escucharon en el cacerolazo.
Pero al mismo tiempo que este discurso mediático estimula esas expresiones de odio, denuncia que la gente que se expresa con esa violencia tiene miedo. Hay una lógica en esa aparente contradicción: el miedo puede generar odio. Cuando alguien es apuntado por un arma, tiene miedo, pero en el fondo quiere asesinar al que lo está apuntando. Si este discurso mediático puede convencer a una parte de la sociedad de que debe tener miedo, estará generando odio. No se trata de que haya razones reales para el miedo, sino que se trata de inducirlo.
Los “guerreros de la red”, como los amigos del Tula y del Momo, hicieron una campaña diciendo que el Gobierno retiraría los pasaportes a los que tuvieran deudas con la AFIP. Aunque parezca mentira, hubo incautos que se apresuraron a tramitar su documento, lo cual demuestra que es un error despreciar el poder conjunto mediático y virtual. En apenas una semana se presentaron dos denuncias por supuesto maltrato de género. TN se sumó a la campaña y mostró una lista ridícula de frases del secretario de Comercio que “producían pánico en los empresarios”, como una en la que le decía “chucrut” a un superempresario alemán u otra en la que trataba de “Ratonazi” al dueño de la FIAT, Cristiano Rattazzi.
En nueve años de gobierno kirchnerista puede haber seguramente muchas críticas en todos los planos. Pero las razones para tener miedo serían represión, persecución y amenazas, listas negras, cierre de medios, personas golpeadas por matones, vidrieras rotas por hordas, policía política, presos políticos, exiliados, periodistas agredidos, opositores agredidos. No hay nada de eso.
El miedo es una mentira. Y una mentira menos digerible todavía en un país que tuvo una dictadura en la que todo eso fue llevado a la enésima potencia. El superempresario alemán se puede ofender porque le digan “chucrut” y hasta es discutible el sentido del humor de Moreno, pero es ridículo que alguien pueda creer que eso le dé miedo, igual que al dueño de la FIAT. El empresario español, de origen argentino, Martín Varsavsky, que quedó desgraciadamente enredado en la quiebra de la aerolínea Southern Winds y que no puede exportar a este país productos informáticos por culpa de las disposiciones de Moreno, también dice que los empresarios argentinos tienen miedo por la AFIP, pero en vez de indignarse contra los empresarios que no están en regla, se enfurece con los funcionarios que hacen cumplir la ley. Esta conjunción mediática y virtual de referencias insistentes al miedo no proviene de una situación real ni de una exageración periodística. Forma parte de una mecánica para generar odio y para justificarlo cuando explote.
Cuando un matón ataca en público, lo hace mientras se victimiza a los gritos para que la gente justifique su agresión y no intervenga. Es una lógica de escaramuza callejera, de barrabrava, que se aplica también como técnica sucia en campañas mediáticas. No es éste el caso, pero todos los golpes de Estado fueron antecedidos por fuertes campañas mediáticas de este tipo. Cuando el 6 de septiembre la Presidenta bromeó en un discurso con que sus funcionarios deberían tenerle un poquito de miedo si cumplían mal sus funciones, se forzó la frase para convertirla en una amenaza que nunca fue tal. Los lectores de Clarín y de La Nación leyeron que la Presidenta había dicho que la sociedad debe tenerles miedo a ella y a Dios.
Los caceroleros salieron después con carteles que decían “no le tenemos miedo”, replicando la tergiversación estúpida de una broma y exhibiendo una valentía de papel. Fue un acto de opereta salir con esos carteles. No tienen miedo porque no hay nada a qué tenerle miedo, excepto a ellos mismos por la violencia que expresan y el primitivismo gritón y autoritario al que reducen la política. En la Argentina hubo miedo en otras épocas y eso sucedió cada vez que expresiones sociales de ese tipo llegaron al poder, la mayoría de las veces a través de golpes de Estado que tuvieron un respaldo civil cimentado en el miedo y el odio.
La mayoría de la oposición, por más crítica que sea con el Gobierno, no piensa de esa manera. La polarización cada vez más fuerte que están planteando los medios hegemónicos está fomentando la conformación de una tercera fuerza a nivel nacional como expresión de una derecha muy clara alrededor del jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri. El peronismo expresado en el kirchnerismo y sus aliados peronistas y no peronistas conformarían una fuerza; el socialismo y el radicalismo necesariamente quedarían en una intersección que los presionaría a la unión, y en un tercer andarivel, la ideología mediática de confrontación desesperada ha actuado como la ambulancia que recoge a los heridos de los ’90: restos del menemismo y el duhaldismo, de la derecha radical, candidatos mediáticos y partidos provinciales conservadores tenderían a delinear la primera formación nacional de derecha clara, alrededor del PRO, un heredero de la vieja UCeDé. Estas expresiones, inclusive la de los chicos que preguntaron en Harvard, entre los que había un ex funcionario de Esteban Bullrich y un activista homofóbico que realizó una fuerte campaña virtual en contra del matrimonio igualitario, son parte de este nuevo y viejo componente del escenario político. Nuevo porque sería una novedad la conformación a nivel nacional de esta corriente de derecha como fuerza competitiva electoral. Y vieja, porque se identifica con todos los componentes ideológicos de la antigua derecha liberal.
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