EL PAíS › OPINIóN
› Por Rodolfo Mattarollo *
Dos reflexiones. Los derechos humanos son hoy una causa común a vastos sectores del Estado y de la sociedad argentina en un grado decididamente mayor que en otras partes del mundo, para el que mire de buena fue el panorama internacional. Lo demuestra una vez más la rotunda condena a varios ejecutores de la Masacre de Trelew, que acaba de pronunciarse, cuarenta años después de los hechos.
El costo en términos humanos ha sido irreparable. Cada minuto de libertad que vivimos es deudor de inmensos sacrificios. Las luchas populares han sido la condición necesaria del respeto a la dignidad humana que hemos conquistado. Esas luchas crearon la situación en la que las políticas públicas de memoria, verdad, justicia y reparación cambiaron la Argentina. Vencer la impunidad ya no es un sueño ni el crimen de lesa humanidad queda remitido al juicio final.
Las movilizaciones en sitios de memoria, las múltiples investigaciones judiciales y extrajudiciales, la recuperación de la persona de los desaparecidos como seres humanos que nos interpelan desde una escala de valores solidarios, distantes de la banalidad que vacía de sentido a la maravillosa aventura de la vida, todo ese vasto proceso muestra que, contra lo que querrían quienes anunciaban el fin de la historia, la historia mundial continúa siendo el tribunal mundial.
Cuántas veces sostuvimos con Eduardo Luis Duhalde, y otros abogados defensores de los combatientes de Trelew, que la masacre había sido el ensayo general del terrorismo de Estado, que ese terrorismo de Estado sustituía la enseñanza universal y gratuita por una pedagogía del terror y que el objetivo mayor era una reorganización de la sociedad para consolidar el privilegio y la exclusión, que es su correlato inevitable.
Y esto puede llevarnos a una segunda reflexión, que muchas veces he expresado diciendo que “es difícil ser contemporáneos de nuestro propio presente”. Hemos luchado para ver este día de justicia. Defendamos lo esencial de este proceso, hagamos lo necesario para su consolidación y profundización y para ubicar este gran acto de justicia en esa perspectiva de la totalidad sin la cual es imposible comprender los valores en juego y los peligros que acechan a la democracia auténtica.
No restituiremos a la vida a los combatientes de Trelew. Pero habremos experimentado un momento excepcional en la búsqueda de construir entre muchos la pacificación de la existencia.
* Embajador de Unasur en Haití.
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