Mié 17.10.2012

EL PAíS  › OPINIóN

La incoherencia como sistema

› Por Horacio Verbitsky

Los insultos de Hugo Moyano a Héctor Recalde forman parte del desprecio por la verdad que oscurece gran parte del debate político en la sociedad argentina, donde la consecución de objetivos sectoriales o personales se coloca por encima del interés común y de la verdad de los hechos.

Durante la audiencia celebrada ayer en la Cámara de Diputados para tratar el proyecto de ley de indemnizaciones por accidentes del trabajo, el ex secretario general de la CGT agredió en forma brutal a quien lo acompañó durante veinte años como especialista en derecho del trabajo.

En la rueda de prensa posterior, Recalde se abstuvo de cualquier opinión sobre el dirigente de los camioneros. En vez de ello, aclaró algo que Moyano no podía desconocer: no firmó el objetable proyecto del Poder Ejecutivo que ya tiene media sanción del Senado, sino uno propio. Que en realidad no es sólo suyo, sino de la CGT, que lo adoptó en forma oficial hace siete años. En setiembre de 2004, la Corte Suprema de Justicia dictó su primer fallo de inconstitucionalidad de la ley de riesgos de trabajo. Dos meses después, la CGT organizó una jornada nacional con participación de los mejores especialistas, cuyas conclusiones se convirtieron en 2005 en un anteproyecto de ley, aprobado sucesivamente por el Comité Directivo y el Congreso Central Confederal de la CGT, cuyo secretario general era Hugo Moyano. Recalde lo presentó en su primer año de mandato como diputado, en 2006, y lo reiteró con ligeras variantes en 2008, 2010 y ahora. Por sus frutos se conoce al árbol, dijo.

Ayer, el camionero acusó a Recalde de haber faltado a su promesa de renunciar a la presidencia de la Comisión de Legislación del Trabajo de la Cámara de Diputados. Tampoco eso es cierto: Recalde informó a la presidencia del bloque del FpV que ni sus convicciones ni su trayectoria le permitían apoyar el engendro de la Unión Industrial y que reiteraría el proyecto de la CGT, por lo que ponía su cargo a disposición de la bancada. Su presidente, Agustín Rossi, lo confirmó en el cargo y lo relevó de defender en las comisiones y el recinto otro texto que no fuera el aprobado por la central obrera.

Ese proyecto no deja abierta sólo la puerta del derecho civil a los trabajadores que no acuerden con el pago ofrecido por vía administrativa, sino que mantiene el litigio posible en el fuero laboral, con todos sus principios de protección a la parte más débil del contrato. Pero además, no se limita a los mecanismos del reclamo posterior al accidente, sino que incluye un completo régimen de prevención para impedirlo, que es una de las deudas que la democracia argentina no ha saldado en los últimos 29 años.

Recalde acaba de presentar un libro interesantísimo. Se titula Una historia laboral jamás contada y reseña los argumentos que las patronales y sus voceros usaron desde mediados del siglo 19 para oponerse a cada nuevo derecho de los trabajadores. Es impresionante constatar la afinidad entre la oposición a la primera ley de franco dominical obligatorio (como viven en tugurios donde no se puede estar, van a ir a emborracharse a las tabernas) y la que, casi un siglo y medio después, encontró la Asignación Universal por Hijo (se va por la canaleta del juego y la droga). Además de esta reseña de la ideología patronal y reaccionaria, Recalde también señala el apoyo de las entidades de trabajadores a los gobiernos y proyectos populares y su resistencia ante cada avance contra las conquistas que obtuvieron en esos momentos. Unos y otros fueron coherentes, en la representación de intereses contrapuestos. Moyano, que fue parte significativa de esa historia, ha perdido el rumbo y elegido la incoherencia como sistema. Su exabrupto se explica por el aislamiento resultante de la inversión de alianzas que eligió en los últimos meses. También responde a su abandono del campo gremial, donde basó su fortaleza, para internarse en el terreno movedizo de la construcción política, donde es un principiante que a cambio de sus diatribas a CFK recoge cálidas adhesiones de sectores que jamás lo votarían. Y su ira tan mal dirigida reveló cuánto le cuesta admitir que alguien no siga en forma servil sus decisiones, por desatinadas que sean.

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