EL PAíS › LOS ROSTROS DE LOS AGRESORES DEL 8N
Quienes agredieron a periodistas y movileros durante el cacerolazo del pasado 8 de noviembre estuvieron también en la formación que se parapetó frente a la Catedral en la última marcha a favor del aborto. Integran grupos organizados de ultraderecha.
› Por Gabriel Camoia
Están organizados. Eligen el momento, el lugar, definen la estrategia y golpean. Y lo hacen literalmente. Testimonio de ello es lo acontecido en la última movilización opositora del 8 de noviembre –mediáticamente denominada 8N–, donde algunos periodistas, sin distinción de la línea editorial de los medios para los que reportaban, fueron agredidos, en algunos casos brutalmente. Recibieron insultos, patadas, golpes y hasta fueron rociados con gas pimienta por integrantes de agrupaciones nacionalistas católicas, tal como se puede verificar en la serie fotográfica que acompaña esta nota y que son el testimonio de que no se trató de hechos aislados, sino de grupos organizados para crear agitación, violencia y malestar.
La mayoría de los agresores del 8N estuvieron apenas unos días antes “defendiendo” la Catedral Metropolitana de una movilización en demanda de la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. En esa ocasión enfrentaron a las manifestantes al grito de “putas”, “tortilleras”, “asesinas”, rosarios en mano.
Estos grupos filofascistas son diversos y operan de forma desagregada bajo diferentes nombres, pero con referencias claras a un mismo corpus político y teórico. Movimiento Patriótico Aurora, Acción Nacional Católica, Agrupación Custodia y Agrupación Nacionalista La Barbarie son algunos nombres que se dan a sí mismos. Su exégeta por excelencia es el director de la revista Cabildo, Antonio Caponnetto. A uno de los que agredieron al equipo de Duro de Domar el 8N se lo puede ver, incluso, con esa revista en la mano durante una cobertura de ese mismo programa en uno de los actos de la activista castrense Cecilia Pando. Se identifican con simbología franquista, como la Cruz de Borgoña en la bandera blanca y roja y se declaran deudos de los valores hispanos y criollos, y los une un mismo grito de guerra: “Viva Cristo Rey”.
Esas agrupaciones no están alineadas detrás de ningún programa político. Allí la diferencia con otros dirigentes de corte filonazi como Alejandro Biondini, quien desde hace años manifiesta abiertamente sus aspiraciones electorales, desafiando la legislación antidiscriminatoria vigente. Los nombres de sus referentes difícilmente puedan ser asociados a una fotografía, aunque algunos de sus integrantes son viejos conocidos del oscurantismo católico argentino. Tal es el caso de los hermanos Jorge y Marcelo Gristelli, quienes en la citada defensa de la Catedral exhibieron una bandera que rezaba “religión o muerte”. Esos hermanos fueron tristemente célebres unos años atrás, cuando convocaron al genocida Miguel Etchecolatz a disertar en la Feria del Libro de 1998, son amigos personales declarados del represor y oficiaron en reiteradas oportunidades como sus custodios voluntarios.
Llamativo es también que a la “defensa” de la Catedral se haya acercado “espontáneamente” el cura Francisco Morad, rector del colegio católico San Pablo, del barrio de Recoleta. Al hombre de la Iglesia, encargado de la educación de niños y adolescentes porteños, se lo ve “custodiado” por miembros de estas organizaciones e incluso conversando amigablemente con el hombre que agredió al movilero de Telefe en la marcha del 8N. El párroco ya había ofrecido oraciones junto al rabino y legislador porteño del PRO Sergio Bergman en el 2009, durante un acto de ruralistas contra el gobierno nacional en los bosques de Palermo. En algunos blogs se refieren al sacerdote como la “perlita” de la defensa de la Catedral, e incluso exaltan su valentía por ser el único hombre de la curia presente en esa manifestación.
El integrismo católico es una doctrina que tuvo una fuerte raigambre en la curia argentina. Su propuesta de máxima implica la integración de todos los poderes del Estado a los designios de la Iglesia Católica a través de la Santa Sede, en el Vaticano. Su mayor exponente teórico –y del cual son deudos la mayoría de los nacionalistas católicos– fue el sacerdote argentino Julio Ramón Meinvielle, un confeso antisemita que caracterizó la Guerra Civil Española como una “guerra santa” en la que llamó a combatir al “comunismo ateo de los judíos en España”. Fue fundador del Instituto del Verbo Encarnado (IVE), que actualmente funciona en la provincia de Mendoza. Entre otros integristas renombrados sobresalen el ya condenado genocida Christian Von Wernich y el vicario castrense Antonio Baseotto, quien sostuvo en una carta dirigida al entonces ministro de Salud, Ginés González García, que habría que “colgarle una piedra de molino al cuello y tirarlo al mar”.
El prolífico bloguero integrista Emilio Nazar Kasbó, director del diario Pregón de La Plata, pone como único reparo a un nuevo golpe de Estado el hecho de que se trataría del cambio de “una corrupción por otra”, mientras que en otro artículo elaborado de forma capciosa y titulado “Golpe a golpe”, expresa la necesidad de la “restauración de las leyes del Orden Natural” a la vez que expresa que un nuevo “Comunicado Número Uno” es inminente. Por su parte, el negacionista Caponnetto –quien se refiere al Holocausto como un “terreno mitológico”– no tiene reparos en referirse a la democracia como una forma de gobierno que “pervierte tanto el interior de las conciencias como el interior de las comunidades”. Puede no estar claro quiénes son, pero no tienen empeño en disimular lo que buscan: están reclamando la vuelta a sus oscuros años de gloria.
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