EL PAíS › OPINIóN
› Por Julián Axat * y Guido Croxatto **
Uno de los principios básicos de la hermenéutica (y de la filosofía) es evaluar un texto (una declaración, un discurso) no tanto por lo que se dice sino por lo que omite decir. Por lo que no se dice. Por lo que queda callado. De esta manera se aprende a leer entre líneas y a procesar un mensaje. Lo que más importa siempre, o casi siempre, en la era mediática –donde se nos dice tanto– es lo que no queda dicho (Bourdieu, Ricoeur, Thomas Mann en Mario y el Mago).
El pedido de “libertad” es y será siempre un pedido genuino. Dicho esto, debe pensarse qué es o cuál es su anverso. Cuál es la otra cara de esa libertad. Cuándo (y frente a quién y por qué motivos) se pide libertad y cuándo no se pide libertad. Qué significa el pedido de libertad en una sociedad como la nuestra, que vivió el Proceso y que hasta hace pocos años mantenía discretamente ese Proceso encerrado en la más absurda impunidad (“reconciliación”, negación, de la mano del desmantelamiento de la economía, de la mano invisible que era la ESMA, la mano invisible del mercado que fueron los vuelos de la muerte que nadie vio), negando a las víctimas del terrorismo de Estado (al hijo no nacido de Mirtha Coutouné y Héctor Malnati, al nieto 108), un derecho esencial de la democracia participativa y republicana: el acceso a la Justicia. En la Argentina de hoy, el “anverso” del pedido de libertad es lo que no se está pidiendo: que se recuperen los nietos capturados, robados, aun desaparecidos. Jóvenes sin nombre. Sin rostro. Eso, y no otra cosa, es la libertad. El estimado Roberto Gargarella sostiene que este gobierno tiene una versión conservadora de la democracia. Nos permitimos disentir y disentimos porque este gobierno, al bajar el cuadro de Videla e impulsar los juicios de derechos humanos, está reconvirtiendo la democracia y le está dando un sustento concreto que hasta hace pocos años nuestra democracia no tenía. Un sentido moral, no vacío. Una meta que la dignifica: devolverles la identidad a esos jóvenes robados. La libertad empieza a significar algo. Ese es el nuevo sentido de la democracia y alcanza a cada rincón del derecho. Así hicimos pie de nuevo, cuando la democracia se nos caía de las manos (2001). Recurrimos a lo único que podía salvarnos: la verdad. Hasta que el último nieto secuestrado no recupere su identidad (su libertad), la sociedad argentina no será libre. Las Abuelas de Plaza de Mayo nos enseñaron lo que era la democracia. Lo que significaba verdaderamente, todo lo que implicaba, la palabra “derecho”. Y justamente porque con los juicios de derechos humanos se está buscando la verdad (la sociedad argentina se está conociendo a sí misma, en cada crimen está su rostro), y la verdad (la búsqueda de la verdad) es todo lo contrario de los regímenes conservadores, que esconden los crímenes atroces con impunidad y olvido, en fosas comunes, en nietos no nacidos; es que es insensato decir que este gobierno (que promovió leyes como la ley de salud mental, a la vanguardia en la materia, o la ley de identidad de género) es conservador. Buscando a esos jóvenes como ningún otro gobierno lo hizo (pidiendo perdón en nombre del Estado), este gobierno está reconfigurando los alcances de la democracia participativa y republicana, poniendo como primer paso de la libertad, la libertad de los que aún hoy, a treinta años del ‘83, siguen desaparecidos, y a los cuales se les sigue negando un derecho esencial de la democracia y de todo liberalismo: saber quiénes son. Este gobierno está poniendo la primera piedra de la libertad: esta poniendo la palabra. Está reconstruyendo la palabra desaparecida. La palabra torturada, arrojada al río del olvido. Esa es la única palabra que nos puede liberar. Que nos puede permitir volver a ser libres. Ver a los ojos de Floreal Avellaneda. Esa es la libertad. La dignidad. El derecho.
Decía Arendt que los regímenes totalitarios comienzan por vulnerar un primer derecho esencial de toda persona: el derecho a tener derechos. A muchos se los priva de ese derecho esencial (a ser personas). Los jóvenes que aun hoy, después de tanto tiempo, viven con una identidad robada (o jóvenes como el nieto 108, privados de su derecho a nacer), un nombre falso, sin saber qué, cómo, quién, por qué, son parte de ese totalitarismo inmerso y disimulado en la democracia que recién la memoria nos enseñó a combatir. La memoria es enemiga del totalitarismo. Y la gran defensora de la libertad. Toda reivindicación se asienta sobre la memoria. Todavía se están abriendo las fosas. Aún no hemos recuperado todos los cuerpos. Tal vez la memoria (el derecho a la memoria) sea ese derecho a tener derechos, que menciona Arendt. Eso es la memoria. El derecho a tener derechos. El derecho a tener palabra. Para conquistar un derecho primero hay que conquistar la palabra. Muchos no tienen palabra. Todavía hay un pasado ominoso (un presente ominoso) que espera ser visto frente a los que decían “no hay nada para ver” (“los desaparecidos tal vez son un invento”, dijo Videla). La democracia se construye con y desde la memoria. No hay otro camino. No hay sociedad democrática, no hay democracia escondiendo cadáveres. Nuestra sociedad nunca fue tan libre como hoy, que es capaz de mirarse a los ojos, de asumir su pasado. Hoy somos capaces de asumir una libertad a la que durante largo tiempo nuestra sociedad había renunciado. La libertad de nuestra conciencia. La libertad no es fácil. Va de la mano del “atrévete a saber” (sapede aude) de Kant. Antes teníamos una sociedad que no sabía, un derecho que no sabía, una democracia que decía “yo no sé”, que no quería ser libre. Que hacía juicios simbólicos, pero no juicios reales. Le teníamos miedo a la libertad (Fromm) porque no queríamos ver lo que teníamos delante. No nos atrevíamos a saber lo que no debía ser sabido, lo que debía ser callado. Durante mucho tiempo tuvimos miedo a ser libres. No queríamos ser libres, porque habíamos renunciado a la búsqueda de la verdad. Ahora sabemos que hay una sola manera de ser libres. Saber la verdad. Eso es lo que nos enseñaron esas mujeres valientes que son las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Por eso la democracia argentina les debe tanto a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Muchos de nosotros, jóvenes abogados, recién con ellas aprendimos lo que era y qué significaba el derecho. Antes no lo sabíamos. Antes teníamos una noción demasiado formal y demasiado abstracta y vacía de lo que era el derecho. Y de lo que debía ser el derecho. Ahora el derecho tiene rostro. La libertad tiene nombres desaparecidos. Deudas concretas. Jóvenes que no se sabe dónde están. Desaparecidos que esperan la verdad. La palabra. Un nombre. Un derecho a la vida.
* Defensor juvenil,
hijo de desaparecidos y poeta.
** Asesor de la Secretaría
de DD.HH. y poeta.
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