EL PAíS › OPINIóN
› Por Julián Axat* y Guido Croxatto**
Acá te callas. Esa fue la frase que Viviana Alderete escuchó apenas fue detenida en Tucumán. Su destino, como el de muchas mujeres, es el silencio (cada mujer muerta es una mujer reducida al silencio). Con esa frase Alderete experimentó en una comisaría de Tucumán lo que el feminismo viene denunciando hace largo tiempo: los castigos que la sociedad inflige a la mujer por el hecho de ser mujer, castigos que no responden a ninguna ley o norma. Son la cultura misma. Son el prejuicio, la intolerancia. La hombría se sostiene en la violencia. Muchos se hacen “hombres” prostituyendo a una mujer, esclavizando. Violando a mujeres. Para ser “hombre” –se nos enseña– hay que maltratar/secuestrar a la mujer. Eso significa ser un “macho”. Tratar a la mujer como un objeto, una posesión, un recurso. La mujer termina siendo una propiedad. No una persona. Esta violencia responde al modelo de una sociedad y una cultura (hija del Proceso, que torturaba a parturientas) que todavía hoy le niega a la inmensa mayoría de las mujeres un derecho esencial: su palabra. Su identidad. Lejos de lo que puede pensarse, y pese a los intentos de visibilización, la denuncia de la violencia de género ha ido perdiendo terreno en nuestra sociedad. En el fallo Marita Verón habló la peor Justicia. La Justicia que denuncian las feministas. Una Justicia corporativa, cómplice, callada, que sólo resguarda a los hombres. No a la mujer.
El anverso de esta justicia cómplice que parte de la cosificación de las mujeres desaparecidas (Olsen, Fraser, Facchi) es la justicia que empieza a juzgar los delitos sexuales –del Proceso– como lo que son: delitos de lesa humanidad (Mackinnon). Así hay un paso de la Justicia que ve a la mujer. Lo contrario del fallo Verón.
A la mujer se la tortura, se la secuestra, viola, mutila, prostituye, humilla, aísla, degrada, amenaza, pero la violencia no viene sola. Viene sumada al silencio que se impone a la mujer. Por eso la frase que resonó en los oídos de Alderete, que luego vería cómo metían su cabeza en una bolsa de nylon, mientras la torturaban, en la comisaría de Tucumán, es reveladora. Es un símbolo. Un punto. Una cortina. Un hecho. Una prueba. Una caída. Un dato (a su pareja le decían que estaba “incomunicada”). Necesitamos una Justicia que vea más de lo que está acostumbrada a ver. Que sepa ver, entender lo que hay en las palabras. Que sepa pensar. Porque esa frase “acá te callás” resume los rasgos de la violencia policial. Y también de la violencia de género: “Callate”. Tu palabra no cuenta. No hables. Es la frase de una connivencia con la trata. Eso escuchaban los pobres torturados en Salta. Eso escuchó Alderete, en Tucumán. Acá te callás. A Verón también le habrán dicho “acá te callás”. Pero la Justicia no sabe. Es el lenguaje de la ESMA que no ha podido ser erradicado. Que aún permanece.
Esa frase dice muchas cosas. Pero más hoy. Porque hoy la Justicia de Tucumán silenció a las víctimas de la trata. En esa frase “acá te callás” están Verón y decenas de mujeres desaparecidas, secuestradas, drogadas, violadas. En esa frase “acá te callás” está Laura Carlotto, antes de que le roben al hijo; el silencio es la evidencia de la policía en connivencia con las mafias. De eso no se habla. En esa frase “acá te callás” está escondida la violencia que denunció María Laura Bretal que los militares infligían a las mujeres secuestradas (violadas, y vejadas) durante el Proceso. Acá te callás. “Callate.” Esa violencia, esa violación de la mujer, ese ejercicio (sabían bien a quién violar, cuándo violarla, delante de quién, denunció Bretal) dejó un modelo en la sociedad. Los femicidios no son casuales. La trata tampoco. Son algo que nace de esta sociedad. La dictadura que secuestraba y violaba a mujeres dejó un modelo de lo que es, lo que debe ser la mujer. El abuso y la tortura de la mujer (la violación, el robo de sus hijos) fue la pauta esencial del Proceso. La cosificación más brutal de las “parturientas” que usaban a sus hijos como “escudos”. La mujer era una cosa. Esa violencia de ayer es parte esencial de nuestra cultura de hoy. No la hemos decodificado. Permanece. La Justicia no la sabe ver porque fue cómplice. Hablan un mismo lenguaje. En esa frase “acá te callás” están todas las mujeres que son forzadas a prostituirse. Que son golpeadas por sexo. Torturadas de nuevo (Mackinnon). Tenemos de nuevo una Justicia que no ve (está entrenada para no ver) lo que desaparece. En esa frase “acá te callás” está lo peor de la sociedad argentina. Están los hijos robados. En esa frase, “acá te callás”, que escuchó Alderete, están todas las mujeres golpeadas, abusadas, quemadas, que son forzadas, por distintos motivos, a callar lo que padecen. A no decirlo. La cultura recubre esto. No lo denuncia. Es parte de lo que muchos llaman “mundo privado”, “libertad de la mujer de decidir”. Por eso es tan importante la propuesta de derogación del artículo 3º de la ley vigente. Se dijo que el consentimiento por parte de la víctima no es causal de eximición de responsabilidad penal, civil o administrativa de los autores del crimen de trata, independientemente de la edad de las víctimas (mayor o menor de edad). Es un enorme paso adelante en la concepción de la violencia. El consentimiento no puede ser usado como escudo.
Las marcas en el rostro de Alderete son el salvajismo policial. Pero también son las marcas de una sociedad que silencia. Que calla. Que silenció durante décadas los crímenes padecidos por las mujeres. Que tapó. Que no quiso ver. Que practica el silencio. La prostitución, la trata también es el silencio. Se sostienen en la red del silencio. El problema es que la Justicia forme parte de esa red. La memoria nos enseñó que las mujeres que denunciaban los crímenes que no veíamos no estaban “locas”. Ni equivocadas. Que esas mujeres nos enseñaban a ver algo que parecía invisible. Pero que estaba allí. El robo de sus hijos. Este es el único principio moral que nos queda: no callar. Si no callásemos, si aprendiéramos a no callar, muchas mujeres violadas por clientes anónimos recuperarían su identidad. Su derecho. Hay que acabar con la prostitución para terminar con la trata. La prostitución es una violación paga, como dijo Sonia Sánchez, en Ninguna mujer nace para puta. Para muchas mujeres, la prostitución es un abuso y un crimen. No es un trabajo. Hay que pensar la cultura para terminar con la violencia. Porque tanto la prostitución como la trata, le dicen a la mujer una sola cosa: “Acá te callás”.
De lo que se trata es de volver a empujar esa puerta enorme, volver a decir lo que no se podía decir, devolver la identidad. Reconocer al otro. Devolverle un derecho. Los prostíbulos también pueden ser centros clandestinos de detención y tortura.
* Defensor juvenil.
** Asesor de la Secretaría de Derechos Humanos.
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