EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
El Gobierno estuvo dos días con el corazón en la boca pero finalmente los saqueos terminaron favoreciéndolo. Un final de año con suspenso. La remake de otros finales de año que se llevaron puestos a otros presidentes. Imágenes persistentes de un país sumergido, de necesidades insoportables y desbordadas. Pero nada era real, era nada más que una imitación y por eso no pudo expandirse como en esos otros finales de año explosivos y definitorios. Dos presidentes, Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa, no sobrevivieron a esos escenarios. Y Cristina Kirchner hubiera seguido ese mismo camino si el país hubiera sido el mismo. Si faltaba algo para comprobar que las cosas han cambiado, la sobrevivencia del Gobierno sin demasiado sobresalto a esta embestida, que hasta ahora había sido imbatible, se suma como prueba de parte.
El país no es el mismo ni siquiera en el contexto de uno de los años más difíciles para la economía. Una cosa es segura, si hubiera habido otro gobierno con otra política, los saqueos se hubieran extendido, la clase media empobrecida se hubiera sumado con los desocupados a la cabeza y de la mano de los jóvenes sin destino. Fue lo que pasó en los saqueos anteriores, organizados por punteros, que funcionaron como disparadores en un contexto inflamable.
Hay muchos problemas económicos, sociales, laborales y demás sin resolver, pero la instancia de la violencia y el saqueo es la última, la que se dispara en una situación sin salida, una que genera hambre y no da de comer. El saqueo no es una característica del pobre, sino del desesperado en todos los niveles. Ser pobre no es sinónimo de saqueador, por eso los pobres no se sumaron a los saqueos. Por esa misma razón, la violencia quedó muy focalizada en siete u ocho puntos en todo el país, en cada uno de los cuales participaron entre trescientas y cuatrocientas personas. En los hechos que se produjeron en esas siete u ocho localidades en todo el país habrán participado en total unas tres mil personas. El intento de generar una insurrección violenta fracasó estrepitosamente. Todo lo que se hizo fue organizado.
El fracaso de los organizadores fue justamente que no lograron que se sumaran hechos espontáneos a los que debían funcionar como disparadores. Y ese fracaso se convirtió en el mayor triunfo del gobierno. El pobre que tiene trabajo se quedó en su casa y el que tiene la asignación también. El enojado de clase media se alegró con los saqueos pero no salió a la calle como en el 2001. Lo pensó dos veces y se dio cuenta de que no le convenía, de que le va bien. El fracaso de los saqueos puso en evidencia un país con problemas pero contenido, muy lejos de los escenarios caóticos de la hiperinflación de 1988 y el corralito de 2001. Pero trajeron a la memoria aquellos momentos y a sus responsables, muchos de los cuales hoy se hacen los distraídos.
El país no es un paraíso, bajaron mucho la pobreza, la indigencia y la desocupación en relación con 2003, pero son problemas que todavía subsisten y que golpean siempre sobre los sectores más vulnerables. Que no son los caceroleros, ni las patronales rurales, ni los que tienen que pagar Impuesto a las Ganancias. Los problemas están en los miles de trabajadores en negro o con trabajo chatarra que no son incluidos en las protestas de Pablo Micheli y Hugo Moyano. Aun así, esos trabajadores pobres prefirieron su trabajo chatarra al saqueo. Ellos van a luchar por mejorar sus condiciones laborales en vez de saquear un shopping.
Todos los indicios apuntan a sectores de la derecha del PJ, punteros de las distintas variantes del peronismo disidente cuyas bases territoriales muchas veces se mezclan con expresiones gremiales opositoras, en líneas clientelares que se superponen. En ese desorden hay una sintonía que funciona como orquesta en los desmanes. Hay dinero que se ofrece, promesas de que se va a liberar un supermercado, maleantes que son atraídos por la idea del delito fácil y algunos que de buena fe acuden a la posibilidad de mejorar la mesa de las fiestas.
Los corresponsales extranjeros, ideológicamente hostiles en general a los gobiernos populares latinoamericanos, se apresuraron a magnificar los desórdenes y a equipararlos con los de finales de 2001. Anunciaron y festejaron el supuesto derrumbe del país. Se enfocaron principalmente en los planes sociales, a los que en algunos casos definen como mentiras del oficialismo y en otros como medidas populistas que no resuelven los problemas de los pobres.
La evaluación errónea de este pequeño sector del peronismo que incitó y organizó los desmanes terminó por fortalecer lo que quería debilitar. Fue traicionado por una especie de sentimiento triunfalista que en general suele atacar en forma cíclica a la oposición. Se habla de encuestas desfavorables para el oficialismo, de una situación similar a la de 2009 y se festejan por anticipado derrotas que después no se producen. Nunca se sabe si un opositor habla en serio cuando subestima lo que se hizo en estos diez años y describe cuadros apocalípticos, o si lo hace para enfatizar su lugar de opositor. Si cree en lo que dice, seguramente va a derrapar. Este Gobierno ha logrado una empatía con los sectores más humildes que no tenía en 2009. Esa empatía no es militancia, ni siquiera es voto asegurado. Es nada más y nada menos que colocarse en el lugar que estos sectores humildes sienten como más próximo a ellos en política. Esto quiere decir que con poco esfuerzo el oficialismo mantiene un piso que está muy por encima del piso de cualquiera de sus contendientes dentro del peronismo y fuera de él. Y es un piso superior aún al piso histórico del peronismo, que rondó por encima del 30 por ciento.
El 2012 ha sido un año difícil, pero 2013 se anuncia alentador. El Gobierno pudo sortear este año sin tantas bajas sobre la base de un hiperactivismo en el plano de la economía y en el de la política. No es un protagonista que baja los brazos y se deja ganar fácilmente. En cambio, la oposición se mantiene en un punto de ambigüedad. Por un lado actúa como si pensara que el kirchnerismo ya no tiene ningún apoyo, pero por el otro lado no oculta su preocupación ante cualquier posibilidad de re reelección de Cristina Kirchner. Y tanto rechazo quiere decir que piensan que ella es imbatible. Mientras la oposición no achique diferencias, si la Presidenta es imbatible, a cualquier candidato que ponga estará en condiciones de ganarle, aunque la diferencia no sea tan grande.
Ninguna fuerza es imbatible, pero es una equivocación subestimar el impacto que han tenido las políticas sociales, porque allí se ha producido un cambio. Y en ese sentido, ha sido muy útil la experiencia que dejaron los saqueos. En las zonas suburbanas de mayor concentración popular –en el sur y en La Matanza, por ejemplo– prácticamente no se movió nada durante los saqueos. En cambio éstos se produjeron en localidades como Bariloche o San Fernando, en Rosario, Campana y Zárate. Campana es el lugar del país con menos desocupación. Allí se montó un saqueo con grupos de barrabravas que no lograron convertirlo en masivo. En Bariloche y Gobernador Gálvez, se montaron sobre situaciones sociales graves. En el primer caso, por el desempleo originado en la caída del turismo por la ceniza del volcán Copahue, de la que recién ahora se está recuperando, así como por la lentitud del nuevo intendente en dar respuestas. En la localidad santafesina, por las inundaciones recientes que sufrió esa localidad y la misma lentitud del gobierno local para actuar.
El fracaso de los saqueos tiende a expresar que la situación tiene muy pocos puntos de contacto con la de 2001 y que para regresar a un cuadro parecido habría que desmontar varios de los avances que se han producido y a los que la sociedad ya considera como derechos adquiridos.
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