EL PAíS
› OPINION
Se viene la economía
› Por Eduardo Aliverti
Estos últimos días fueron de “plancha”, excepto por la avanzada sobre el PAMI. Qué clase de plancha es ésa y qué sugiere son dos buenas preguntas, para introducirse en lo que puede esperarnos a corto y mediano plazo pero, sobre todo, para otear lo que podría dibujarse en el largo.
Nada ocurrió que equiparase el discurso de presentación y el accionar sobre la cúpula militar de la primera semana, ni la cadena nacional contra los supremos en la segunda. Aguas quietas que apenas si se movieron, más poco que mucho, por el ronroneo en torno de qué ocurrirá con algunas privatizaciones y por el encuentro entre Kirchner y Lula: un besamanos “progre” con obvio discurso de integración regional y respecto del cual ya hace rato que las palabras debieron dejar paso a los hechos. Recién cuando eso ocurra será tiempo de volver sobre el tema.
Tampoco es cuestión de que a cada rato pase algo, porque se correría el riesgo de incurrir –y hasta persistir– en actitudes sobreactuadas, bajo el precepto de que es necesario mostrarse activo a cualquier costo. Sin embargo, debe prestarse atención a ciertos signos. Podrían no ser tal cosa y el periodista, entonces, se equivocaría al señalarlos. Pero es más grande el riesgo de no hacerlo porque supondría relajarse analíticamente. Y eso es de lo peor que podría pasar en un momento de expectación como éste.
El gobierno de Kirchner arrancó a muy alta velocidad en materia de gestos y en apenas dos semanas casi agotó los que podían efectuarse, con sentido de transparencia republicana, sin meterse en esa madre de todas las batallas que sigue siendo la realidad económica y social. Militares, policías, Corte Suprema, servicios de inteligencia, nidos de corrupción más escandalosos, actitud de diálogo con los sectores más combativos. Gestos generalizadamente positivos que no tardarían o no tardarán, según quiera verse, en entrar en pendiente cuantitativa. Sencillo: no hay un número ilimitado de aspectos institucionales desde los que construir imagen progresista y de autoridad. En algún punto del horizonte esperan, con toda firmeza, las decisiones sobre salarios, empleo, trabajo, tarifas, pobreza, indigencia. Y cabe una presunción, justamente a propósito de la “plancha” de esta última semana: que empezaron a cruzarse –todavía de manera muy tímida, hasta imperceptible– el mostrar un semblante de fortaleza gestual (y real, cómo no), basado en el enfrentamiento contra corporaciones del poder político, con las presiones, avisos y amenazas del poder económico.
Esto último es difícil de detectar en las arenas locales, porque el capitalismo argentino se encuentra astillado en varias partículas si de su capacidad de dirección se trata. Al revés de Brasil o de Chile, no hay aquí una burguesía en la que despunte un sector predominante ni, mucho menos, una cabeza que la conduzca de modo más o menos conjunto. Los industriales, el campo, los bancos, el comercio, son representados por varias entidades entre las que no sobresale ninguna, ni hacia dentro del propio sector ni en las mesas de negociaciones con la administración política del país. ¿Qué alcance real tienen instituciones como la UIA o la Sociedad Rural, por citar apenas dos? La década de la rata significó el golpe decisivo para extranjerizar la economía argentina y no hay una burguesía propia capaz de proponer o encarnar un proyecto reconstitutivo, del tipo que fuere. Por eso, cuando Kirchner dice en su discurso de asunción que el punto es marchar hacia un “capitalismo nacional”, la pregunta inmediata es con quiénes, antes que cómo. Y si acaso fuera posible, el interrogante que sigue es cómo se hará para manejar las condiciones objetivas de enfrentamiento con el sistema de poder internacional; conducido, hacia el patio de atrás, por el monstruo de adelante. Los Estados Unidos no están interesados en el desarrollo de ningún capitalismo nacional en la región, y el ALCA es una de las tantas pruebas contundentes. Mientras estas cuestiones que hoy pueden parecer lejanas se preparan para irrumpir, lo cierto es que las facciones de la clase dominante todavía no han dicho nada. Ni a favor ni en contra. Están esperando que aparezcan las decisiones políticas puntuales, para saltar en la defensa de sus privilegios. Y como no saben ni sabrán ir más allá de ahí, si el Gobierno tiene verdaderas intenciones de afectar alguno de sus intereses tratarán de tomarlo por el cuello. No hará falta demasiado. Sin ir más lejos, la falta de crédito, a quiénes se orientaría su reaparición y el nivel de las tasas de interés son asuntos que no pueden seguir esperando cual novia en el andén.
En cambio, desde el exterior sí aparecieron algunas señales más concretas de que las demoras en el campo estrictamente económico no pueden continuar congeladas. La visita de Powell, el anuncio del director del FMI agendando para fines de este mes su cumbre con Kirchner y ya recurrentes advertencias de que hay que ponerse al día con tarifas y renegociación de la deuda, son indicios de una preparación de terreno. Y lo peor que podría hacer el Gobierno, sean cuales fueren sus propósitos, es no prepararse a la par por entender que el juego de mantenerse a la ofensiva sólo en lo institucional tiene cuerda para largo rato.
Precisamente: lo que podría haber despuntado en estos días de plancha informativa es la obviedad de que, tarde o temprano, mengua la artillería de impacto en lo que el convencionalismo define como “político”; y comienza el tableteo de la ametralladora económica.
Otra vez: la Corte, el PAMI, las Fuerzas Armadas, los servicios de inteligencia, son temas importantes. Pero los decisivos siempre recalan en la economía. Y lo más probable es que, muy lentamente, haya comenzado la cuenta regresiva hacia allí.