EL PAíS › OPINIóN
› Por Federico Lorenz *
Regreso a Malvinas en un clima tenso debido a la gestualidad agresiva y obstinada de los dos gobiernos involucrados en la disputa diplomática, potenciado por las vísperas del referéndum que harán los malvinenses.
Afortunadamente, las relaciones entre los hombres son muchas otras cosas además de las prescripciones oficiales acerca de cómo pensarlas y actuarlas. Los vínculos entre el territorio, el pasado y las personas, así como los lazos entre éstas (aun los nacionales), son construcciones sociales en contextos determinados, tanto como lo son las imaginaciones de nuestro futuro.
¿Qué significa reclamar por las Islas Malvinas hoy para una sociedad emergente del terrorismo de Estado, una guerra y una fenomenal reestructuración social y económica bajo cuyas consecuencias aún vivimos? Esta cuestión es esencial para no pensar la cuestión Malvinas desde una matriz que nos confina ya en el irredentismo, ya en el duelo permanente. Las sociedades refundan sus pactos de comunidad. Los muertos no tienen derecho a enterrar a los vivos.
Esto no es una reivindicación del relativismo, sino una invitación a recuperar la capacidad de pensar a largo plazo este tema tan sensible. Debemos redescubrir las Malvinas. Me refiero, sobre todo, a imaginar qué significan hoy para los argentinos, dado que aparentemente como sociedad no hemos renunciado a su recuperación. Estamos obligados a actualizar nuestro pensamiento y nuestras políticas al respecto. Si hay algo perturbador en Malvinas, es su carácter de espejo para devolvernos lo que somos. Deberíamos ser capaces, entonces, de ver también lo que hemos construido de diferente, y lo que podríamos ser. Algunas preguntas al pie del avión:
1. ¿Qué sabemos realmente de las Islas Malvinas?
2. ¿Por qué, si hemos revisado tantas cosas en relación con nuestro pasado, no hemos incorporado la experiencia de la guerra y la posguerra para pensar la cuestión de Malvinas?
3. ¿Debemos seguir pensando y sintiendo “la causa nacional” según la matriz oligárquico-liberal en la que se construyó, retomada por el nacionalismo más variopinto sin apenas cuestionarla?
4. Si pensamos la “situación colonial” con los mismos parámetros que originaron la disputa, ¿cómo hacer para detectar y enfrentar las formas del colonialismo hoy?
5. ¿Seremos capaces de alcanzar una verdad histórica sobre lo sucedido en la guerra de 1982, para que la herida no dificulte la imaginación de un futuro?
6. ¿Inscribimos la historia de Malvinas, varias veces centenaria, en una mirada sobre nuestro pasado moderna, federal, democrática, inscripta en la historia regional y respetuosa de los derechos humanos y las diferencias?
7. ¿Es correcto que usemos la palabra “negociar” si no estamos dispuestos a considerar la posibilidad de “ceder”?
8. ¿Nos atreveremos a pensar, al menos como un ejercicio intelectual, que tal vez no tengamos (toda la) razón?
9. ¿Estamos seguros de que nuestra sociedad está de acuerdo con la idea de no incluir a los isleños en las negociaciones? ¿Qué implicaría hacerlo?
10. ¿Cómo puede ser que nuestro Congreso haya votado a favor de dialogar con un Estado sospechado de participar en un atentado terrorista contra nuestros ciudadanos pero no podemos hacerlo con los habitantes de Malvinas?
11. ¿Estaríamos dispuestos a discutir estas cuestiones en una consulta popular en relación con Malvinas, similar a la de 1984 por el conflicto con Chile?
12. ¿Es menos argentino quien plantee estas cosas?
Todas las respuestas para estas preguntas dependen mucho más de nosotros que de la molesta certeza de que la base militar británica de Mount Pleasant sigue allí, en las islas Malvinas, ese archipiélago demasiado famoso de un Atlántico Sur mucho más vasto, del que somos parte, que no es lo mismo que decir que nos pertenece.
* Historiador.
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