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› Por Washington Uranga
No sería lógico pensar que a partir de la elección del nuevo papa, Cristina Fernández y Jorge Bergoglio han dejado de lado sus diferencias y cambiaron radicalmente las posturas que antes los distanciaron. Sí está claro que con Bergoglio como Francisco cambió el escenario y esto, necesariamente, redefine a los actores. Francisco, en alguna medida, ya no es Bergoglio. Sus responsabilidades y sus preocupaciones son otras. No sólo su grey se amplió a 1200 millones de fieles en todo el orbe, sino que se ha convertido en un referente político y simbólico en el mundo. Esto modifica su forma de posicionarse, la manera de entablar las relaciones. Bergoglio, que es un hombre inteligente, lo sabe y lo pone en práctica. Por eso, más allá de insistir en sus gestos de austeridad y espontaneidad –que también son parte de su estrategia de instalación mediática–, se comporta como lo que es: el Papa.
Cristina Fernández, por su parte, sabe bien que las posibles disputas locales pasan ahora necesariamente a un segundo plano. La Presidenta también tiene mirada de estadista y, de inmediato, evaluó la importancia y el valor que adquiere para la Argentina –y para su propio gobierno– contar con la simpatía y el aval del Papa. De allí la rápida reacción institucional de la Presidenta para convertirse en la primera que saludó al nuevo Papa con un mensaje que algunos calificaron de “frío”, pero que en realidad se adecuó al marco de una relación institucional. ¿Qué se pedía? ¿Que el texto del saludo presidencial desbordara euforia? Si así hubiese sido, la crítica habría llegado por otro lado: la utilización de la figura del nuevo Papa.
Antes del encuentro del mediodía de ayer en Roma, hubo mensajes de parte y parte. Cristina Fernández sumó a la comitiva a Alicia Oliveira, amiga personal del Papa, ex defensora del Pueblo de la Ciudad, jueza exonerada por la dictadura y militante por los derechos humanos que ha defendido a Bergoglio de las acusaciones que se le hicieron de complicidad con la dictadura militar. Un mensaje hacia Bergoglio. Frente a los trascendidos que indicaban que Francisco podría no recibir a Cristina Fernández, el Papa no sólo le concedió la primera entrevista que dio a un jefe de Estado, sino que la invitó a almorzar y a mantener un diálogo privado, con agenda abierta y fuera del protocolo. Otro mensaje.
Entonces, antes de verse las caras, Cristina y Francisco ya sabían que el encuentro entre ambos dejaría de lado eventuales reproches y pase de facturas y los dos concurrieron a la cita dispuestos a “mirar hacia adelante”. Precisamente éstas fueron las palabras que utilizaron algunos integrantes de la delegación argentina cuando se les preguntó cuál había sido el sentido del diálogo.
Al Papa y a Cristina se los vio distendidos y alegres ante las cámaras mientras compartían regalos. Según pudo saberse, el mismo tono se extendió durante el almuerzo privado que compartieron en la residencia provisoria del nuevo papa. El encuentro –para sorpresa de la delegación oficial argentina– duró dos horas y media. Todos suponían que, atendiendo a la recargada agenda papal, la reunión no superaría la hora, como mucho, hora y media. La extensión es otro mensaje de confianza y de reconocimiento de Bergoglio, un hombre a quien no se le escapa este tipo de detalles.
En una comunicación con la prensa, Cristina hizo público algunos de los temas que habló con el Papa. Central es el apoyo pedido para la resolución de la cuestión Malvinas. Nadie dijo lo que Bergoglio opinó sobre el tema, pero su posición se conoce de antemano. Por ese mismo motivo había salido ya al cruce el primer ministro británico, David Cameron, tratando de marcarle la cancha al Papa, casi exigiéndole que no hable como argentino. Lo que sí es importante es que Francisco, ya en su nuevo rol de jefe del Estado vaticano y pontífice de la Iglesia, le dio su acuerdo a Cristina para que dijera públicamente que Malvinas fue un tema de agenda.
Bergoglio también conoce aquellas interpretaciones que apuntan a decir que su nombramiento es una manera de acallar y frenar a los gobiernos y los movimientos populares en América latina. Por eso envió un mensaje a través de Cristina Fernández al mencionarle la idea de la “patria grande” y hacer referencia a San Martín y Bolívar. También cuando le obsequió a la Presidenta el texto del documento de Aparecida (2007), donde los obispos latinoamericanos fijaron su posición sobre la realidad del continente y los desafíos que plantea. Bergoglio fue el presidente, por elección de sus pares obispos, de la comisión redactora de ese texto, que luego fue aprobado en asamblea por más de trescientos obispos delegados de todos los países de la región.
Está claro que los gestos y los mensajes no bastan por sí mismos. No borran el pasado ni determinan el futuro. Sirven, no obstante, para establecer claves de interpretación y, en algunos casos, para generar espacios para nuevos diálogos, otros intercambios. Habrá que esperar los hechos para tener indicios más ciertos.
Es evidente que los temas que trascendieron no son todos los que abordaron en una conversación privadísima entre Cristina Fernández y Francisco durante más de dos horas. Apenas se supo que el Papa también le manifestó a la Presidenta su respaldo a que los jóvenes participen activamente en política. Y también hubo tiempo para repasar los desafíos que Francisco tiene que afrontar en el futuro inmediato de la Iglesia. No se sabe si el Papa se lo dijo o no a Cristina. Pero en Roma se comenta que, pasadas las celebraciones de hoy en San Pedro con la misa inaugural de su pontificado, Francisco se abocará de lleno a dar respuesta a los problemas más urgentes. Por el momento, la medida más importante –aunque provisoria–- ha sido la de confirmar en sus puestos a todos los miembros de la curia vaticana. Pero el Papa tiene en sus manos el documento que prepararon los cardenales Julián Herranz, Jozef Tomko y Salvatore De Giorgi con los resultados de la investigación que les solicitó Benedicto XVI a raíz de las luchas de poder en el Vaticano y las filtraciones de los denominados Vatileaks. Francisco tiene previsto además almorzar el próximo sábado con Benedicto XVI. En el citado informe se encuentran mencionados muchos de los actuales miembros del gobierno de la Iglesia ahora provisoriamente confirmados en sus puestos. A partir de esta misma semana, el papa Francisco va a comenzar a convocar uno por uno a todos los aludidos para escuchar, de su propia voz, sus descargos. Cuando termine con esa ronda, tomará determinaciones. Antes no habrá nombramientos definitivos y no se conformará el nuevo equipo de gobierno de la Iglesia.
Volvamos al encuentro entre Cristina y Francisco. La Presidenta supeditó la visita del Papa a los ajustes que el pontífice pueda hacer en su agenda. Sin embargo, se puede decir que el Papa le aseguró a Cristina que vendrá a la Argentina en el futuro cercano. Julio podría ser una buena fecha, con ocasión del viaje ya programado a Brasil para participar de la Jornada Mundial de la Juventud. Después será cada vez más difícil, dado que Bergoglio no aceptaría llegar al país en medio de los debates de la campaña electoral para las elecciones legislativas.
En el ánimo y en la actitud política de los interlocutores estuvo claro que la idea es “mirar para adelante”, sin que eso signifique desconocer que existen diferencias, ni olvidar los desacuerdos precedentes. Pero los dos saben también que la colaboración entre ambos, desde sus respectivas funciones, puede ser beneficiosa para la Argentina y para el Vaticano y la Iglesia. El nuevo escenario y las nuevas responsabilidades de Bergoglio, convertido ahora en Francisco, generaron condiciones favorables para esta nueva situación.
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