EL PAíS › CRóNICA DE UNA TRANSMISIóN EN DIRECTO DEL INICIO DEL PAPADO DE JORGE BERGOGLIO
Después de la vigilia llegó la transmisión en directo de la asunción de Francisco. Vendedores ambulantes, pancartas del catolicismo, banderines con la cara del Papa, chorizos, bebidas. El festejo de quienes esperan del papa argentino más que señales.
› Por Emilio Ruchansky
A media hora de la trasmisión en vivo y en directo del inicio del papado de Francisco, de la vigilia porteña sólo quedaban unos chorizos secos y arrugados, que los vendedores no se animaban a ofrecer, y un puñado de adolescentes dormidos en el pasto de la Plaza de Mayo. De a poco fueron llegando los mayores, con sillas y nuevas viandas. El piso estaba lleno de paquetes de galletitas y snacks, envases de gaseosas, vasitos de AYSA y distintos panfletos. Un locutor entretenía a los fieles hastiados del frío y la noche nublada pero satisfechos por los conciertos, peñas y la sorpresiva llamada del Papa a las 3.30, que se oyó por altoparlantes. A las cinco llegaron las primeras imágenes de la Plaza de San Pedro en cuatro pantallas colocadas por el gobierno porteño. “Cincuenta pesos la bandera con la cara del Papa”, agitaba un vendedor sobre Diagonal Sur. Los peregrinos apuraron el paso a la Plaza de Mayo, las ventanas de led muestran la Basílica de San Pedro. “¡Qué día precioso allá!”, se admiraba una señora. “Faltó gente acá, éramos más antes”, comentó un fiel, al aire. Y comenzó la función.
Media hora después sonaron las trompetas en el Vaticano y repicaron en la Plaza de Mayo. La primera aparición de Francisco fue ovacionada, mientras los jóvenes de la Acción Católica Argentina, de pecheras azules con la inscripción “servidor”, iban y venían para ultimar detalles. El locutor enumeró los objetos simbólicos que hicieron de Bergoglio el nuevo papa: el palio y el anillo del pescador. “El palio fue confeccionado con lana de cordero”, comentó cuando hablaba el decano, y el locutor señaló: “Es el mismo que dijo ‘Habemus Papam’”, el miércoles pasado.
Llovizna sobre Buenos Aires mientras Francisco recibía las muestras de obediencia de los cardenales. En la Plaza San Pedro predominaba la multitud ordenada, y pocas banderas; en Plaza de Mayo ocurría todo lo contrario. Los vendedores ambulantes tenían un catering infernal: café, té, pan casero, chipás, churros, bolas de fraile, alfajores, garrapiñada y hasta copos de nieve. A las banderas vaticanas y argentinas se sumaron las de la JP Evita. En un costado de la Catedral afloró un pasacalle del Partido Demócrata Cristiano.
Muy cerca de la Pirámide de Mayo, una mujer sostenía una cartulina amarilla escrita con marcador: “Si extrañamos tu mirada, tu sonrisa o tu palabra, la oración romperá las distancias y será encuentro con nuestras almas”. El mensaje es para el Papa y se lo dictó el Espíritu Santo, dijo quien lo sostenía, Mercedes Lanza, ex candidata a senadora por Buenos Aires de los hermanos Rodríguez Saá. “Yo iba a las misas de él. No es distinto de cómo se lo ve ahora. Y es terrible verlo por televisión. Sé que es mi mezquindad de querer tenerlo acá y sé que va a servir al pueblo”, dijo.
No se vieron otros políticos en la plaza, sí algunos funcionarios curiosos asomando desde los balcones de la Casa de Gobierno porteño, de donde pendían largas y angostas banderas celeste y blanco, blanco y amarillo. El sonido del clavicordio que llegaba desde el Vaticano era incesante, adormecedor como el cielo nublado, violáceo por impulso de las primeras luces naturales. Allá pasaban los sermones en latín, italiano, español, griego, inglés y en chino; acá pasaba un rastafari vendiendo collares, señoras que regalaban ramas de olivo y muchachos que ofrecían posters del Papa.
Cuando Francisco comenzó sus rezos, a las 6.30, cientos de fieles locales se arrodillaron. En ese momento tres monjas observaban el piso sucio de refilón, se miraron y sólo atinaron a bajar la cabeza y entrelazar las manos sobre la vejiga. No daba para arrodillarse con el hábito. Frente a la Catedral, los fotógrafos se deleitaban con dos pibes sentados arriba de un cartel de orientación para turistas, tapado con un afiche del Papa y la frase: “Argentino y peronista”. Uno de los muchachos tenía la camiseta de San Lorenzo, el club de Francisco. Dos policías metropolitanos miraban la escena indiferentes. Quedaba todo en familia.
Y en eso llegó el rito de la comunión, el público local se saludó con un beso o un apretón de manos, como un oficial de la Fuerza Aérea, de fajina, que saludó a este cronista. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner fue enfocada por primera vez en la transmisión, sin alterar el clima. Entre el público, que ocupaba poco más de un cuarto de la plaza y calles aledañas, había personas mayores que miraban las pantallas en sus sillas desplegables, con el mate a mano. Se veían hombres de traje, mujeres vestidas para tomar el té, estudiantes con uniforme y ningún extraño de pelo largo.
“Nosotras acabamos de llegar. Vinimos desde Beccar (partido bonaerense de San Isidro). No nos dejaron venir a la vigilia porque estaba toda la juventud y era lo más divertido”, lamentó una Lolita quinceañera, acompañada de cinco amigas. Llegaron en una caravana de autos con algunos padres que se quedaron a trabajar en la Capital, agregó. En el colegio les dieron el día libre si venían. “El Papa me cae rebién, parece tan bueno, tiene una cara de santo”, dijo otra chica, sin dejar de mirar a la multitud en busca de sus compañeros trasnochados.
Las 7 y no se distinguían lugares para dejar donaciones, como se anunció; tampoco los hubo durante la vigilia, afirmaron varios feligreses. Sí hubo curas que confesaban jóvenes y detrás de la Pirámide de Mayo, en la carpa Misionera Católica, precedida de monolitos de San Expedito, Cristo y la Virgen de Luján se ofrecían bautismos. Allí se sumaron 17 nuevos feligreses, aseguró el padre Gustavo, de la capilla Santa Elisa, en el barrio porteño de Barracas. “Vinieron chicos y grandes”, agregó, mientras se sacó la sotana blanca, luego de 14 horas ininterrumpidas al frente de la carpa.
Terminada la transmisión, miles de personas se dispersaron por avenidas, diagonales y calles laterales. “Aplaudamos desde Buenos Aires para que se oiga desde Roma: ¡Viva el Papa! Y con el Papa, ¡viva Jesús!”, gritó el locutor. En la Catedral porteña quedaba un cartel enorme que decía “despedimos al obispo y recibimos al Papa”. Sobre la Avenida de Mayo se reiteraban decenas de afiches con la cara de Francisco, con su nueva investidura, y la frase “Viva el Papa”. Muchos tapaban los rostros de otros afiches dedicados a “los 30 mil compañeras y compañeros detenidos desaparecidos”, al acercarse un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1976.
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