EL PAíS
› ISABEL ALLENDE, HIJA DE SALVADOR ALLENDE, A 30 AÑOS DEL GOLPE
“La transición no ha terminado”
En septiembre de 1973 escapaba con su madre en el avión presidencial de México, empezando un exilio de 17 años. Ironías de la historia, hoy es la presidente de la Cámara de Diputados de Chile y un activo factor en los cambios de su país. En este diálogo, un balance de la historia y de las tareas en un Chile todavía con senadores pinochetistas vitalicios y comandantes en jefe inamovibles.
Por Francesc Relea
–¿Siente frustración por el hecho de que el responsable del golpe y de la muerte de su padre no haya sido juzgado en Chile?
–Sí, y no, para ser honesta. Siento una cierta frustración porque creo que finalmente hubo una debilidad al aceptar la petición, a mi juicio muy indigna, que hicieron los abogados del dictador en nombre de Pinochet, que prefirió pasar por loco, insano, demente y senil, a enfrentar a los tribunales. Claramente, se acogió al único resquicio legal que podía evitarle el banquillo. Supuestamente sufre una demencia senil que le impide declarar. Demuestra una vez más que todavía el Poder Judicial en Chile no tiene el ciento por ciento de autonomía. Pero, por otro lado, tengo que subrayar una vez más: gracias, juez Garzón, porque fue gracias al proceso que inició el juez Garzón, que tuvo detenido a Pinochet quinientos cuarenta y tantos días en Inglaterra, que cambió sustantivamente la imagen y la situación en Chile. Por primera vez, el tema de los derechos humanos estuvo en el centro de la discusión. Ya nadie duda hoy de la responsabilidad directa de Pinochet y del Estado en los delitos más graves, y que fue una política de Estado, con la gente del Estado, pagada por el Estado. ¿Qué balance hago? Aquellos quinientos cuarenta y tantos días me sentí contenta, porque demostraron lo importante que es que no haya impunidad. Siempre dije que prefería que el juicio se hiciera en Chile y no afuera, y que era una oportunidad de mostrar que Chile era capaz de juzgar a Pinochet. Fue a medias capaz. O sea, le logró quitar la inmunidad y quedó en condición de imputado. Cuando alguien pierde la impunidad es porque hay bases como para enjuiciarlo. Irrita ver que aquel resquicio legal que le salvó del juicio le permite darse sus paseítos. Todo el mundo se da cuenta de que está en sus cabales. Pero, por otro lado, es absolutamente una figura del ocaso. Creo que el lenguaje es otro, los desafíos son otros, la mirada es otra, y enhorabuena.
–Usted escribió, poco antes de que las autoridades británicas liberaran a Pinochet, que si no era juzgado en Chile se demostraría que la transición no había terminado. ¿Cree que ha concluido?
–No. Hay todavía indicios de una transición no concluida. Nosotros tenemos una Constitución que no refleja el ciento por ciento lo que debe ser un verdadero sentir democrático de un país. No es posible que a 12 años de la transición todavía no hayamos podido terminar con esos senadores designados. En este momento tenemos incluso senadores vitalicios. Personalmente, no me gusta como figura, aunque separo lo designado como vitalicio, el vitalicio de un ex presidente al menos fue elegido democráticamente; en cambio, un designado es a dedo. Creo que una Constitución que impide al presidente remover a los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas no refleja la voluntad de los ciudadanos, y lo que es más grave, el sistema electoral binominal extorsiona, a mi juicio, el sentir del voto ciudadano, porque de alguna manera a esa minoría le da una mayor representación de lo que verdaderamente le corresponde en estricto sentido. Hay otras cosas, como la excesiva competencia de los tribunales militares, sobre las que no me quiero extender, que son reflejos de una transición no concluida.
–¿Qué tiene que pasar en Chile para que se pueda decir que la transición ha terminado?
–Tiene que pasar lo que quizá está pasando ahora. Estamos a 30 años del golpe, las pasiones se decantan, los estados de ánimo son diferentes, la derecha se ha alejado de Pinochet. Hoy en día no hay pinochetistas furibundos, salvo alguna excepción. El candidato de la derecha para el 2005, Joaquín Lavín (actual alcalde de Santiago), no habla con Pinochet, ni se fotografía con Pinochet, ni quiere recordar que fue funcionario de Pinochet. Lo mismo sucede con todos los dirigentes máximos de los partidos que fueron pinochetistas. Además hay una camada de dirigentes más jóvenes que no tiene los grados de identificación de lo que eran antiguos dirigentes más pinochetistas. En resumen, ellos mismos se empiezan a darcuenta de que en algunas cosas por lo menos tal vez ha llegado la hora de cambiar.
–¿Usted considera que el presidente Ricardo Lagos es socialista, como su padre?
–Nunca va a ser como mi padre. Sí representa lo que hoy es ser socialista. Claramente no es lo mismo que un socialista de los setenta, aunque para mí y para los socialistas esos ideales siguen vigentes en el sentido que nosotros luchamos por una sociedad con igualdad de oportunidades. Nuestra sociedad es muy discriminadora, de grandes desigualdades y de bastante exclusión. Eso es quizá una de mis frustraciones después de 12 años de gobierno de la concertación. Reconozco los avances, pero me hiere pensar que es una sociedad que discrimina, que es muy desigual y con graves problemas de concentración de ingresos. No tenemos, como existe en Europa, un sistema universal de educación, salud y pensiones. No hay una red de protección social. Esos son nuestros desafíos. En ese sentido, a mi juicio sigue siendo plenamente vigente que los socialistas enarbolemos la bandera de una sociedad que no sea ni tan excluyente ni tan discriminatoria.
–¿Cree posible una celebración conjunta de civiles y militares 30 años después del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973?
–Yo conversé con la ministra de Defensa, Michelle Bachelet, el día siguiente que empezó a aparecer en la prensa esto, nos encontrábamos en la inauguración de una biblioteca en el Partido Socialista. Lo que ella quisiera es que estos 30 años sirvieran efectivamente como punto de encuentro y que los distintos actores seamos capaces de mirar 30 años atrás y lo que tenemos por delante. De ninguna manera eso pueda significar ni perdón, ni ley de punto final, ni amnistías colectivas. Yo no tengo ningún problema en decir algo que señalé cuando asumí la presidencia de la Cámara de Diputados: estos 30 años nos obligan a los chilenos a reencontrarnos, siempre y cuando sea sobre la base sólida de que todos asumamos que nunca más puede ocurrir lo que ocurrió. Eso significa que bajo ninguna circunstancia y bajo ninguna condición ningún actor puede romper el orden institucional democrático.
–¿Hay que dejar de investigar las violaciones de derechos humanos cometidas durante la dictadura?
–No, no, al contrario. No podemos dejar de investigar. Los tribunales lo tienen que seguir haciendo, los familiares tienen que seguir reclamando justicia. Es un derecho inalienable y bajo ninguna circunstancia ni la ministra Bachelet ni yo estamos disponibles para una ley de Punto Final, ni perdonazos, ni nada parecido. En absoluto.
–¿Qué significa para usted la palabra reconciliación?
–Yo no tendría ningún problema hoy en día para sentarme a dialogar con miembros de las fuerzas armadas u otros actores de las mismas características. Probablemente, esto era inimaginable hace 10 o 15 años. Ahora hay mejores condiciones, pero ese diálogo tiene que implicar que cada uno represente lo suyo. Yo puedo entender que un alto oficial de las fuerzas armadas diga que los militares fueron empujados, de alguna manera, por un mundo civil para hacer lo que hicieron. Yo le podría contestar en ese diálogo virtual: mire, yo creo que el tema es nunca más. Nadie los tiene que llamar ni ustedes tienen que sentir que tienen que actuar ante esa llamada. Porque creo que el orden democrático no se rompe. Si hay una crisis política, los actores responsables civiles tendrán que saber salir de esa crisis política, no tiene que ser la solución de la fuerza ni de las armas.
–¿Qué le diría al comandante en jefe del ejército si la llamara para conversar?
–Le diría: mire, yo entiendo que usted tiene la presión de los militares retirados, que se sienten violentados cada vez que son citados por los jueces. Para ellos esto es siempre un verdadero terremoto. Pero yo tengo que contestarles, la Justicia es la Justicia y es igual para todos.No veo por qué usted que viste uniforme va a ser distinto; excepto Pinochet, que prefirió pasar por insano, el resto de la gente si es convocada por la Justicia tiene que ir a la Justicia.
–¿Estaría dispuesta a perdonar?
–Si no hay toda esta base primero, no tengo por qué actuar de antemano. No tengo ninguna dosis de odio, ni revanchismo. Nunca la he tenido. El perdón es un acto totalmente individual, pero me gustaría ver un cambio de actitudes en otros sectores, porque también es cierto que aquí se carga contra las fuerzas armadas, pero se dice cada vez menos de los civiles que fueron grandes impulsores, ideólogos y responsables. Estuvieron en el gobierno militar, los asesoraron, o sea, aquí los civiles se han escurrido, y de verdad siento que es injusto. Entonces, más que perdonar, que es un acto muy individual, en mi fuero interno no tengo ningún odio, ningún rencor, pero sí me gustaría lo que llamo esta común valoración.
–¿Hasta dónde piensa que ha cambiado el ejército?
–Creo que es interesante lo que está ocurriendo. El actual comandante en jefe del ejército hace un esfuerzo serio por sacar adelante lo que es su gran preocupación: la modernización del ejército. Veo que está abierto a conversar sobre algunas modificaciones del servicio militar obligatorio; veo una disposición clara de que la Justicia se tiene que cumplir; cuando ha habido procesamientos a militares en activo o retirados, simplemente ha guardado silencio, porque dice que los tribunales tienen que cumplir. Eso demuestra que está cumpliendo lo que dice, creo que está preocupado sinceramente por lo que él llama la amistad cívico-militar. Y se trata de eso, de acercar esos mundos que han estado demasiado separados.
–Usted ha hablado de un diálogo virtual, pero en esos 30 años el contacto directo entre civiles y militares ha sido escaso.
–En mi caso personal, poquísimo, inexistente prácticamente, porque he pasado largos años en el exilio. Como diputada, nos hemos encontrado en algunos lugares. Hoy mi rol es distinto.
–Recordando la frase más universal que dijo su padre antes de morir, “volverán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre”, ¿asiente que han vuelto, 30 años después?
–Bueno, aunque con restricciones, estamos en democracia, que es una enorme diferencia entre una dictadura y una democracia. A mí me gustaría que esta transición estuviera mucho más construida, me gustaría que las alamedas fueran más anchas. Ese es nuestro desafío. Y en algunas cosas somos nosotros quienes hemos fallado, en otras son estos vestigios del pasado, esas ataduras... No hemos podido hacer las reformas más profundas porque simplemente no contamos con la voluntad de la derecha. Y sin la voluntad de la derecha no hay manera de hacer las reformas por la exigencia de los quórum institucionales, entonces todo es un círculo cerrado. Por eso, pienso que ahora, en estos 30 años, empieza a haber un cambio que espero que nos permita ir despejando eso. Sí hay alamedas, pero no todo lo anchas que yo quisiera o que probablemente soñó mi padre.
–Usted promovió una ley de divorcio que en Chile todavía no ha sido aprobada.
–Sí, durmió cinco años escandalosamente en el Senado, y ha avanzado muy lentamente. Estamos a la espera en la comisión parlamentaria, y lo que me parece inaceptable es que algunos senadores quisieran poco menos que condicionar la aprobación de esta ley a los Tribunales de Familia, que no tendrán plena vigencia hasta fines de 2005. Es vergonzoso que los senadores pongan condiciones a la aprobación de una determinada ley.
–O sea, ¿no es realista pensar que el gobierno de Lagos va a terminar su mandato con una ley de divorcio decente aprobada?
–Creo que en este país existen elementos conservadores de tal magnitud que no puedo asegurar que esa ley va a ser todo lo decente. Es decir, que no sea tal la carrera de obstáculos para que una pobre persona se pueda divorciar que al final no pueda hacerlo por falta de plata, de asesoría, y no logre ir ante un notario. Me parece una vergüenza.
–¿Tiene usted la sensación de que la figura de Salvador Allende, aparte de ser odiada por la derecha más pinochetista, incomoda a sectores de la Concertación, y no sólo a la Democracia Cristiana, que apoyó inicialmente el golpe militar?
–La he tenido, pero ya un poco menos. Cuando volví a este país después de 17 años de exilio estaba acostumbrada a otra cosa. Salvador Allende era aún referente obligado universal, generaciones de socialistas me decían: “Yo entré al partido por Salvador Allende, por su ejemplo”. Estaba acostumbrada a que se hicieran jornadas de reflexión, a partir de la experiencia y del referente llamado Salvador Allende. Y llegué a Chile hacia el año noventa y me encontré con un verdadero veto; la gente no se atrevía a hablar, ni de la Unidad Popular; muy poco de Salvador Allende y casi de manera vergonzante. Creo que es cierto, que ha sido así, así lo viví yo, y así encontré este país. No en la memoria popular, me refiero a los dirigentes, a los estamentos públicos más notorios. Lo he visto en todos los sectores, incluido el Partido Socialista. Pero bueno. Puestos a ser benignos, podemos decir que el golpe fue tan traumático que la gente tiende a protegerse, y de ahí los dolores, las cicatrices. Una mirada más crítica nos muestra cuánto penetraron 17 años de dictadura, cuánto ha penetrado esta implacable campaña que hubo durante 17 años contra los políticos, contra Salvador Allende, contra la Unidad Popular, de tal manera que lo impregnó todo. En consiguiente, este halo conservador no sólo se manifiesta en el divorcio, sino también en cómo es nuestro país, porque aquí hay dos grandes cadenas que ocupan el 99 por ciento de la prensa escrita, y tampoco tenemos respiro en la televisión, no hay alternativas, prácticamente no tenemos. Sólo nos queda el cine. Si yo quiero de repente sustraerme de ciertos mensajes, no puedo. Y todo esto ha hecho que este país durante años haya tenido una reacción muy timorata, de reivindicar; por ejemplo, la dignidad de la política, el oficio de político, y reivindicar abiertamente la imagen de Salvador Allende. Reivindicar, en definitiva, cosas buenas y errores.
–¿Cree usted que, su padre era más liberal que la izquierda actual, sobre todo en las cuestiones morales?
–Bueno, por un lado está la influencia de la Iglesia Católica, que no es poca; que también existía en aquella época, pero quizá no con la fuerza que tiene hoy. Porque siempre ha existido y además la población chilena es mayoritariamente católica. Hoy día el censo ha demostrado que ha disminuido un tanto, pero en la época de mi padre seguramente más del 80 por ciento del censo se definía católico. Creo que definitivamente hemos retrocedido desde el punto de vista de los valores. Hay un conservadurismo en alza y creo que hay una emergencia de ciertos valores que uno se queda un poco sorprendido. Aquí hay una mezcla muy rara. Tenemos elementos muy conservadores en los valores, lo moral, y en lo político, y tremendamente abiertos a la libre competencia para que el mundo privado se haga cargo de cualquier cosa. Se produce una contradicción porque en el plano económico hay cero regulación. Aquí hubo una oposición para hacer una campaña para prevenir el sida en algunos canales de televisión que se negaban a pasar los sports, mientras la Iglesia decía que lo más sano era la abstinencia. Es una vergüenza que como país no digamos la verdad. Los jóvenes no sólo no se van a limitar a la abstinencia y, por lo tanto, es una irresponsabilidad no hacer una política pública clara para prevenir embarazos y el sida. La libertad es sinónimo de responsabilidad, pero tenemos que dar herramientas a la gente para esas responsabilidades; por lo tanto, tienen que saber cómo comportarse, cómo prevenir embarazos, cómo evitar el sida, y hay que decir las cosas por su nombre, porque en este país las palabras condón o preservativo parece que están vetadas.
–¿Cómo le gustaría que vivieran los chilenos este año, cuando se cumple el 30 aniversario del golpe?
–No es fácil. Pero de la misma manera que me he quejado de la autocensura y de la incapacidad de reivindicar cosas que son totalmentereivindicables, empiezo a ver señales distintas. Ya se habla mucho más de Salvador Allende; empieza a haber más homenajes, hay más conferencias, hay más calles, más avenidas, hay jóvenes que demandan más saber, hay más documentales. Creo que los chilenos tenemos que aprender no sólo a dialogar, sino que ese diálogo nos ayude a asumir lo más trascendente, que es que nunca más pueda volver a ocurrir lo que ocurrió. Yo no puedo aceptar que nunca más nadie, ni un señor de la extrema derecha, ni un señor del ejército, ni un señor de la extrema izquierda, crea que el mejor camino sea volver mañana a intentar recuperar algo por la vía de la fuerza.
–¿El gobierno y el Partido Socialista van a recordar el 11 de septiembre juntos, o cada uno por su lado?
–Siempre hemos hecho cosas, pero muy pocas conjuntas, más bien separadas. Yo pienso que estos 30 años están provocando bastante impacto en el mundo internacional y me imagino que eso repercutirá en nuestro mundo nacional. Hay un montón de iniciativas en muchos países. El mundo se está moviendo, lo que obliga acá al gobierno a tener una conducta mucho más clara, más abierta, menos vergonzante, más abierta de decir: sí, son 30 años, la sociedad chilena no sólo merece reflexionar, sino el derecho de reivindicar la memoria.
–¿Aspira a desempeñar actividades políticas de mayor responsabilidad?
–Creo que ser presidenta de la Cámara es una tarea bien importante. Si me está preguntando si estoy pensando en la eventualidad de una candidatura a la presidencia de la República, para decirlo con toda claridad, no me veo en esa situación. Pero quiero señalar que tendría pleno derecho, como cualquier ser humano o actor político. Creo que por primera vez en este país hay un espacio que antes no teníamos las mujeres. Si logro hacer una buena presidencia de la Cámara de Diputados, ojalá así sea, demostraré que las mujeres tenemos condiciones y capacidad como cualquier otro actor, y que no sólo tendría que haber presidentes, sino presidentas. Creo que por primera vez, con el presidente Lagos, las mujeres hemos tenido las más altas responsabilidades, como los ministerios de Salud, Educación, Justicia, etcétera, y ahora, Defensa, Relaciones Exteriores. Las mujeres tienen la oportunidad de demostrar que son confiables, que la población las siente cercanas, que está dispuesta a respaldarlas y, por primera vez, están ahí con posibilidades de ser candidatas para la presidencia de la República. En ese sentido, la respuesta es sí. Ahora, si en lo personal a mí me gustaría ejercer la presidencia, de verdad, me gustaría como mujer demostrar que se puede, pero de ahí a querer hacerlo...
–¿Cuál sería el mayor obstáculo para llegar al Palacio de la Moneda, su condición de mujer o su apellido?
–En mi caso, las dos cosas. Todavía no se ha vencido al ciento por ciento el obstáculo como mujer, claramente todavía hay bastantes prejuicios y todavía les cuesta a los hombres entregar o compartir poder. Nosotros decimos que queremos compartir y no competir, pero a los hombres les da cosa entregar esa porción de poder. En cuanto a mi apellido, obviamente genera en algunos sectores rechazo o poca inclinación y simpatía, pero, por otro lado, si hay algo que ha estado presente en la memoria popular es el nombre de Allende. Yo represento como diputada comunas populares del área sur de la región metropolitana, La Pintana. En total unos 800.000 ciudadanos. Y es muy impactante cómo está presente en ellos el nombre de Salvador Allende. Cada vez que voy a una reunión, un encuentro, o a la actividad que sea, se me acercan y me dicen: “No la conocía, qué bueno poder saludarla, estrechar su mano, me acuerdo de su padre”. Hay un cariño, un afecto, una cosa fantástica. Tengo plena conciencia y me siento muy orgullosa de que ese recuerdo está muy vivo; han pasado 30 años y la gente lo tiene aquí, en el corazón. Es muy fuerte.
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