EL PAíS › OPINIóN
Las primarias y las elecciones nacionales están cerca, aunque no parezca. Los escenarios más extremos imaginables, que no son los más factibles. Las perspectivas más posibles. La centralidad de la Presidenta, un dato duro. La oposición arriesga mucho, cómo juega eso en relación con la unidad. Algo sobre el piso que subió y los desafíos para los años por venir.
› Por Mario Wainfeld
Las elecciones serán en octubre, las primarias en agosto, en junio deben cerrarse las alianzas electorales. Es mucho tiempo en el devenir de la economía nacional y mundial o de la sociedad argentina. Es poco en términos de armados, acuerdos, listas y operaciones políticas que se mueven con delay.
Los pronósticos son imposibles, cuando se desconocen las ofertas, las ententes y la abrumadora mayoría de los candidatos. Sí se pueden explorar las coordenadas del escenario, asumiendo que el futuro es indeterminado y que ni siquiera se conocen todas las variables del juego. No hay profecía en las líneas siguientes, sí el esbozo de un “cuadro de situación”.
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Hipótesis de máxima: se eligen, en el plano nacional, diputados y senadores. Las consecuencias serán también nacionales, aunque las disputas son territoriales, porque cada distrito elige a sus representantes.
Puestos a imaginar, digamos que hay dos resultantes extremas que podrían darse en el terreno de las hipótesis. Por un lado el “fin de ciclo” que auguran las oposiciones mediática, política y académica. Por el otro, dejar lisito el camino para la búsqueda de la re-reelección de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Digamos, de entrada, que ninguno de esos horizontes es el más factible.
No es simple fijar una tarifa apriorística de qué guarismos propiciarían un escenario u otro siempre sin determinarlo de modo inexorable. Arrimemos el bochín, tan sólo. Una debacle del Frente para la Victoria (FpV) sería estar por debajo de su (baja) acumulación de 2009, o sea rondar el 30 por ciento del padrón o menos. Con esas cifras hasta podría perder su ajustado control de Diputados y el más holgado en Senadores. Y, aunque se descuenta una merma en la disputa de medio término (que polariza menos y pluraliza más), también implicaría bajar más de 20 puntos porcentuales respecto de la marca record del 54 por ciento alcanzada en 2011.
Veamos el caso inverso. La reforma constitucional previa al planteo legal de la re-re exige dos tercios de los miembros de cada una de las Cámaras legislativas. En Diputados, el oficialismo puede ganar terreno porque renueva las contadas bancas obtenidas en 2009. Pero en el Senado sólo se releva un tercio de los curules, contra los resultados de 2007, auspiciosos para el FpV. El consultor Artemio López ha hecho un interesante ejercicio de simulación en base a diversos resultados y concluye, en general, que para el oficialismo sería un gran resultado conservar sus bancas senatoriales. Claro que con un veredicto plebiscitario podría generarse un clima político para catalizar la reforma constitucional incluso sin contar de movida con las mayorías parlamentarias requeridas al efecto.
Repitiendo, por última vez, las salvaguardas apuntadas: el ojímetro del cronista pondera que esa perspectiva sólo sería accesible si el FpV es apoyado por el 40 por ciento del padrón o algo más. Un número tremendo a diez años de vigencia, una cifra que puede servir para ganar las presidenciales en primera vuelta si la oposición se disgrega.
Lo más imaginable, cree este cronista, es otro desenlace. Uno que deje primero al FpV, que mejore su dotación en Diputados y que implique para los años siguientes la perspectiva cierta de “otr@ candidat@” para el kirchnerismo. Que mantenga la ecuación del Congreso nacional, la legitimidad presidencial y las claves de la gobernabilidad. Y que sostenga a la presidenta Cristina como la conductora indiscutida de su fuerza, la única figura con liderazgo y un partido nacionales.
Si octubre habilitara un horizonte de transición sería una tamaña novedad. Que Cristina Kirchner se sostuviera como centro del firmamento es, en cambio, una larga costumbre.
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En el centro del ring: encuestadores de renombre, de distintos “palos” (asesores del partido de gobierno o de sus antagonistas) concuerdan. “Todo gira alrededor de Cristina”. Los focus groups de ciudadanos comunes discuten exclusivamente (o casi) sobre “ella”. Elogian, apostrofan, se alinean a favor o en contra, cavilan... lo que fuera según la región o la integración social del grupo. Pero los demás dirigentes no forman parte esencial de sus conversaciones. Un liderazgo no es, apenas, adhesión de la fuerza propia: también se integra con la centralidad en el pensamiento de los demás.
La oposición no cuenta con un referente indiscutido, ni con dos o tres. He ahí uno de sus karmas, que pareció tener resuelto tras el conflicto con el campo cuando contaba con varios presidenciables que se fueron licuando en su propio jugo.
Hasta sin conseguir (o sin buscar) un tercer mandato, la Presidenta controla a su fuerza, por consenso de sus bases populares y de la dirigencia del sector. Si el mazo la fuerza a buscar “su Dilma Rousseff”, todo indica que estará en posibilidad de hacerlo. En tal caso, es casi seguro que el FpV y sus oponentes tendrán que computar dos datos. El primero: no hay en la Argentina hoy día políticos de la talla del ex presidente Néstor Kirchner o de Cristina. Ninguno con su inventiva, su capacidad de construir o conservar poder, su aptitud para la ruptura, la de desafiar al statu quo, la de acertar y hasta de equivocarse a lo grande.
El otro sería que Cristina fuera de la Casa Rosada (aun en la hipótesis de quedar en la oposición) contaría con un predicamento y un capital político que ni rozaron antaño los ex presidentes Raúl Alfonsín, Carlos Menem o Eduardo Duhalde. A Fernando de la Rúa ni se lo inscribe en esta comparación por razones obvias.
Los dos presidentes del FpV consiguieron una hazaña que es conducir para un proyecto de centroizquierda avanzado a una fuerza compuesta abrumadoramente por dirigentes de centroderecha, en especial quienes gobiernan provincias o municipios. Cabalgar el elefante del PJ es trabajoso, enfilarlo a todos los cambios sucedidos desde 2003 un logro fuera de lo común. Claro que no se consiguió desalambrar los poderes territoriales de la mayoría de los intendentes o “gobernas”. Siguen siendo taitas fronteras adentro, lo que tira para abajo al proyecto nacional del FpV. Paradojas te da la vida: la mejora ocurrida desde 2003 “subsidió” las reelecciones de los líderes locales o el mantenimiento del control político. Cuando la marea sube, todo flota: anche los aliados con remilgos o los rivales. Ser oficialista en lo local es, desde 2003, muy buena credencial para ir a las urnas. Hay excepciones, sobre las que algo se dirá después.
Hilando un poco fino, sólo dos o tres mandatarios provinciales pueden clasificarse como estrictamente kirchneristas, si uno se pone exigente. Quién sabe sólo son dos, un mesopotámico y un cuyano. Uno con recorrido largo como gobernador y otro que recién arranca el suyo.
El sostenimiento de la gobernabilidad y del centro del escenario para los dos años próximos sólo podrían no advenir si el “fin de ciclo” fuera catastrófico lo que no suena como lo más factible.
Por ponerlo de otro modo: un poskirchnerismo algo más sosegado es un derrotero imaginable si el FpV conserva primacía o altos grados de legitimidad. Eso sí, habrá que ver cómo se conjuga la interna peronista.
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Dilema para los binorma: el gobernador Daniel Scioli y el intendente de Tigre Sergio Massa son figuras destacadas en las mesas de arena. Hasta acá fungen de candidatos virtuales y binorma: pueden jugar con el oficialismo o para “la opo”, en los papeles. Los poderes fácticos y mediáticos los chucean para que crucen el Rubicón, ya. Pero el Rubicón es hondo y frío, la otra orilla queda lejos. Tal vez los dos privilegien no empaparse del todo este año. Sería bastante sensato de su parte porque jugarse todo antes de tiempo puede ser un viaje hacia la derrota. Scioli sabe que ponerse de punta con la Casa Rosada le dificultaría aún más su floja gestión provincial. Conserva una sorprendente imagen pública que ha conseguido evitando pelearse con nadie. Sus enemigos, proclama el gobernador, son el delito y la droga: en ese combate no le va muy bien que digamos. Por añadidura, las encuestas le sugieren cautela. Con los colores del FpV, Scioli es un candidato expectable. Si se permite una comparación con un tema menos árido, no será el Bayern Munich pero sí quizás algo así como Lanús, un aspirante con perspectivas en las ligas locales. Si se pasa de bando se parece más a cualquier equipo, que brega por no irse del Nacional B.
El cronista reconoce que no le cierran las altas perspectivas que le otorgan muchos encuestadores a Massa. Respeta los saberes de éstos, pero deja a salvo que su olfato le dice otra cosa sobre todo cuando de la escena nacional se habla.
En “la provincia”, Massa divulga que pide pista para la interna del FpV en agosto. En el kirchnerismo, las opiniones se dividen: una minoría prefiere “dársela”, la mayoría mociona negarle esa chance. Se habla de las opiniones de quienes no deciden, así sean dirigentes de rango alto, que podrían encabezar o embellecer listas. La decisión descansa en las exclusivas manos de la Presidenta.
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La herencia de 2009: en el 2009, la diáspora opositora juntó muchos votos y bancas. Ahora las arriesga. La Coalición Cívica y Proyecto Sur ponen en juego todas e irán desprendidos de muchos aliados de entonces. Son fuerzas casi metropolitanas, esa es una explicación posible de la (por lo demás indescifrable) alianza entre los diputados Elisa Carrió y Fernando Solanas.
El radicalismo afronta un gran desafío. Es el único partido opositor con alcance nacional, el que tiene más intendentes, más legisladores provinciales o nacionales. Dos tercios de sus diputados deberán irse y luce muy peliagudo que la UCR pueda conservar tamaño caudal. La consunción se observa en otros terrenos. En 2007, los boinas blancas perdieron tres provincias, dos a manos del FpV: Mendoza, Chaco y Tierra del Fuego. En 2011, mordió el polvo en Catamarca y en su mejor bastión, Río Negro.
En Santiago del Estero, el gobernador es un radical “(muy) K”. Así que a las huestes de Yrigoyen y Alem le queda una sola provincia propia que es Corrientes. En estos dos distritos hay elecciones ejecutivas este año.
Con una sola provincia bajo su mando la UCR está, en ese rango, a la altura del imbatible Movimiento Popular Neuquino (que se sostiene desde el regreso de la democracia) y del partido fueguino de la gobernadora Fabiana Ríos, que acollaró dos mandatos en una provincia de preferencias muy fluctuantes. Caer más bajo es un temor sensato.
La necesidad de mantener el poder propio, que se trasunta claramente en esos ejemplos, es una explicación racional o hasta inteligente para las dificultades de “la unidad de todos” que reclaman desde afuera de la política real. Da la impresión de que el conjunto opositor perderá diputados y desde luego nadie quiere ser el pato de esa boda. El establi-shment, los formadores de opinión, pueden permitirse ser generosos con el patrimonio de otros... es un altruismo barato. Los dirigentes con carrera recorrida están forzados a advertir la complejidad, así más no fuera por una cuestión de supervivencia.
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No hay equipo: el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, es el único presidenciable nítido entre la oposición. El PRO es favorito para llegar por primera vez al Senado, ganando las dos bancas de mayoría en la Ciudad Autónoma. Los precedentes lo favorecen, puede desinflarse bastante y conservar el primer puesto. Deberá sudar más para mantener las ocho bancas de sus diputados que terminan mandato. La Capital y Santa Fe son los distritos en que la camiseta amarilla puede pelear el primer puesto, si repite desempeños de dos años a.
PRO no es, ni por asomo, un partido con implantación nacional.
Sus rivales “internos” no están mejor porque carecen de un liderazgo. Y sus necesidades no convergen fácil, ya se dijo. El senador radical Ernesto Sanz comentó ayer que será difícil que haya un solo candidato opositor en 2015. Es sentido común político, compatible con sus ambiciones. Sanz ya quiso candidatearse en 2011, el diputado Ricardo Alfonsín conmovió más al corazón radical y a pocos más. Sanz anunció su afán de revancha a las primeras espadas de los diarios Clarín y La Nación, en sendas comidas. No le dirán que no, tampoco se entusiasmarán. El legislador mendocino enfrenta astillas del propio palo. El ex vicepresidente Julio Cobos quiere ser candidato a diputado en la provincia de ambos. Imposible saber cómo le irá. Sí se puede insinuar que, en la eventualidad de ganar, Cobos podría ser el radical que saldría mejor parado en octubre. Si perdiera, quedaría machucado. Que un personaje tan deslucido, taimado y desabrido, a la vez, siga en carrera es un síntoma de la anemia opositora.
Del peronismo federal, se habló en una nota publicada anteayer. A ella remite el cronista, para no repetirse, que es aburrido.
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A contrapelo de la historia: ¿es forzoso para desalojar al oficialismo que sus competidores tengan un programa alternativo? Tal vez no tanto como predican los kirchneristas. El hastío ciudadano puede pesar más que un proyecto. Si se mira con la perspectiva que dan los años y asumiendo enormes diferencias, la Alianza llegó con las banderas “no a Menem y no a la corrupción”. Las maquillaba un cachito. Y contaba con una dote inexistente ahora: dos grandes dirigentes armando y haciendo discurso, Raúl Alfonsín y Carlos “Chacho” Alvarez. Pero la propuesta era “más de lo mismo” renovando elencos, estilos y sumando transparencia.
Es extraño porque, en aquel entonces, la Argentina clamaba por cambios copernicanos. El paradigma neocon, privatizador e individualista tocaba a su fin.
Ahora, puede pensarse cualquier cosa del kirchnerismo. Pero cuesta imaginar que dirigentes con ansias de ser votados por mayorías populares deseen revertir el desendeudamiento, el fortalecimiento del poder del Estado (arcas incluidas), el resurgimiento de la clase trabajadora y los sindicatos, sólo para empezar. Para continuar: la Asignación Universal por Hijo, la universalización de las jubilaciones, la ampliación del presupuesto educativo, el cuasi pleno empleo. Todo puede (y debe) mejorarse mucho, pero ese piso no debe bajarse.
Para colmo, sería difícil hacerlo porque quitar conquistas es peliagudo en la Argentina. La dictadura lo logró, con métodos atroces e irrepetibles. Menem lo hizo en una coyuntura fatal. La pesada herencia dictatorial, la inoperancia del radicalismo para modificarla, la hiperinflación, la pérdida de fe ciudadana en el sistema democrático. En otro contexto, la tentación de volver atrás coquetea con la imposibilidad, la resistencia popular y la represión.
Otra es la escena actual. Mantener las vigas maestras del kirchnerismo sería mucho más sensato (aun en términos de conservación del poder) para sus alternativas. Con esta receta y no con otras se mantuvo gobernabilidad, se logró crecimiento y parcial redistribución de la riqueza. Y votos, ya que estamos.
Registrar ese cambio sería pura lucidez, que no abunda en el staff opositor. Por eso su apuesta básica, filo exclusiva, es el desgaste del kirchnerismo. Es una baza válida en política. No puede decirse lo mismo de quienes tienen en mente un descalabro económico inducido por poderes económicos concentrados, cuya vocación democrática siempre está en duda.
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