EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
La gestión kirchnerista, desde sus orígenes, se caracterizó por una enorme capacidad de sorprender. Incluso respecto de la tropa propia. Es lo que volvió a ocurrir la semana pasada.
Cuando la Presidenta y su reducidísimo círculo íntimo resuelven guardar un secreto bajo siete llaves, no hay nadie que pueda descubrirlo. Nadie. Y nadie es nadie. Quien sostenga lo contrario miente a sabiendas. Por eso mismo, cuando el velo se descorre surge un sinfín de especulaciones –con pretensión de sesudas y concluyentes– que en realidad, o en no pocos casos, son una forma de fugar hacia adelante para ocultar su imprevisión. Funcionan como el diario del lunes. Todos sabían, si no el resultado, que el partido iba a darse de tal o cual manera. Lo concreto es que Nilda Garré se enteró oficialmente de su desplazamiento unas pocas horas antes. Y el Chivo Rossi otro tanto, aunque alguna versión periodística, que no cambia el fondo, lo señala como informado desde enero en cuanto a su pase al Ejecutivo, pero sin precisiones sobre a qué lugar del Gabinete. Arturo Puricelli, el nuevo ministro de Seguridad, era el último hombre que algún fantasioso podía imaginar entronizado en un puesto de semejante exposición. Estaba en el ministerio irrelevante (o relevantemente ordenado, como se lo dejó Garré) al que ahora enviaron a Rossi, y aun así atravesó tembladerales que –sea por su impericia, por las operaciones de prensa opositoras o por ambos motivos– le valieron la inquina de vastos o significativos sectores kirchneristas. Fue durante la administración de Puricelli que incautaron la Fragata Libertad; que se hundió un buque de la Armada en Puerto Belgrano, habiendo afirmado el mismo Puricelli que se le “caía la cara de vergüenza” ante las consultas de Cristina sobre lo acontecido, y que la campaña antártica quedó sembrada de sospechas, bien que después no certificadas ni insistidas, por el manejo de algunos contratos.
En función de estas impresiones y constataciones, muchos Ludovica Squirru del diario del lunes extrajeron como conclusión que era obvio el apartamiento de Garré porque su estrella “garantista” había sucumbido frente al hiperkinético Sergio Berni: el número dos del ministerio que parece Mister Músculo y que está confirmado como tal por Puricelli, en la presunción de que la sociedad necesita un todoterreno mediático como ése, capaz de mostrarse presente en cuanto hecho de “inseguridad” requiera respuesta real o televisiva del Gobierno. Concluyeron además que a Rossi le pasaron la factura por insistir con presentarse en la interna de Santa Fe, donde ya le fue mal, donde pisa fuerte un cómico que juega para Macri y donde el aparato del PJ –y del PS gobernante– requiere de lucha cuerpo a cuerpo. Que en verdad el ministro de Seguridad será Berni porque –y esto es así, en efecto– el kirchnerismo nunca dirime internas bilaterales (Garré/Berni, para el caso) ascendiendo explícitamente a uno de los contendores. Que a Garré la enviaron a un exilio dorado: de embajadora ante un organismo como la OEA, que –y esto también es veraz– el kirchnerismo tiene desatendido, y con razón, porque no es otra cosa que una subsede de los intereses de la Casa Blanca en la región. Que la Presidenta mostró, a través de estas decisiones, haber tomado nota de que se requieren gestos, hasta demagógicos, en torno de la “seguridad”.
Si acaso todo lo anterior fuera cierto, siendo que de piso es verosímil, no lo sería menos otro grueso de conjeturas que van en sentido inverso. Una punta del ovillo es tomar un aspecto que exhibe en acuerdo unánime a todos los astrólogos del día después: a Rossi lo corrieron de la interna santafesina para preservarlo de una derrota segura, y lo despacharon a un ministerio-”spa” donde suele no pasar nada, y si pasa no le preocupa mayormente a nadie. Con eso, en la especulación unísona o mayoritaria, lograrían que María Eugenia Bielsa –una figura con votos demostrados e imagen favorable indesmentible– quede cortada sola en el complicadísimo distrito santafesino. Siguiendo por ahí, más tomar en cuenta que Rossi fue la espada que condujo al bloque del FpV en Diputados con una convicción y oratoria que le reconocen incluso sus adversarios: ¿y si fuera que a Rossi no sólo están protegiéndolo de la batalla de Santa Fe, sino reservándolo para una liga mayor? Dejemos de lado que si la intención fue exiliar a Rossi en Defensa estaríamos hablando de una medida moralmente muy injusta, condenatoria de uno de los tipos que –vale repetirlo– más y mejor defendió al Gobierno, siempre, con la cabeza bien levantada y una de las lenguas de filo más mordaz de que, junto con Aníbal Fernández, dispone el oficialismo. Hablamos de probabilística de lo circulante y no de algún dato lleno de certeza. Sí decimos que, de acuerdo con esa capacidad de sorpresa de que el kirchnerismo hace gala demostrada, pensar exactamente al revés de lo que parece, y de lo que el periodismo opositor menea y opera, es plausible de atención. De hecho, la reacción de los cadetes corporativos ante los cambios ministeriales fue quedar absortos y transformarse en guapos analíticos sólo cuando concluyeron los tiros desde el punto del penal. En cualquier hipótesis, Cristina los desorienta. Sin contar, ya que estamos, con la impresionante manifestación en su apoyo del sábado pasado. La portada de Clarín del domingo pasado, ignorando a los centenares de miles de personas movilizadas y ocupándose a foto desplegada del nuevo protagonista de Superman, fue uno de los acontecimientos periodísticos más patéticos de que se tenga memoria reciente. Y dispone a su favor, Cristina, con lo tarambanas (seamos descriptivamente infantiles) que son sus igualmente patéticos oponentes. José Manuel de la Sota, el gobernador que tras su victoria provinciana de hace un par de años fijó la “cordobesidad” como utopía restauradora, y el mismo, que viene retratándose con el alcalde porteño en aras de una alianza coherente, acaba de decir que si tuviese que elegir entre Cristina y Macri votaría en blanco. El PRO se prepara(ría) para el lanzamiento de Michetti y aparta la posibilidad de un convenio con Lavagna, quien ya dio por concluida la posibilidad de una alianza con el macrismo. El FAP se fragmentó en tres mendrugos que agotan de sólo leerlos: unos con una parte del socialismo y Stolbizer, más Carrió y Solanas; otros con Libres del Sur, que en las cuentas masivas no aportan, más Prat Gay y uno de los tres pedazos en que están divididos los radicales, y Claudio Lozano, que finalizó articulado con los que fugaron de Pino por su alianza con Carrió y los trotskistas del MST (o algo así). La Coalición Cívica se dividió en dos por lo de Pino con la pitonisa, y el PRO, para volver, se saca esas fotos con un mandatario provincial que dice que no lo votaría, junto con la rumba armada en Entre Ríos porque el candidato del espacio sería uno de los mellizos De Angeli y el pedazo de la UCR que, como reporta a Macri, no quiere saber nada.
Con una comedia de irresponsabilidad opositora de este tamaño, suena lógico que el áspero discurso de Cristina, el jueves, se haya prestado a más de una interpretación. La consensuada es que se lo endilgó a Scioli, quien estaba a su lado, y es natural. Las frases de la jefa de Estado lo corroborarían. “Cuando tuvimos la desgracia de La Plata no se me ocurrió hacerme la estúpida como hacen otros que nunca ponen la cara.” “Siempre es más cómodo quedar bien con todos y no decir nada.” “Imagínense a este tipo de dirigentes frente a corporaciones como las que ya sabemos, el Fondo Monetario, la reestructuración de la deuda, trabajando por los trabajadores o los jubilados. Olvídense.” “Me voy a seguir haciendo cargo de los problemas del país, pese a que no me defiendan algunos dirigentes.” “Cuando vos no hacés nada, o cuando no tocás los intereses de las corporaciones, no hablan de vos.” “Cuídense mucho de ésos a los que parece ser que nada los toca ni nada les llega.” Todo eso fue Cristina dixit, y con el primer mandatario bonaerense ocupando silla contigua no cabrían dudas sobre el destinatario de las estocadas. Pero a la par podría haber sido Sergio Massa. Fue el propio intendente de Tigre quien declaró, en estos días, que no sabe por qué le piden a él las definiciones que no abrevian los demás. ¿Y por qué no hubieran podido ser Macri, De Narváez o cualquiera de esos opositores que se especializan en recitados escolares? Está bien: fue Scioli el receptor, pero, objetivamente, los sablazos presidenciales son adjudicables más allá del gobernador. Lo que interesa sobremanera no son las intrigas de palacio, sino lo global de la visión política.
Amigos o enemigos de la marcha presidencial; enfurecidos en más o en menos con las andanadas mediáticas por el enriquecimiento ilícito de funcionarios y empresarios afines; creyentes en más o en menos de las acusaciones paridas por corporaciones enfrentadas al Gobierno, salvajemente, la media debería ser que la corrupción institucional cero no existió, ni existe ni existirá. Y que, frente a medidas de cambios ministeriales como los acaecidos, no hay una única disquisición. A priori, desde un posicionamiento progre, que aparten a Garré y a Rossi provoca un ruido incómodo. Muy incómodo. Pero ese impacto, mediáticamente estimulado, relegó que la enojada alocución presidencial se centró en exigir definiciones a quienes no terminan de definirse nunca. Visto por la positiva, la clave, antes o a la par de los cambios ministeriales, pasaría por haber avisado que al Gobierno ni se le ocurre intentar ganarle a la derecha con candidatos de derecha.
Que así sea.
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