EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Está bueno que el periodismo argentino viva una etapa de sinceramiento, gracias a la clarificación de los intereses corporativos e ideológicos a que responde cada quien. El firmante se permitió afirmarlo en unas cuantas oportunidades. Pero hay una abismal diferencia entre eso y que las operaciones de prensa se conviertan en un paisaje cotidiano. Brindar información y opinión desde un posicionamiento político que se deja claro, ya sea porque se lo expresa o por resultar obvio, no es lo mismo que magnificar –o directamente inventar– en nombre de la meta mayor. Es lamentable el subrayado de este aspecto de sentido común, que parte las aguas entre el legítimo blanqueo de para dónde se juega y la ilícita manipulación profesional.
Hace unas semanas, tuvo inmenso y justificado rebote un relato del escritor William Scholl, quien utiliza la figura del ornitorrinco para parodiar lo que el propio autor definió, en declaraciones al sitio INFOnews, como “el increíble nivel de mentira que se está manejando en los medios opositores, y el descaro con que se manipula al público”. De todos modos, Scholl aclaró que “a esta altura queda claro que quienes consumen fábulas como las del ornitorrinco ya no son del todo inocentes, (porque) en muchos casos es lo que quieren escuchar”. La fábula referida es la noticia efectivamente increíble que ingeniaron y articularon algunos de los medios y colegas más rabiosos del enfrentamiento al Gobierno, acerca de una inminente intervención al Grupo Clarín. La secuencia de esa comedia fue desopilante pero, cuando se reveló como la fantasía que era, ya se había expandido que el Gobierno pensaba entrar a las instalaciones de Clarín poco menos que con las Fuerzas Armadas. Y efectivamente, como conjetura Scholl, es de temer que un sinnúmero de marcianos no sólo lo creyó, sino que se impuso convencerse de que el expolio no ocurrió porque los inventores alertaron sobre el invento. Es muy probable que otro tanto, de analogía notablemente similar, haya sucedido –y hasta siga aconteciendo– con la “denuncia” de que el presidente de la Corte Suprema estaría bajo mira de la AFIP. El presunto origen de ese trascendido sería un comentario que Ricardo Lorenzetti le habría hecho a uno o algunos de sus pares, en este show del uso del potencial al que tristemente pareciera que debemos acostumbrarnos. Tanto el organismo recaudador como un despacho de la agencia estatal de noticias, que cita fuentes de aquél, desmintieron que esté en marcha investigación alguna. La Corte, el jueves por la mañana, emitió un comunicado en el que admite haber tratado el tema, a través de un lenguaje ambiguo que oscurece mucho más que lo que aclara. En la Corte no supieron o no quisieron precisar si acaso su titular tuvo indicios concretos de que la AFIP estaba “detrás de él” y, en verdad, voceros calificados dijeron que a Lorenzetti sólo le llegaron rumores. A raíz de los trascendidos periodísticos, Federico Pinedo, jefe del bloque de diputados del PRO, presentó una denuncia en la Justicia Criminal y Correccional contra el director de la AFIP, quedando conformada la causa 6111/13, por “extorsión, abuso de autoridad e incumplimiento de los deberes de funcionario público”. La diputada Patricia Bullrich, de Unión por Todos los que Vivimos de Cambiar de Partido, reclamó la “inmediata renuncia” de Ricardo Echegaray. Y un legislador del GEN solicitó que el funcionario sea convocado de urgencia al Congreso nacional. En síntesis: sale un rumor, de no se sabe dónde, que ni siquiera alcanza el rango de indicio; unos medios lo elevan a versión firme y la oposición lo transforma en denuncia penal. Es de antología. De biógrafo. De una impresentabilidad que resiste cualquier adjetivo.
En simultáneo con esa operación, se hizo la efímera prueba de lanzar otra contra Cristina Caamaño, secretaria del Ministerio de Seguridad a cargo de la cooperación con los Poderes Judiciales, Ministerios Públicos y Legislaturas de la Nación. El martes a la noche, el abogado Miguel Angel Pierri, defensor del único detenido en el caso Angeles Rawson, dijo que Caamaño tuvo comunicación con el juez de la causa para manifestarle su desacuerdo con la imputación al portero. El letrado también afirmó que la funcionaria –según el expediente– estaba al tanto de que la policía le había pegado a Mangeri. El miércoles, en base a esas afirmaciones, se machacó contra el carácter insólito de la intromisión de Caamaño. El intento mediático, obviamente, fue señalar que el Gobierno apretó al juez para que la policía no quedase involucrada en el caso. Pero el jueves se conoció la declaración testimonial de Caamaño, en la que consta todo lo contrario: se comunicó con el juez para solicitarle el refuerzo de la integridad física del detenido e informarle que, ante la acusación de la esposa del portero, el Ministerio de Seguridad se encargaría de investigar si hubo aprietes y torturas policiales. De juez apretado a medios y periodistas que enmudecieron o –peor todavía, si se quiere– mudaron a titular “Idas y vueltas por lo que dijo una funcionaria del Gobierno” (Clarín, pie de página 51 en su edición del jueves). ¿Cuáles “vueltas”, si las idas fueron generadas por los propios medios a partir de las manifestaciones de una de las partes? Más luego, al extinguirse semejante opereta neonata, surgió que el Gobierno oprime al tribunal supremo a través del proyecto de ley que le quita a la Corte, y transfiere al Consejo de la Magistratura el manejo del presupuesto y el personal de la Justicia. ¿Pero cómo? ¿No era que el Consejo ése es el símbolo de la impecabilidad judicial y que el oficialismo quiso avasallarlo? ¿No era –vaya si vale insistir– que la Corte es un brazo ejecutor de Casa Rosada? ¿De qué se quejan ahora? ¿De que lo defendido por ellos mismos, el Consejo ése, es un engendro desconfiable?
Un niño relativamente despierto, para no exagerar, se da cuenta de lo elemental de la movida: la Corte debe fallar más temprano que tarde sobre la ley de medios; viene de sentenciar en contra de la elección popular de los consejeros magistrales y, si encima dictamina a favor de Clarín, sería un escándalo capaz de beneficiar al Gobierno como víctima de las corporaciones. En consecuencia, lo que deben imputar mediáticamente es que la Corte fallará a favor del kirchnerismo porque sus jueces están apretados. Eso es injusto respecto de los supremos. Al revés de lo que tales cortesanos dejaron trascender desde un principio sobre el hecho reciente (el fallo en contra de lo que quería –o decía querer– el Gobierno, sobre ampliar los miembros del Consejo de la Magistratura por voto popular), en torno de la ley de medios siempre estuvo cristalino que en la Corte, en buena proporción, se avalan los argumentos del oficialismo. El apriete de Clarín & Cía. no debería trabajarles conciencia culposa. Pero se verá. Los gobiernos pasan y las corporaciones quedan, por más que el gobierno éste afectó los intereses de algunas muy específicas y que mucha de “la gente”, como gustan definir los emporios de comunicación, esté demasiado avivada.
El ensimismamiento de la prensa opositora con las cuitas del Poder Judicial quizá revele –por ahora y sólo quizás– la inconveniencia de centrarse en propagandear a sus candidatos. Es llamativo que, pasada ya una semana larga desde el cierre de las postulaciones individuales a las primarias, los principales medios de oposición aborden el asunto como irrelevante, secundario, diríase que aburrido. No tienen con qué acentuar con entusiasmo la instalación de Massa, a pesar de que su figura fue una construcción mediática y abierta. El intendente de Tigre se muestra ambivalente; no se le conocen definiciones firmes respecto de nada, y (les) alienta las sospechas de que es un caballo de Troya que, si lo necesita, terminará jugando para los K. Scioli los dejó en orsay por enésima vez y apostó a Cristina porque sabe que carente del amparo de ella no tiene destino, sin que tampoco se le otee voluntad de cimentación nacional o, incluso, porque debe creérsele que considera al modelo como lo menos malo de la oferta existente. Y el resto no cotiza, o hasta da vergüenza ajena. Macri resolvió arriesgar que la política tradicional se acabó; que le bastaría con el 13 y TN; que alcanza con refugiarse en símiles de su cómico santafesino, y que puede prescindir de presentar lista en la provincia de Buenos Aires.
Siendo reiterativos, es lógico que con ese espectáculo de los propios sea mejor dedicarse a la Justicia. O a la coyuntura de la inflación del precio del pan, al igual que en sus momentos la del tomate, que para los sectores populares es tan jodida como la fundada sospecha de que hay atrás una maniobra de grandes jugadores. Cristina podrá no ir por la recontrareelección y es una incógnita insondable cuál es la figura capaz de continuar su liderazgo o conducción; pero si hay algo más transparente que el agua es su rol de actor principalísimo, o único, de la política argentina. Volvió a demostrarlo en el acto del sábado, con una presencia carismática y discursiva arrolladora. Puede prescindirse, incluso, de una evaluación conceptual. O hasta pueden insistir –como sucedió en las redes sociales de los portales opositores, al cabo y aun durante su uso de la palabra– que fue una pantomima demagógica, un ejercicio tribunero, una reiteración exaltada de sus mentiras. Sin embargo, ni el más feroz de sus adversarios podría negar –y lo saben, de sobra– que ninguno de ellos le llega a los talones como imagen de peso.
Esos demás, ya se sabe y se dijo igualmente hasta el cansancio, son comentaristas. Su jefatura opera ora datos y ora inventos. O se dedica a publicar fotos de una adolescente asesinada, en una bolsa de basura, para después dar cátedra de la moral que necesita la Nación.
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