EL PAíS › OPINIóN
› Por Julio De Vido *
Ya son varios los devaneos de la gran prensa, sobre todo del diario La Nación, intentando forzar parecidos entre el fascismo o el nazismo con los gobiernos de Perón, junto con la –no tan subliminal– intención de emparentar al gobierno actual de Cristina Fernández de Kirchner con alguna de esas ideologías. Realmente el poder concentrado que, salvo períodos intermitentes, viene gobernando “en paralelo” a la Argentina desde hace 200 años (y que ciertamente no dejó de mostrar simpatías no sólo por éstos sino por todos los modelos autoritarios) debe estar muy desesperado por la carencia de argumentos como para utilizar los actuales, cuya peligrosidad es dejarlos a ellos ideológica e inmensurablemente más pegados que al Gobierno.
Cualquier profesor de Historia de secundario sabe que los modelos autoritarios de Europa surgieron de una descarnada guerra comercial entre potencias, con conflagraciones entre sí, primero por apropiarse de todo el mundo “no industrializado” a partir de una agresiva política colonialista y luego, por ocupar los nichos que la progresiva descolonización iba dejando. Ocupar no en el sentido de competencia leal, claro, sino en el de ocupación territorial por los medios que fueran. Tal como tenían acuñado en latín los cañones de Napoleón: “Ultima ratio” (la razón última).
De ahí en más, hacer un pormenorizado relato sobre cómo camisas negras, pardas o del color que sean asaltaron el poder desequilibrado de un continente basado en la gula y el desprecio, intentando compararlo con el surgimiento de una juventud nuevamente politizada (el verdadero pánico detrás del pánico), parece más bien un intento surrealista de traer de los pelos a la historia para tratar de meterla en un molde amañado. Algo que no debería asombrarnos, es cierto, ya que es justamente lo que este tipo de prensa viene haciendo en los últimos sesenta años.
Sólo un ignorante, un perdulario o un malintencionado puede confundir las luchas por la emancipación y la dignidad de un territorio sometido (sean del color que sean sus dirigencias) con el descarnado fratricidio que protagonizó Europa, luego de enriquecerse a costa del resto del mundo. Fenómenos tan sangrientos e inhumanos como el nazismo sólo pueden haber surgido de un espacio envenenado hasta la náusea.
Tal vez ésta sea la intención oculta. Envenenar. No difiere en mucho esta actitud de la de los grupos económicos concentrados del Viejo Continente sobre cuyo papel en estas guerras poco se ha escrito. Tal vez porque muchos de ellos (quizá demasiados) atravesaron esas conflagraciones sin hacerse cargo de nada o de muy poco. Y todavía hoy siguen activos.
Suena conocido, ¿verdad? La impunidad de los más ricos es casi una constante en la historia.
Ellos arrasaron cualquier intento por democratizar el debate en aquellas latitudes. Sus intereses en juego, sus rapiñas y su competencia sangrienta no pusieron reparos en mandar a morir por ellos a millones de personas. No sólo en las dos grandes guerras. También en cada uno de los conflictos coloniales, en las guerras de emancipación, en las luchas populares del resto de los continentes, excepto en el territorio de aquellos países que –por su creciente poder– pasaron de sometidos a aliados, a fuerza de oro y cañonazos.
Bien, la historia –la bien contada– es la gran curadora. Además, en estos tiempos de democracia y debate abierto, es posible relatarla sin que nadie le ponga a uno una capucha, lo meta en un sótano y lo tire después al río, luego de torturarlo para saber de dónde sacó informaciones tan peligrosas como para poner en riesgo la continuidad del statu quo.
Realmente, mueve a risa. Que los grupos de poder intenten teñir el protagonismo popular con colores fascistas o directamente nazis –un fruto de sus propios huertos de codicia sin techo– es patético. Y que pretendan hacer creer que el debate por la democratización de la Justicia es lo mismo que la toma por asalto de tribunales por parte de hordas uniformadas, como sucedió en Europa, también. Cabe recordar que esos “barra bravas” de la época cobraban estipendios que salían de cajas negras de los propios monopolios desestabilizadores, aliados de Hitler y Mussolini.
Por lo menos con Mitre se discutía un modelo de país. Claro que él no se habrá sentido tan amenazado en sus fueros y potestades como sus herederos. Es la maldición de la democracia sin rupturas.
Pero ciertamente, Mitre se debe estar revolviendo en el nicho a causa de los rebuscados y desopilantes argumentos utilizados por su prole mediática.
El proceso democrático está maduro, luego de treinta años de acomodamiento y –sobre todo– de una práctica continuada del voto. Si llegamos a este punto en el debate sobre un modelo nacional para todos los argentinos ha sido precisamente por esa madurez, y por la responsabilidad institucional de liderazgos como los de Cristina y Néstor Kirchner.
Contra este estado de conciencia, que ha derruido el infantilismo político en la Argentina, cada vez suenan más extemporáneos, rebuscados y faltos de razón los argumentos esgrimidos para tratar de oscurecer los dos procesos más luminosos de ejercicio democrático que ha tenido nuestra patria en sus dos siglos de vida.
Nuestro pueblo tiene memoria. Y reconoce su presente. Que las urnas hablen.
* Respuesta del ministro de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, arquitecto Julio De Vido, en relación con el editorial “2013”, publicado por el diario La Nación en su edición del domingo 30 de junio.
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