EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
“Los hombres deben ser sagrados para los hombres y los pueblos para los pueblos.”
Hipólito Yrigoyen
Ayer se cumplió el octogésimo aniversario del fallecimiento del presidente Hipólito Yrigoyen. Un día antes, el también reelecto presidente boliviano Evo Morales fue impedido de volar en su avión presidencial, en flagrante violación de principios básicos del derecho internacional. Estados europeos, que supieron ser potencias coloniales, encubren su proceder en una especie de Fuenteovejuna al revés: nadie se hace cargo del brutal desaguisado. Las excusas, banales y burocráticas, suscitan casi tanta pena como las conductas.
Antes de levantar vuelo desde Viena, Evo habló en improvisada conferencia de prensa. Se expresó de modo claro, coloquial, sencillo, para nada arrogante, pero (cumpliendo el mandato ancestral que se autoimpuso al jurar su cargo) no fue flojo.
Tampoco lo fueron sus pares de la región, que reaccionaron en conjunto, con valorable celeridad y que hoy se reunirán en Cochabamba en una cumbre urgente de la Unasur (ver notas aparte). Casi siempre esos cónclaves son urgentes, todos son visibles, su eficacia es alta. La diplomacia presidencial es uno de los hallazgos de la etapa, en buena hora.
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Twitter e información: La presidenta Cristina Fernández de Kirchner relató conversaciones y tratativas anteayer mismo, en su cuenta oficial de Twitter. Varias críticas recibe la mandataria por su manejo de ese soporte. Una es que su relato, a fuer de prolongado y secuencial, acumula demasiados mensajes, desnaturalizando el cepo de 140 caracteres. Otra es su híper subjetividad, supuestamente impropia para su investidura y pasible de recaer en narcisismo. Sin quedar liberada de esos reproches, la comunicación del episodio acumuló una serie de características dignas de mención. Máxime cuando se habla de un gobierno que no siempre comunica bastante... ni bien.
En esta vivaz circunstancia, la presidenta Cristina difundió los hechos en tiempo real, con acceso igualitario a los medios y los ciudadanos. Transcribió diálogos textuales creíbles, expresó su posición política. Refirió cómo consultó a la funcionaria más avezada (la diplomática Susana Ruiz Cerruti), acertó con la calificación de los hechos. Y dio cuenta del modo en que dialoga con sus pares: una mezcla de confianza, cercanía y franqueza. Podrá caerles mal a los nostálgicos de las cancillerías, sus ritos, su lenguaje inasible, su regodeo en esconder lo esencial. Para los amantes de la política, esos intercambios tienen muy otro sentido y valor.
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No tan derecho: Las reglas del derecho internacional son bien añejas, varios de sus grandes principios se escribieron hace siglos. La igualdad de los Estados es un pilar de la convivencia que, ay, la realidad no siempre convalida. Como también ocurre en el derecho de cada nación (pero peor), las relaciones internacionales traen el cuchillo bajo el poncho. El poder y la guerra desquician las reglas, la fuerza desquicia los principios.
En el siglo XXI, acaso por primera vez en la historia, queda una sola potencia militar incomparable en el mundo. El presidente de Estados Unidos es mejor que sus antagonistas internos, dentro del escueto margen de lo posible. Pero Barack Obama no controvierte la prepotencia arrasadora de los dueños del mundo. El Premio Nobel de la Paz sostiene Guantánamo, una legislación represiva con pocos parangones en países civilizados. Mandó matar a Osama bin Laden en territorio soberano de otro país, presenció la “ejecución” en vivo y en directo, ostentó por la tele cómo la miraba. La diferencia con los romanos que mostraban a sus víctimas flageladas en los caminos es cuantitativa o de formato.
En este caso, el papelón lo protagonizaron autoridades de estados europeos, fungiendo de alfiles (o lacayos) de una operación enloquecida. La cuna de la civilización ejercita la barbarie. Que la haya padecido un presidente de cuna humilde, proveniente de un pueblo originario, es seguramente una coincidencia. Un bonus casual, tal vez, pero generoso en simbolismo.
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Espías y comunicación: Esta columna no hace centro en Edward Snowden, cuya búsqueda y pretensa captura fue pretexto para el ataque a la soberanía de Bolivia. El espía que se fue al frío, valga una módica reflexión, forma parte de un intrincado debate acerca de lo que puede hacer un Estado para defender su paradigma informativo y su visión de la seguridad exterior. Estados Unidos, cuna de la democracia moderna al fin, elige un camino tremebundo. Se suspenden las garantías constitucionales, incluyendo el derecho de defensa, la presunción de inocencia, la proporcionalidad de las penas, sólo para empezar.
La potencia domina de prepo, pero nadie puede considerarla ejemplo o referencia. El seguidismo europeo es un correlato de una crisis que no sólo es económica y financiera.
Los líderes del Sur no sólo tienen mejores desempeños en lo económico y social, también debaten con el derecho en la mano.
La resolución unánime de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados argentina es un síntoma estimulante. Ojalá que el buen ejemplo se propague. Hay muchos candidatos opositores en campaña. Algunos se proclaman émulos de Yrigoyen y Alfonsín. Otros se reclaman representantes del “auténtico peronismo”. Bien le vendría al sistema democrático que insumieran unos minutos de sus discursos o de los periplos por canales de cable para hacer flamear las banderas de sus referentes. Sólo un reduccionismo tan extremo cuan trivial puede hacer suponer que la posición argentina es la de su contingente oficialismo: es la de toda la región, la de todas las fuerzas nacionales y populares.
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Historia y tradiciones: Volvamos al principio y al núcleo. La historia de nuestra América del Sur no es, más vale, la del imperio del derecho. La asolaron violencias, derramamientos de sangre, magnicidios, dictaduras, terrorismos de Estado. En franca pugna, coexiste una tradición noble y pionera en materia de derecho internacional. La Argentina muestra esas dos caras, ambas de modo notable.
El verbo de Yrigoyen se condecía con la neutralidad ante la “Guerra Mundial”, los cañonazos con que hizo saludar a la bandera de Santo Domingo. El tres veces presidente democrático Juan Domingo Perón fue, en tendencia, transigente en los conflictos de límites y siempre predicó la integración regional.
Las dictaduras y ciertas fuerzas minoritarias se especializaron en teorías delirantes sobre el “espacio vital” argentino o sobre el peligro de los países hermanos y vecinos.
Si se mira más cerca, el presidente radical Raúl Alfonsín honró la tradición cuando le replicó a su colega norteamericano Ronald Reagan en el propio corazón del imperio. La participación en el grupo Contadora y los primeros pasos del Mercosur rumbearon en igual sentido.
El presidente Néstor Kirchner le insufló su estilo y mística a la Cumbre de Mar del Plata, aquella en la que selló el final del ALCA, codo a codo con sus pares brasileño Lula da Silva y venezolano Hugo Chávez. De ese trío histórico sobrevive uno solo: las pérdidas son dolorosas, prematuras, acaso costosas.
Del pasado más entrañable quedan también la institución del asilo, la doctrina Drago, que se levantó contra el cobro compulsivo de las deudas públicas.
Los presidentes que se congregan en Cochabamba tienen raíces en las que asentarse y nutrirse. Lo hacen en concierto, poniéndose de acuerdo con la velocidad que imponen los tiempos. Cuentan con el aval plebiscitario de sus pueblos, por suerte y por ahora.
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