EL PAíS › ADRIANA FRISZMAN RELATó SU PASO POR EL CENTRO DE DETENCIóN CON SU EMBARAZO A CUESTAS
Al momento del secuestro, en mayo de 1977, tenía 21 años y seis meses de embarazo. Es una de las pocas que sobrevivieron. En cambio, su hermana Nora y su novio, Marcelo Pardo, permanecen desaparecidos.
› Por Alejandra Dandan
Nora Friszman hizo el secundario en el Nacional de Buenos Aires, había empezado el profesorado y militaba en la organización Montoneros, donde sus compañeros la recuerdan como Tina. Su área de militancia era Capital. Estaba de novia con Marcelo Pablo Pardo, que también militaba. Con ellos lo hacía Guillermo Orfano, Alberto Roque Krug y Diego Beigbeder. Nora tenía una hermana, Adriana Friszman, con militancia social en la Juventud Peronista, casada con Mariano Laplane. La marina secuestró a Marcelo Pardo y luego a Nora, a Guillermo, Alberto y a Diego entre noviembre y diciembre de 1976. Todos están desaparecidos. En mayo de 1977, en una nueva avanzada sobre otro grupo de militantes de Capital y una irradiación de secuestros que aún se investiga, se llevaron a Adriana Friszman.
“Todo era bastante violento –dijo ayer Adriana en el juicio por los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada–. En el trayecto me pegaron, en el lugar me trataron bastante violentamente. Cabe recordar que yo tenía 21 años y seis meses de embarazo y pesaba unos 45 kilos, por lo tanto me parece que esto es un agravante.” Adriana es una de las pocas embarazas que sobrevivieron al infierno luego de conocer el espacio y las formas que les dedicó la máquina de matar. Salió viva después de las presiones que ejerció Alberto Numa Laplane, padre de Mariano, general del nacionalismo de derecha, retirado por las internas del Ejército, compañero de promoción de Jorge Rafael Videla y Roberto Viola.
“Le pedimos que nos diga día, hora y lugar de los hechos”, le pidió la fiscalía en el comienzo. “Día, 29 de mayo de 1977. Hora, fin de la tarde, a las seis o siete, algo así. Lugar, la Facultad de Medicina. Me bajé de un colectivo, caminé unos metros y fui agarrada por dos personas a los lados en el medio de la calle, llena de gente, y yo misma me di cuenta de que nadie vio, nadie vio nada. Es algo tan rápido, tan extraño.”
En el operativo ubicó al prefecto Héctor Febres, coordinador de los robadores de niños. “No recuerdo cómo estaban vestidos, lo que puedo decir es que uno de los que participaron, que después varias veces apareció y lo vi en ese lugar, era un sujeto al que llamaban Selva. Era canoso. Más bien grandote. Fuerte.” Luego de ponerla en el piso de un auto, sacarle la cartera, buscar papeles, le taparon los ojos. Al rato llegaron a un lugar. “Y ellos mismos dicen: ‘¿Sabés dónde estás? Estás en la Escuela de Mecánica de la Armada’.”
La dejaron esperando en un pasillo, después en un local al que llamaban Enfermería, donde pasó uno o dos días. Durante la noche la interrogaban. Desde el “local” sentía un clima tenso, sonidos de gritos, de gente, de interrogatorios: estaba cerca del lugar donde se preparaban los operativos. Los fiscales le preguntaron por las formas de la tortura, Adriana habló de un ritual: “Parecía una especie de rito en el que alguien entraba, charlaba y conversaba. Y después venía otro. Te pegaba una cachetada en el oído. Después venía otro. Y prendía un aparato eléctrico llamado picana. El lugar era espeluznante, con sangre, manchas de sangre, cosas horribles, entonces eran varias personas que entraban y salían”.
Adriana es una de las pocas embarazadas de la ESMA que sobrevivieron a lo que fue denunciado desde entonces y escrito en la sentencia del juicio por el robo de niños como “plan sistemático de robo de bebés”. Para mayo de 1977, había un cuarto como lugar de alojamiento, donde se turnaban las mujeres para poder descansar. “Había algunas más que permanecían en ese cuarto y las otras nos turnábamos para pasar algunas horas del día y así no había que estar todo el día en la cama, porque el espacio de permanencia entre los secuestrados era en el tabique, que era un colchón o una cama.”
En esa dinámica en la que pocos o nadie usaba los nombres, recuerda muy poco de los nombres o caras de esas chicas. A una chica, castaña, de piel clara, que le dio su nombre cuando supo que ella estaba por irse. “Y yo no lo recuerdo completamente, pero el apellido era Moyano e iba a tener familia en esos días. Mi familia trató de hacer contacto con su padre, creo que lo consiguió.” Había otra chica, Rosa, tal vez, explicó. “Rubiecita, muy, muy clara, los ojos verdes. Había otra chica con un cabello lacio, moreno, pero de tez clara, también con anteojos, que inclusive en un operativo la quisieron trasladar y ella estaba con un embarazo bastante avanzado y alguien lo evitó.”
Entre las imágenes habló de la visita de un médico. Una joven lo estaba esperando. Supuestamente debía examinarla. “Y esta joven estaba esperando y estaba muy nerviosa, muy preocupada. Me relató que la habían secuestrado hacía poco tiempo y que tenía un bebé de dos meses y estaba preocupada por la lactancia, porque no sabía qué estaba ocurriendo con su cuerpo. Era una joven de cabello negro, muy bonita, muy delgada, delgadita.”
Los fiscales le preguntaron por la alimentación, el baño, las condiciones del tormento. Adriana las contó a ellas mismas limpiando un poco el espacio, habló de alguna depilación en el momento cercano a un parto. La condición de jóvenes niñas, de mujeres primerizas. Una querella le preguntó por abusos. “En relación con mi propia persona había un guardia, particularmente violento, truculento y que tocaba a las personas, tocaba a las mujeres particularmente con la excusa de verificar si tenían los ganglios inflamados y claramente era un acto morboso.” El trato dependía mucho de las guardias, dijo. Las condiciones eran muy malas, los presos, la gente del pabellón, se bañaba una vez por semana, se enfermaban, comían muy mal. Las embarazadas se bañaban cada tres días más o menos.
Adriana estuvo tres semanas en la ESMA. Luego permaneció una semana en el Atlético antes de la liberación. En la ESMA asistió a un momento de traslado. “Era un momento muy tenso donde todo el mundo se ponía muy nervioso.” En su relato, describió los datos que pudo saber de su hermana Nora, secuestrada el 2 de diciembre de 1976. Entre las certezas reconstruidas de su paso por la ESMA, Adriana habló de la ropa de su hermana, con la que ella misma se encontró meses más tarde. Durante la tortura escuchó hablar de su hermana. Uno de los represores le dijo: “Esta es la hermana de la otra que está en Penales”. La defensa le preguntó por los “Penales”. “Aquí entramos al terreno de la especulación –dijo ella–. Yo tengo una idea de lo qué significaba, me parece que se trataba de la muerte, que era un eufemismo para la muerte porque no se podía decir, porque no se puede sembrar la falta de esperanza en quien está cautivo, porque es peligroso para quien mantiene personas en cautiverio y muchas personas jóvenes juntas. Además, algunos comentarios que se hacían entre los cautivos que estaban hacía más tiempo, me habían relatado que en diciembre del año anterior, la época en la que mi hermana fue secuestrada y pasó aparentemente por allí, los traslados eran masivos y muy frecuentes.”
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