EL PAíS › EL RELATO DE COMO REPRESORES DE LA ESMA SE APROPIARON DE DINERO DE MONTONEROS GUARDADO EN UN BANCO SUIZO
Mientras estuvo prisionero de los marinos, Pablo González Langarica fue llevado a Suiza y obligado a entregar un maletín con plata de Montoneros. Como parte del operativo, su mujer y sus hijas fueron secuestradas y mantenidas como rehenes.
› Por Alejandra Dandan
En enero de 1977, Miguel Angel Benazzi, Alberto Eduardo González, alias el “Gato”, Frimón Weber, alias 220, del GT, se embarcaron con un prisionero de la ESMA rumbo a Suiza con escala en Madrid. A él le pusieron un yeso en una pierna para evitar que se escapara. Secuestraron a su mujer y a sus dos hijas de cuatro y dos años en un predio que estaba bajo la órbita de la Marina, para mantenerlas como rehenes durante el viaje. El objetivo en Suiza era acceder a una caja de seguridad donde el secuestrado había depositado una valija de Montoneros. Pablo González Langarica, ese secuestrado y sobreviviente, declaró ayer en el juicio por los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada por primera vez después de 36 años. El relato da cuenta de la enloquecida sed de dinero que alentó a los depredadores de hombres. Langarica perdió la pista de ese dinero en ese mismo momento. Este diario publicó hace tiempo datos de esa caja como parte de la historia de la plata que la Marina robó a Montoneros.
Langarica fue secuestrado el 10 de enero de 1977 en Lavalle y Callao. A los culatazos lo metieron en el baúl de un Fairlane y lo llevaron a la ESMA. Allí dijo que se llamaba Chousa, una identidad construida para protegerse. “En un momento me sacan la capucha y me dicen: ‘Hijo de puta, fuimos a lo de Chousa y casi lo matamos o casi matamos a la mujer’”.
El verdadero Chousa declaró en el juicio días pasados porque también terminó secuestrado. “Yo sigo negándome a revelar mis contactos durante un tiempo que no puedo precisar, y a partir de ahí la capacidad de resistencia a la tortura realmente se me termina”, explicó.
La Marina secuestró a dos de sus compañeros. Fernando Vaca Narvaja logró escapar. A Langarica lo introdujeron en la sesión de tortura de Fernando Perera. “Está muy golpeado, agotado, pero cuando me paran enfrente de él, me ve y me dice: ‘Toño, deciles que la flaquita no tiene nada que ver, deciles, porque no me creen y me la van a matar. Vos sabés que la flaquita no tiene nada que ver, no quiero que me la maten’. Yo no tenía mucha idea pero les digo: ‘Claro, no tiene nada que ver’. Pero lo siguen torturando delante mío, me apoyaron contra la pared, a cincuenta centímetros del borde del camastro, seguían torturándolo para que diera la dirección donde podían buscar a la flaquita. En un momento entra alguien a la cabecera y le pone un estetoscopio en el pecho, y dice: ‘Paren un poco que está mal’. Un rato después, les dice: ‘Se nos fue’. Yo entiendo que se murió en la tortura.” Acosta entró en ese momento “como si hubiera venido de urgencia”.
Días después, las preguntas fueron por su rol en Montoneros. “No ya por personas, sino por los bienes a los que podían acceder. Evidentemente tenían alguna idea de mis funciones de correo de la conducción nacional al exterior, que podían llevar hacia el dinero de Montoneros. Entonces vislumbro una luz en el túnel y les digo que hay una caja fuerte en el exterior a la que tengo acceso, en la que no sé exactamente qué hay. Que está en Suiza, pero que si me la hicieron abrir y posteriormente poner un maletín de dimensiones considerables, lo que estaba adentro muy probablemente era dinero, algo que les podía interesar. Y efectivamente les interesaba. Les planteo que me tienen que llevar a mí porque el banco no la va a abrir, ni hay manera de que no pase yo para acceder a eso.”
Langarica explicó que hubo una reunión. De la que participó Acosta, Benazzi y un personaje de uniforme de Marina, con camisa, charreteras, cuello abierto. También un escribano dispuesto a hacer un poder a nombre de Chousa para los marinos. Cuando él le dijo al escribano que no era Chousa, esa sesión se suspendió y empezaron los preparativos.
“Embarcamos casi como embarcan los pasajeros, volamos a Madrid, llegamos. Nos alojamos en un hotel en las inmediaciones del aeropuerto, a poca distancia, dormimos en dos habitaciones. Yo compartí con Weber, o sea que venía siendo mi custodio: desde la captura, la tortura y ahora el viaje. Y en la otra habitación duermen Benazzi y el Gato. Yo duermo muy mal y muy temprano me empiezo a vestir. Weber se despierta y se sorprende al verme vestido y deambulando. Sale rápido y golpea la puerta de al lado y hace venir a los otros diciéndoles que yo me iba a ir. Volamos a Zurich, vamos al banco, le advierto a Benazzi, que es evidentemente el que está a cargo, que el momento de más riesgo es cuando nos aproximemos al mostrador a pedir las llaves porque yo me voy a identificar pero a él no lo van a dejar pasar. A pesar de eso, vamos los dos juntos al subsuelo, a la oficina de cajas fuertes. Me presento a la persona que me reconoció, me preguntó qué me había pasado, yo le digo que tuve un accidente. Era una persona que había vivido en Uruguay y hablaba castellano. Hicimos el procedimiento habitual. El trae mi llave y le encarga a un empleado, se abren las puertas generales, yo paso y Benazzi pasa conmigo: nadie le dice nada, cuando en realidad no debía ser así. Abrimos la caja y está el maletín de cuero negro grande. Benazzi lo agarra, salimos, devolvemos la llave, salíamos a la calle, Benazzi se va por su lado, yo me quedo con Weber al que le pedí ver a un médico porque la herida en el pie me estaba supurando”, dijo con respecto a una herida producto de la tortura.
La estadía se prolongó. “Se interesan por otro rubro que eran mis contactos en Europa con eventuales proveedores de armas. Siempre es un tema novelesco que se presta a las fantasías y a las novelas de aventuras, un poco de eso había porque no había nada demasiado sólido atrás de todo eso. Eran contactos con supuestos mercaderes que se ofrecían a partir de alguna mención en los diarios, yo había pasado a ser personaje de ese trafico.” Durante meses viajaron de un lugar a otro con Benazzi buscando personas que prometieron cosas que nunca llegaron. En determinado momento, le indicaron sin embargo que su libertad dependía de una conferencia de prensa: debía armar una conferencia de prensa en España en contra de Montoneros.
Un dato que mencionó es el siguiente: “Yo supongo que a esa altura algún grado de acuerdo con la policía española ellos (Benazzi y la Armada) tenían”, explicó. “Porque no es tan sencillo convocar por teléfono a los periodistas, organizar una conferencia.” Lo hicieron llamar a un contacto suyo en un medio local. El se puso una peluca para la presentación en un hotel. Benazzi y el Gato González se hicieron pasar por integrantes de la organización protegidos por una capucha. Para entonces, el GT en España había aumentado: ahora estaba Néstor Omar “Norberto” Savio, alias Halcón, “que instala un trípode con una filmadora”. Empezó la conferencia de prensa. El, Bena-
zzi y el Gato González con capucha y atrás de la mesa una bandera argentina con una “M” de Montoneros. Langarica leyó un documento preparado en la ESMA “donde anuncio la ruptura por diferencias políticas, no es muy creíble, yo siento que empieza a notarse una extrañeza entre los que escuchan. Algunos levantan la mano antes de que termine. Cuando finalmente termino, digo: ‘Bueno, aquí las preguntas se las dirigen al compañero’ y me levanto. Paso por la habitación y me voy a la calle. Y Benazzi se queda encapuchado respondiendo las preguntas. Las preguntas salen en la prensa española, son dubitativas, lo que redunda en la poca credibilidad”.
La esposa de Langarica y su hija Mariana declararon también en el juicio. Ellas estuvieron unos días en la ESMA y luego las trasladaron a una quinta. Pasaron siete meses en condición de secuestradas antes de reunirse con Langarica en París. Delia mencionó que durante su estadía en la casa operativa también vio a Halcón e inscribió en el mismo espacio a Jorge Radice y a Alfredo Astiz.
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