EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
De 135 intendentes que tiene la provincia de Buenos Aires, la candidatura de Sergio Massa concitó el apoyo de 17. Sin embargo, los primeros sondeos le dan un respaldo del 33 por ciento de los votos. Se trata por ahora del Massa más indefinido, instalado de esa manera ambigua por una importante campaña mediática desde hace más de un año. Entre sus votantes en Tigre, la imagen de Massa se construyó respaldada en las políticas sociales de los gobiernos kirchneristas y potenciada por Nordelta y las cámaras de seguridad. Para la mayoría de los bonaerenses es un perfil de vaguedades cuyos huecos son rellenados por el imaginario particular de cada elector. El que quiera lo puede imaginar kirchnerista, o lo pueden ver como el enterrador del kirchnerismo o como expresión de la nueva política, de la política joven y todos los atributos que se le ocurran a cada quien.
El Massa que concita adhesiones de amplio espectro es esa incógnita que puede incluir desde el mejor kirchnerista hasta el peor de todos. Pero a medida que avance la campaña, ese Massa comodín irá siendo reemplazado por el Massa real, el político que llegó al peronismo desde la UCeDé, que se fue adaptando al duhaldismo y que tuvo la mala suerte de que en ese momento llegara el kirchnerismo, un espacio donde nunca se sintió cómodo.
Pese a esa incomodidad trató de hacer carrera y llegó a reemplazar a Alberto Fernández, a quien le gustaba imaginarse como el monje negro del Gobierno. Con ese antecedente de un funcionario que usaba su autonomía para operar sobre el Gobierno, Massa llegó cuando nadie quería ya un Rasputin ni un jefe de Gabinete haciendo políticas de poder personales. No supo leer el momento y duró poco. No era tan difícil: el Gobierno estaba asimilando la derrota de la resolución 125 y Alberto Fernández había operado desde Clarín.
En esos meses que estuvo en el gabinete tampoco supo advertir la importancia de la reestatización de las jubilaciones cuando se la planteó Amado Boudou. Fueron dos situaciones de la política que repercutieron fuertemente en el futuro inmediato porque prepararon la recuperación del kirchnerismo tras los golpes de la 125 y de las legislativas del 2009. Massa no entendió esos dos momentos que eran tan evidentes en la estrategia del kirchnerismo, una filosofía que se puede resumir en avanzar en vez de retroceder cuando están bajo presión. De otra manera no hubiera pasado el primer año de gobierno, como vaticinó La Nación apenas asumió Néstor Kirchner. Para Ma-ssa, esa estrategia no forma parte de su naturaleza ideológica.
Una conclusión empírica que han dejado los gobiernos de estos casi treinta años de democracia es que se hace lo que determinan los poderes de facto, como hicieron los gobiernos de Carlos Menem y de la Alianza, o se sobrevive y avanza como lo hicieron los gobiernos kirchneristas. Los gobiernos con otras actitudes fueron neutralizados y después aniquilados.
La sociedad argentina expresa sus tensiones con tosquedad. Es un país con una historia violenta y autoritaria y no por sus pueblos, sino por sus grupos dominantes. Las presiones que debe soportar cualquier gobierno cada vez que una de sus decisiones afecta esos intereses –que no tienen responsabilidades institucionales y que están por todos lados–, ponen a prueba la endeble cultura política de todos los jugadores institucionales. Si el Gobierno cede, deja de ser democrático porque no respeta el mandato popular soberano. Si se endurece para resistir esas presiones, al punto de interferir en el juego democrático, se puede volver autoritario. Esas presiones fueron muy visibles en casi todas las medidas progresivas de este gobierno, desde los juicios por violaciones a los derechos humanos, o la 125, hasta la negociación de la deuda, la nacionalización de YPF o la eliminación de las AFJP. Y las presiones y los intentos de desestabilización fueron desde bloqueos financieros internacionales o la captura de la fragata Sarmiento, hasta el secuestro y desaparición de Jorge Julio López.
Muchas veces las presiones se ejercen en forma indirecta a través de jugadores que se supone que tienen responsabilidad institucional, desde los políticos –propios y de la oposición–, hasta la Justicia y los medios de comunicación. Y siempre están las presiones económicas que no tienen que respetar ninguna institucionalidad y se aplican sin anestesia, con ferocidad. Los gobiernos transitan por ese desfiladero tan angosto y bajo tanta presión.
En julio de 2009, la Presidenta le pidió la renuncia a la Jefatura de Gabinete a un Sergio Massa que no entendía lo que estaba pasando. Creía que la estrategia del Gobierno era puro infantilismo y un acto de soberbia porque abría nuevos frentes y sumaba nuevos enemigos. Fue así, pero al mismo tiempo ganó credibilidad y nuevos respaldos. Néstor Kirchner pensaba que si en ese momento aflojaba, volteaban al Gobierno. Kirchner decía que no le iban a hacer lo que le habían hecho a Alfonsín.
Las elecciones de ese año fueron malas para el Gobierno, pero marcaron el punto de inflexión a partir del cual empezó a recuperarse hasta que en el 2011 ganó con más del 54 por ciento.
En esa historia, la equivocación de Ma-ssa fue el acierto del Gobierno. Massa entregó su renuncia y se fue a Tigre. Ahora las órbitas se vuelven a cruzar y Massa aparece ocupando el lugar que ocupaba Francisco de Narváez en la provincia de Buenos Aires. Estas simetrías históricas pueden servir para ejemplificar. En varios sentidos, Massa estaba más cerca de De Narváez en aquel momento y poner en práctica lo que pensaba ya entonces lo llevó a ocupar ahora ese espacio similar al que tuvo el empresario en el pasado.
A De Narváez le sirvió para ganar una elección que rápidamente se convirtió en su techo. Pero en ese momento, las bases más populares del kirchnerismo estaban muy intermediadas por los intendentes. Ya no es así. Los intendentes manejan una estructura poderosa, pero administran una popularidad que en gran medida proviene del gobierno nacional. Un sector de capas medias bonaerenses antikirchneristas conforman el techo electoral al que llegó De Narváez, que además debe compartirlo con el resto de la oposición.
Massa tiene que demostrar que, por lo menos, puede repetir la elección de De Narváez en 2009. Y sabe que de los 33 puntos que midió en sus encuestas, tiene por lo menos diez puntos que representan a una base kirchnerista que hasta ahora no lo había visualizado como opositor. Necesita retener ese porcentaje o reemplazar lo que pierda, con el “voto útil” que les saque al Frente Cívico o a De Narváez, que en esas encuestas estaría un poco arriba de los diez puntos. Pero es difícil que consiga más de lo que apareció en sus primeros porcentajes porque ya es un candidato instalado desde hace más de un año. No le queda mucho más para ganar. Una buena elección para Massa sería mantener lo que midió de salida. En ese sentido, Martín Insaurralde sale desde más abajo en esos sondeos porque es poco conocido, pero por esa razón también tiene un techo más alto en la medida en que la campaña lo pueda instalar con claridad como el candidato de Cristina Kirchner.
El tiempo que pase hasta la elección favorece a Insaurralde y va en contra de Ma-ssa. Es una fórmula teórica. La realidad puede funcionar de otra forma por otros factores. Pero Insaurralde tiene más por ganar cuanto más se haga conocer. Massa puede perder cuanto más vaya tomando definiciones obligado por la campaña. En ese sentido, la participación en las primarias implicó un reto para el tigrense porque lo obligó a exponerse durante bastante tiempo antes de las elecciones de octubre.
En estas primarias que se efectúan en agosto se pondrán en juego las listas de concejales en algunos distritos. En varios de ellos, Massa lleva listas enteras con candidatos del PRO que irán a internas con listas del peronismo disidente y en otros distritos irán integrados en una sola lista. La alianza con el PRO no se visualiza tanto en las candidaturas nacionales, donde hay tres macristas. En cambio en los distritos, toda la estructura del PRO se incorporó al massismo al no tener candidatos nacionales propios. Esta complejidad hace que difícilmente estas primarias puedan presentar un cuadro adelantado de lo que serán las legislativas de octubre, que son las que pesan en realidad.
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