EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Tal como se preveía, los resultados –o algunos de ellos en particular– se prestan a más de una lectura si es por visiones estrictamente numéricas. Pero debería haber ciertas coincidencias básicas a la hora de juzgar lo representativo y lo significativo, porque eso es lo que diferencia a los números en seco de las proyecciones que pueden hacerse.
Para ejemplificar con lo más obvio: en tanto el kirchnerismo se consolidó como primera minoría, es legítimo apuntar que no lo apoyaron bastante más de dos tercios de los electores aunque, cuidado, le sacó una buena ventaja al segundo; pero asentarse como primera fuerza a nivel nacional es un logro de enorme valía, nada menos que después de diez años de gobierno y con la dirigencia opositora, más sus tanques mediáticos, proclamando a coro que asistimos al comienzo de un “fin de ciclo” irremediable. Además, la porción mayoritaria que no respaldó al oficialismo o que entusiastamente le votó en contra –como se quiera– es una suma de frutas y achuras, imposible de ser merituada cual núcleo orgánico. De lo contrario, que alguien explique cómo se hace para juntar a De la Sota, Carrió, Cobos, Macri, su ruta. En el territorio bonaerense, que el justificado lugar común denomina “la madre de todas la batallas”, Sergio Massa y/o la obra propagandística de que fue beneficiario produjeron un hecho inédito, cual es haberse instalado como opción ganadora en tiempo record. Ganaron por una distancia loable. Es un mérito inmenso, a la vez que una criatura recién nacida con pronóstico precario, dudoso, acerca de su capacidad de andar (y mucho más si, como prometió el intendente de Tigre, asumirá la banca; los ejemplos de grandes constructores desde una silla parlamentaria, en lapsos breves, son raros de encontrar). La campaña mediática a su favor, probablemente, haya pecado de exitismo desmesurado. El engranaje de prensa se entusiasmó con los doce puntos de ventaja que, según las encuestas, marcaron su arranque de campaña. Y perdió de vista que en adelante sólo le restaba descender, en relación inversamente proporcional con las chances de crecimiento de Insaurralde a medida de que Cristina y Scioli se cargaran la campaña. Ese error, sin ir más lejos, es lo que le posibilita al kirchnerismo exhibirse como propietario de una “recuperación” notable. En un sentido, el dato es menor porque al fin de cuentas tiene que ver con cálculos y especulaciones mediáticas. Pero no es nimio si se piensa que reveló la angustia, la urgencia, de algunas corporaciones de prensa y propaganda, y de una parte del poder económico más concentrado, para mostrar que habían inventado un as bajo la manga de la noche a la mañana. Ahora resulta que la carta ésa se reveló muy importante, pero de ninguna manera decisiva para sostener que Massa despunta como el candidato “natural” del antikirchnerismo pejotista. Sí es cierto que, a priori, los votos del devaluadísimo De Narváez son sumables al caldo de cultivo del alcalde tigrense, más allá de que aquél deberá arreglárselas para renegar de sus pasos tipo “massismo es más kirchnerismo” como táctica publicitaria sobresaliente. Pero bueno: también había dicho que Hugo Moyano era una suerte de enfermedad gravísima que el país necesitaba erradicar, y acabó como su aliado. Más luego, ¿eso implica que son sinergia? ¿O eventual y meramente una conveniencia pasajera que, también, deberá demostrar estampa de saber gobernar?
Análogo a eso, la buena elección de Stolbizer la proyecta como una referencia indubitable hacia octubre, pero, de cara a las grandes ligas de 2015, sería improbable que el perfil netamente oposicionista de su entramado radical sea percibido como opción de poder. Al suscripto le cuesta creer que una variante surgida de ese palo pueda ser estimable en largo aliento. Que de paso: por más que lo coyuntural apremie y muchos lectores esperen razonamientos concluyentes, sería una irresponsabilidad analítica obviar que, ayer, nada menos pero nada más, comenzó una escala que termina recién dentro de dos años. A ojímetro de domingo a la noche, Stolbizer/Alfonsín fueron muy bien retribuidos por un sector imprevistamente agrandado que, en elección de pre-medio término, se permitieron el “lujo” de agotarse contra la dinámica Cristina-Massa (por ponerlo en términos de entendimiento rápido). Trasladar esa lógica al largo plazo, como si se tratara de que ayer volvió a surgir una alternativa ejecutiva por fuera del peronismo, suena a quimera.
Vayan algunos apuntes sueltos que, de nuevo, son más o menos recomendables según sea que se miren primarias o 2015. Casi todo lo que sigue es nada más que en principio y en orden aleatorio, pero por algo se empieza. Macri quedó muy atrás de expectativas presidenciales: el desempeño de sus pollos santafesinos y cordobeses no le permite ilusionarse ni de cerca, y en Capital lo acostó la suma de UNEN aunque habrá de verse si esa sumatoria es automáticamente trasladable a octubre. La izquierda testimonial hizo muy buena elección, con picos insistente o sorpresivamente destacables (Salta, Río Negro, ¡Mendoza!) y demostró que el “milagro para Altamira” no fue solamente una provisión exótico-mediática. Cavallo, Rodríguez Saá, el Momo Venegas, fueron un canto a cómo el pueblo debe castigar a ejemplares extravagantes, sin autoridad moral de ninguna índole. Triste lo de “Podemos” en la provincia de Buenos Aires: no había necesidad de “rifar” tanta trayectoria incólume, honesta, militante. Mucho mejor Claudio Lozano, de contrastar con lo anterior.
Y, por supuesto, Daniel Scioli. Quedó expuesto que el gobernador bonaerense es una pieza clave. Claro: ¿clave para qué? Sin duda que para haber acumulado voto bonaerense, con todo lo que eso significa en padrón y potencia eventualmente nacional. Se especule lo que fuere sobre si esperó hasta último momento para adherir explícitamente a la Casa Rosada o si siempre tuvo claro que así debía ser, lo efectivo es que demostró lealtad. Lo concreto es que Scioli la militó, le puso el cuerpo a un desafío jodido, no dejó espacio para reprocharlo. Pero también es efectivo que pasará “factura” desde un lugar ideológico que al kirchnerismo no le gusta. ¿Qué hará de aquí en más, pero, sobre todo, qué hará el kirchnerismo con él? ¿Lo correrá por izquierda para intentar cuadrarlo o aceptará que no tiene otra cosa mejor como derecha de la izquierda? Es una de las grandes incógnitas, o la principal, surgidas (subrayadas, mejor dicho) de la encuesta de ayer. A ojímetro, nuevamente, no suena que Cristina, como gran electora de lo que vaya a ser, resigne convicciones a cambio de triunfos electorales.
En primerísima síntesis, el kirchnerismo logró ayer la consolidación de un corpus “duro” de votantes que es primera minoría –muy clara– pero, además o antes que eso, capacidad movilizadora. De vuelta: más lo significativo que lo representativo, a más de que en el Congreso conservaría quórum propio o manejable. Recibió un aviso grande, muy grande y previsible, en torno de que no le da para dormirse. Sin embargo, se le ratificó que parte de un piso. El que conquistó la oposición deberá demostrar que su piso no es techo, pero no numéricamente sino en su probabilidad de entusiasmar. Si se escudriña sólo por ayer, da para que festejen largo e, incluso, tendido. Si la mira va más allá, hay que ver si sus golondrinas hacen verano.
Por último, vayan unas líneas con (contra) aquello que ciertos medios de comunicación blandieron en las últimas semanas: fantasma de fraude, necesidad de fiscales por doquier para evitarlo, irregularidades cantadas. Cuidarse contra la dictadura y contra el antro de corrupción que el andamiaje mediático esparce permanentemente.
Y ahora, ¿qué hacen con todas esas prevenciones?
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