EL PAíS › ENTREVISTA AL FILóSOFO ERNESTO LACLAU
Laclau considera a Massa como “una figura desvaída” y descarta que Macri llegue a ser presidente. Dice que el kirchnerismo enfrentará “una guerra de posición con las fuerzas de la reacción”.
› Por Fernando Cibeira
De visita en Buenos Aires para dar una serie de charlas y conferencias, el filósofo Ernesto Laclau advierte antes de comenzar la entrevista con Página/12 que preferiría evitar que el diálogo gire en torno de las recientes PASO y la campaña política. Explica que, dado que la mayor parte del año vive en Londres, las cuestiones coyunturales a veces se le escapan un poco y no quiere equivocarse. Sin embargo, ya avanzada la conversación, considerará a Sergio Massa “una figura desvaída” y descartará toda posibilidad de que Mauricio Macri llegue a la presidencia. Respecto del kirchnerismo, dirá que no sabe si podrá revertir el resultado de las primarias, pero que debe prepararse para “una guerra de posición con las fuerzas de la reacción”.
–Usted ha desarrollado la idea del antagonismo como una condición necesaria para la sociedad. ¿Qué opina de que quienes aparecen como los principales candidatos para alcanzar la presidencia en 2015, como Sergio Massa o Daniel Scioli, planteen que hay que dejar los antagonismos y privilegiar el consenso?
–Es una apreciación fundamentalmente errónea. Afirmar la prioridad ontológica del antagonismo no significa que uno tenga que estar creando antagonismos todo el tiempo, significa que hay ciertas divisiones básicas del espacio social que es importante mantener. Por ejemplo, es importante afirmar la distinción entre la izquierda y la derecha, eso es uno de los déficit de la política europea actual. La política europea ha llegado a constituir un discurso único en el cual los dogmas del neoliberalismo permanecen sin desafíos, algo que ha involucrado tanto a los sectores liberales conservadores como a los socialdemócratas.
–¿La gente percibe que los principales partidos en pugna proponen más o menos lo mismo?
–Exacto, entonces la gente no se siente representada en el sentido de que tenga la posibilidad de elegir entre planes alternativos. Ahora, afirmar esto, que esta división es importante para que el votante se encuentre con opciones claras y definidas, es muy distinto que andar diciendo que tiene que haber antagonismos todo el tiempo. No es en absoluto lo que estamos proponiendo.
–¿Entiende que al ponerse tanto acento en la necesidad de consensos en cierta manera se busca ocultar los intereses antagónicos que subyacen en la sociedad?
–Creo que sí. Pasando al caso latinoamericano, pensemos cómo se da el corte respecto del pasado de las dictaduras. Argentina es el país de América latina en que ese corte se dio de una manera más radical: los juicios a las Juntas, a los represores, la afirmación de una política de derechos humanos. El corte fue completo y eso es fundamental para definir una identidad democrática. En otros ejemplos latinoamericanos –como Chile– se dio una continuidad completa con el sistema de la dictadura. Los gobiernos de la Concertación siguieron esa política en casi todos los planos. De lo que se hablaba allí era de la “reconciliación nacional”.
–El miércoles pasado se cumplieron los 40 años del golpe a Salvador Allende y se notó que es una cuestión que aún no está zanjada dentro de la sociedad chilena.
–Ahora, por primera vez en Chile, se están dando las condiciones para un corte más radical. El movimiento estudiantil ha tenido un rol fundamental en este proceso. A partir de su movilización la sociedad chilena pudo empezar a dar voz a una cantidad de conflictos latentes que no conseguían ser expresados políticamente. Creo que el segundo gobierno de Michelle Bachelet va a ser mucho más hacia la izquierda que el gobierno anterior. Esa discusión sobre el pasado está volviendo en Chile, es lo que los psicoanalistas llaman el retorno de lo reprimido. Hoy por primera vez el horror de lo que ocurrió en los años de Pinochet se está encarando de una manera realista, se está rescatando una memoria histórica que había sido sepultada.
–Usted dice que en caso de ganar Bachelet hará un gobierno más de izquierda, sin embargo muchos analistas anticipan que luego de una oleada de gobiernos progresistas en América latina ahora vendrá una oleada de derecha, incluso en Argentina.
–No creo que vaya a haber ninguna oleada general hacia la derecha. Entre otras cosas porque el discurso de la derecha se estructura en torno del modelo neoliberal del Consenso de Washington y eso es irrecuperable. Con la crisis que en Argentina comenzó en 2001, los modelos neoliberales han entrado en crisis. Veo pocas posibilidades de que, incluso si hay cambios de gobierno y de orientación, puedan volver a ese modelo del pasado. El menemismo no vuelve a la Argentina y el plan de los “Chicago Boys” no vuelve a Chile.
–¿Por qué le parece que a los gobiernos progresistas –o “populistas”, como les dice usted– de la región les cuesta tanto armar una opción de continuidad?
–El problema de todo gobierno populista –“populista” en un sentido positivo, populismo significa una política que interpela a los de abajo frente al poder existente– es que de pronto frente al nombre de un líder se han aglutinado tantos significantes de un proceso de cambio que modificarlo a mitad de camino resulta difícil. Las fuerzas conservadores siempre van a tender a limitar el papel de ese líder porque van a tratar de diluir el poder político en las instituciones donde, a través de métodos corporativos, ellas pueden controlar, en el largo plazo, las decisiones. Siempre en América latina el Poder Ejecutivo ha sido una fuente de políticas de cambio más radical que el Parlamento.
–Días pasados, Mauricio Macri habló de la existencia de un “círculo rojo” que aparentemente buscaba generar una opción de gobierno en la Argentina uniéndolo con Sergio Massa y otros. Le costó un poco precisar quiénes integraban ese círculo. ¿Usted qué idea tiene al respecto?
–La realidad de lo que eso implica está presente en varios discursos. De todos modos, por qué habla de eso Macri me parece evidente. Macri se siente marginado en su enclave en la Capital y, para ser una figura nacional, tiene que adosarse a quien tenga posibilidades. Pero Macri tiene tantas posibilidades de ser presidente de la Argentina como yo de ser emperador de Japón. Del macrismo no va a surgir nada en términos de futuro político. El caso de Massa es distinto. La derecha argentina se da cuenta –y sus órganos representativos como Clarín, La Nación y otros– de que ellos no pueden tener un gobierno de derecha que sea hegemónico. Entonces, lo que tratan de buscar es una figura desvaída, que de alguna manera parezca vagamente centrista, y que sin embargo tenga una base popular lo suficientemente débil como para que ellos puedan reconstituir corporativamente su poder.
–¿Por qué considera a Massa una figura desvaída?
–En primer lugar, porque se está presentando como alternativa frente a un gobierno nacional popular. Si hay una izquierda en la Argentina, esa izquierda es el kirchnerismo. Cualquier forma de presentarse en oposición al kirchnerismo no puede ser más a la izquierda, siempre va a ser una forma de reconstitución del poder a la derecha. Hay que pensar en el caso de Pino Solanas. Cuando Pino empezó se presentaba a la izquierda del kirchnerismo, yo dije entonces que iba a terminar siendo un instrumento de la derecha. Ahora lo está siendo, haciendo cosas como la alianza con Elisa Carrió. Hay veces que la ideología explícita de un partido no tiene nada que ver con su función. En 1945, el Partido Comunista no tenía una ideología de derecha y funcionó como el punto de confluencia alrededor del cual se constituyó la Unión Democrática frente al peronismo.
–¿Cómo interpreta que las cuestiones de seguridad se terminen convirtiendo en el eje de la campaña electoral?
–Hay ciertos temas que la oposición a un gobierno popular siempre va a utilizar. Uno de ellos es la cuestión de la seguridad, el otro es la corrupción. Todos los gobiernos populares sistemáticamente han sido atacados con acusaciones de corrupción. El gobierno de Hipólito Yrigoyen fue acusado de corrupción, el gobierno peronista ni qué hablar. Siempre va a haber algún grado de corrupción en un gobierno, sea del signo que fuere, pero la magnificación del fenómeno de la corrupción es uno de los caballitos de batalla de la derecha.
–¿Cree que el Gobierno puede revertir el resultado de las primarias en octubre?
–Depende de factores coyunturales que no puedo manejar. Pero una política popular seria y coherente tiene que pensar que hay una guerra de posición con la fuerzas de la reacción que no se gana ni se pierde en un día ni en dos. Lo que hay que conseguir, independientemente de que haya una victoria o una derrota electoral, es que se vayan afirmando las bases y los puntos desde los cuales una respuesta colectiva en una segunda oleada vaya a ser posible.
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