EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
La última semana entregó grandilocuencias declarativas, algún escándalo y mucho fuego de artificio, pero todo sobre la base de noticias y percepciones ya conocidas.
Los incendios en Córdoba, la caída de la cúpula policial en esa provincia por su relación con el narcotráfico y la sanción de una ley que previene la violencia física y verbal entre escolares fueron, entre otros, el tipo de temas que llenaron el lugar no ocupado por grandes novedades políticas. Como describió el colega Ignacio Zuleta en su columna del viernes en Ambito Financiero, “es inevitable que los protagonistas del 27 de octubre se hayan detenido en esa meseta que motiva el desinterés del público por esa elección. Comparado con las primarias del 11 de agosto, hay más indiferencia por las campañas, seguramente porque los votantes ya han elegido hace rato –antes, inclusive, de agosto– y descuentan que no habrá grandes modificaciones en las tendencias del voto. Un momento como éste es el más doloroso para un político: cuando el público y sus adversarios lo juzgan y lo combaten, no por lo que hace sino por lo que es. Es lo que debe evitar cualquier hombre público, hasta el caudillo más encendido: si los demás lo perciben por lo que creen que es y no por lo que dice, hace o propone, se hace más difícil que nunca modificar la conducta de los otros”. Zuleta agrega que “esa resignación de los protagonistas de la elección a que las cartas ya están jugadas, y a que el marketing no puede hacer mucho para torcer la fatalidad, explica que, en estas elecciones, no tengan mucho rol los gurúes venidos de otros países. Estos expertos que ya asesoraron antes a políticos argentinos en campañas –Dick Morris a De la Rúa, Duda Mendonça a Duhalde– basan su negocio en una lectura deliberadamente superficial de los actores de una elección (...). Leen las encuestas y les aconsejan desarrollos argumentales que son fáciles de imponer cuando hay debate de proyectos, pero que es imposible hacer entender cuando el público no está dispuesto a decidir por lo que les ve hacer o decir a los candidatos sino por los prejuicios que ya tiene sobre ellos”. Una recorrida simple, muy simple, por los “ecos” de eso que ya “la gente” decidió, pase lo que pase en la campaña, salvo el surgimiento de algún hecho conmocionante que hoy no prevé nadie, ratifica aquellas presunciones. Sobre todo, en los sectores que votan contra el Gobierno. También podría decirse que lo decidido por buena parte de la sociedad obedece a las instalaciones mediáticas y, de hecho, la recorrida atraviesa el modo en que mudan de opinión los medios opositores. Pero ése es un debate de nunca acabar, acerca de los alcances de la influencia propagandística disfrazada de periodismo. Observemos el orden de importancia que cada quien quiera darle.
Si no se corrige el mínimo no imponible para los trabajadores en relación de dependencia, el oficialismo desatiende el reclamo popular o no percibe el desánimo de quienes sufren el recorte aunque, por cierto, sea dudosísimo que los “sufrientes” les hayan prestado excesiva atención a los pesos achicados que tales escalas significaban en su ingreso de bolsillo. Si se lo corrige, ya es tarde o electoralista. Una vez corregido, el problema pasa a ser que no están incluidos los monotributistas. Después, también se contempla a los monotributistas. Pero, nuevamente, es tarde. O electoralista. Y si se retoca para arriba el dólar oficial, es la demostración de que se toma nota de un tipo de cambio que viene quedando muy atrás de la inflación. Pero si no, se demuestra que el Gobierno continúa emperrado en mentir o mentirse. Y si se incrementa en más de un 20 por ciento la cantidad de argentinos que viajan al exterior, es porque algo tienen que hacer con la plata que no pueden invertir localmente. Pero si su contrapartida es que disminuye el flujo de turistas desde el extranjero, es porque el país está caro gracias al retraso del dólar, y el descenso del ingreso de divisas, por ese rubro, pasa a ser algo así como la media demostrativa de lo mal que nos va. Si, en la misma línea conceptual de lo anterior, hay un boom de ventas de autos y electrodomésticos, es porque en algo hay que gastar a falta de mejores opciones. Y si hay reducción temporaria de esos índices, ya fuere porque Brasil devalúa o porque el endeudamiento familiar tiene un tope, se debe a que el consumo se retrae en función de un salario que no alcanza. Y si la quita en el Impuesto a las Ganancias requiere la obviedad de compensar el egreso fiscal, por vía de gravar la venta de acciones, la oposición vota en contra o se retira. Si se le exige a la oposición una alternativa respecto de cómo financiar el beneficio, los radicales se van del Senado porque el presidente de Aerolíneas Argentinas le dijo “zángano” al jujeño Gerardo Morales, quien, como todo el mundo sabe, formó parte de un gobierno altamente preocupado por no recortar los salarios de trabajadores y jubilados.
Si el kirchnerismo comete el error de apostar por un “sheriff” como Alejandro Granados para resolver aspectos de la “seguridad” en el conurbano bonaerense, o si Martín Insaurralde mete elefantes en un bazar, promoviendo con una pésima explicación la reforma o el cambio del Código Penal juvenil, el Gobierno se dejó ganar por el discurso de la derecha y, encima, inútilmente, porque resalta grotesco que lo hace para ganar voluntades de clase media asustada. Pero si se mantiene en sus trece de un accionar y discurso garantista-progre, no abre los ojos ante lo que la sociedad le demanda. Otro tanto, si se resuelve mandar gendarmes a patrullar el conurbano es porque registraron que están perdiendo votos y, como si poco fuese, desprotegieron las zonas de frontera. Pero si los dejan en las fronteras es al divino botón, porque de todas formas son un agujero que chorrea contrabando y narcotráfico. Si se reabre el canje de deuda para negociar con los fondos buitre, se revela que la conducción oficial y jurídica del caso fue un esperpento. Si no se lo hace, persistimos en aislarnos del mundo y por algo no llegan las inversiones. Si hay acuerdo con una petrolera estadounidense para que invierta y explore en un área minúscula de Vaca Muerta, Argentina se bajó los pantalones de su soberanía energética. Si no lo hay, preguntan de dónde se pretende que vengan las divisas para promover el industrialismo. Si la idea fuera extraerlas de las reservas del Banco Central, contestan que liquidan el ahorro de los argentinos y que dejan al país raquítico de respaldo como si –además y nada menos– el país contara con los recursos para operar esa tecnología. Si el acuerdo queda aceptado como una de las escasas opciones disponibles pero es a través del fracking, mejor es dejar el petróleo y el gas donde están porque habría una catástrofe ambiental de cuyas pruebas nadie aporta mayormente nada. Si el presidente de YPF reconoce, como lo hizo en estos días, que la crisis de energía es grave, se exhibe como un símbolo de los desaguisados del Gobierno. Pero si no dice nada, lo mudan de “el mago” Galuccio a un impotente que estará preguntándose por qué no se quedó en Londres.
Si el director de la AFIP (justo de la AFIP) le regala a la nena que cumplió 18 un Audi de 40 mil dólares, es un impresentable que emblematiza al choreo K. Y en verdad que es impresentable, al margen de si su declaración de ingresos es compatible con obsequios de tal naturaleza. Un funcionario debe ser y parecer. Es injustificable que incurra en esas extravagancias. Y parecería, en cambio, que hay cosas hechas a propósito para que los mastines mediáticos se hagan una fiesta, como si se tratara de mostrar que la agresión no hace mella viniendo de quienes viene. Pero si Macri recortó el presupuesto social para desviarlo a emprendimientos de moda y desarrollos inmobiliarios privados, no rebota en ningún lado. Tres de cinco millones de pesos, que estaban destinados a la Intervención Social en Villas, fueron traspasados por el gobierno porteño al programa “Industria Audiovisual”, que entre otros aspectos se ocupa de acontecimientos como “Buenos Aires, Ciudad de Moda”. El informe –que proviene de un equipo lanzado por el Ministerio de Trabajo nacional para auditar la gestión PRO, y que Werner Pertot publicó en este diario el lunes pasado– tiene varios ingredientes sugestivos. Por ejemplo, que se traspasaron fondos de las villas para remodelar la entrada del zoológico de Palermo. Será que al ser un documento paraoficial, digamos, no merece ninguna confianza. Por el contrario, si lo perpetra algún periodista de medios independientes debe tener toda la razón del mundo. Es análogo a que el Indek miente seguro, y desde ya que sus cifras de inflación no son creíbles. Pero si esos números provienen de consultoras privadas o parlamentarios opositores cuya tendencia es de antikirchnerismo entre solapado y furioso, sin que alguien tenga noticias en torno de dónde sacan los equipos para medir inflación, no hay cuestionamiento alguno.
Si el Gobierno avanza hacia la estatización de los trenes es porque sus gerenciadores amigos fueron un desastre criminal. Y si no lo hace, es porque sigue atado a sus gerenciadores amigos. Si la Presidenta intenta disimular, malamente, la derrota en las PASO, está loca de atar porque tiene el síndrome de Hubris, que remite a haber perdido la noción de realidad. Pero si el velatorio de Kirchner lo organizó Fuerza Bruta; si la teoría de un dirigente radical que se dice presidenciable es la troskeada de cuanto peor mejor; si la derecha abreva en un pagadiós contra los buitres y quedan juntados Altamira con Carrió, están todos en su sano juicio.
¿Será que efectivamente está todo dicho porque ya está instalado que lo está? ¿O será que todavía se puede hacer algo porque nunca está todo dicho?
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