EL PAíS
› KIRCHNER LOGRO APOYO DE BUSH A SU
GESTION Y PARA LA NEGOCIACION CON EL FMI
Como dos amigos que vienen del sur
El texano le aconsejó que negocie duramente, “hasta la última moneda”, con el Fondo y hasta se comparó con el patagónico: “Usted y yo hicimos cosas que el establishment nunca se hubiese imaginado”. La satisfacción de Lavagna.
› Por Fernando Cibeira
Néstor Kirchner consiguió en el Salón Oval lo que vino a buscar: el apoyo de George Bush a su gestión y, específicamente, al tira y afloje con el FMI. “Negocie duramente. Hay que pelear con el Fondo hasta la última moneda”, lo adoctrinó el norteamericano, un experto en eso de pelear. Anfitrión impecable, Bush evitó los temas que pudieran generar alguna fricción –Irak, Colombia, Cuba y hubo sólo una referencia al ALCA– y piloteó una conversación que apuntó siempre hacia la positiva. En su afán por mostrarse amigable, le tiró a Kirchner una comparación que debe haber dejado inquieto al argentino. “Usted y yo hicimos cosas que el establishment nunca se hubiera imaginado”, dijo Bush.
Kirchner desgranó un discurso similar al que ya le había dado algunas alegrías por Europa. Explicó ante Bush que los organismos internacionales de crédito habían sido en buena medida responsables de la debacle económica argentina. “Estoy de acuerdo con su postura”, lo acompañó el norteamericano. “Sé que no es el culpable de la crisis que vive la Argentina, pero valoro que la asuma como propia y se haya puesto a trabajar para resolver los problemas”, agregó.
Eso sí, Bush hizo una salvedad. Aceptó lo de las culpas compartidas, pero también pasó un mensaje sobre lo que se hizo en el país. Avisó que su país está dispuesto a ayudar “si la Argentina se ayuda”.
La reunión duró lo habitual en estos casos, poco más de media hora. Exactamente 35 minutos según los cálculos de la prensa, 40 según los más elásticos cronómetros oficiales. Para quienes esperaban bajo el tórrido sol que bañaba los jardines de la Casa Blanca, Bush fue invisible. Recibió y despidió a los argentinos dentro de la muy televisiva The West Wing, la sala oeste que los presidentes norteamericanos utilizan como lugar de trabajo y, en sus ratos libres, para algunas otras cosillas.
La primera sorpresa de la comitiva argentina fue el nivel de los funcionarios que acompañaron a Bush. Estuvieron el secretario de Estado, Colin Powell, el del Tesoro, John Snow, la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, y el de Comercio Exterior, Robert Zoellick. Junto a Kirchner se sentaron su mujer, la senadora Cristina Fernández de Kirchner, el canciller Rafael Bielsa, el ministro de Economía, Roberto Lavagna, y el embajador José Octavio Bordón.
Bush chapucea algunas palabras de español y saludó a los argentinos con un “Hola, ¿cómo están?”. Después se llevó a un aparte a Kirchner para las fotos y, a solas, le adelantó todo lo bueno que veía en su gestión. Incluyó un párrafo sobre la reforma de la Justicia y “la lucha contra la impunidad”. La “buena química” de la que luego hablaron tanto en la embajada argentina como en la Casa Blanca se demostró en las palmeadas afectuosas que se prodigaron los dos presidentes.
“Soy un patagónico testarudo, un hombre humilde pero de convicciones fuertes”, se presentó Kirchner. “Yo también soy un texano testarudo, así que somos iguales”, le respondió Bush.
Buen muchacho
El norteamericano llevó la conversación para el lado de la integración continental. “América tiene que ser un barrio de paz”, definió. Y allí que podría haber colocado algún bocado amargo en la discusión –si hubiera pedido apoyo para la intervención militar en Colombia, o sacado a relucir el cambio de la posición argentina respecto de los derechos humanos en Cuba–, apenas si mencionó al ALCA como la forma de integración que solucionaría los problemas de la región, sin pedirle a Kirchner ninguna definición.
El Presidente intervino para hacer un nuevo acto de fe en el Mercosur. “Me gusta este muchacho, Lula”, comentó Bush sobre el presidente de Brasil, una referencia casi ineludible en cada entrevista que Kirchner mantiene con un líder mundial. “Aunque la prensa dice que él es de izquierda y yo de derecha, a mí me cae muy bien”, siguió el estadounidense. “Como yo soy peronista me puedo entender con los dos”, intervino Kirchner. Intentó ser un chiste sobre la histórica elasticidad del arco que abarcan los seguidores del General, pero Bush no lo entendió. “Claro, usted es de centro”, le dijo a Kirchner.
A la salida intercambiaron regalos. Kirchner llevó los tradicionales ponchos, similares a los que habían entregado a los reyes de España. Bush les obsequió una edición de 1836 de los Principios de la Política Económica, del inglés Thomas Malthus, aquel que decía que el crecimiento de la población era mayor al de sus medios de subsistencia, por lo que consideraba las guerras y las enfermedades medios adecuados para controlar esa desproporción. Un regalo lógico viniendo de quien viene.
Kirchner encaró los micrófonos con el ánimo en alza. “Las expectativas han sido totalmente colmadas”, sostuvo. “Hemos recibido un decidido e incondicional apoyo al proceso de recuperación de la Argentina, sin condicionamientos”, insistió. Y para remarcar que todo eso había sido a cambio de nada, lanzó una mirada a la época de las relaciones carnales. “Esto marca que se puede tener una relación seria, clara, y que se puede hablar con sinceridad”, comparó.
Teléfono abierto
Luego, con un poco menos de adrenalina, la comitiva argentina reunida en la residencia del embajador evaluaba el encuentro con un optimismo similar. “Fue en la misma línea que lo que nos pasó en Europa. Apoyo total y teléfono abierto para lo que necesitemos”, comentaban muy cerca del Presidente. “Si englobamos las dos giras, creo que conseguimos reinsertar a la Argentina en el mundo. No hay reproches y recibimos una absoluta comprensión de la situación”, agregaban.
Del lado norteamericano, voceros de la Casa Blanca agotaban los términos que se pueden utilizar para este tipo de encuentros en los que no se llega a nada concreto pero se conocen las caras y se mide qué se puede esperar de quien se tiene enfrente. “Excelente”, “franca”, “productiva”, fueron algunas de las expresiones que utilizaron los norteamericanos que se encargaron de hacer una evaluación de la reunión ante los corresponsales extranjeros.
Con motivos ciertos, entonces, el buen ánimo con el que la comitiva argentina salió de la Casa Blanca a bordo de tres autos, mientras en los jardines un metro cuadrado de sombra se cotizaba oro. Todo había salido redondo y la fila de vehículos dobló por Pennsylvania Avenue rumbo a la embajada argentina, donde iban a condecorar al embajador saliente James Walsh con la Orden de San Martín. A lo largo de la vereda de la Casa Blanca, una larga fila de apetecibles becarias hacía cola para entrar.
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