EL PAíS › UNA RECORRIDA POR ESCUELAS DEL OESTE Y EL NORTE DEL CONURBANO
“Acá todo el mundo vota al partido de Cristina”, dicen vecinas de La Matanza. En Olivos, a unas chicas les da “fiaca” ir a votar a Massa, pero temen sanciones: “La plata no es problema, pero tal vez se traben algunos trámites y Sofía tiene que viajar”, cuentan.
› Por Ailín Bullentini
En la avenida Juan Manuel de Rosas, o Provincias Unidas, o Ruta 3, en el corazón de Lomas del Mirador, se mezclan Villa Insuperable, Barrio Las Antenas, la Santos Vega y, en el límite con Ramos Mejía, el Barrio 12 de Octubre, tierra de Luciano Arruga hasta su desaparición, en 2009, además de apacibles chalets clasemedieros. En algunos barrios, las eternas calles de tierra surcan manzanas donde se levantan, lenta pero constantemente, los esqueletos de las que serán las primeras casas de ladrillo para sus habitantes. En otros, la pobreza habilita nuevos pasillos. Bastante más al norte, y del otro lado de la General Paz, la recreación a orillas del río es religión: meta roller, bicis, paseos de perro y energizantes en Olivos y Vicente López, rutina que no fue suspendida por la elección. Uno, territorio del kirchnerista Fernando Espinoza. Otro en manos de Jorge Macri, massista pero de sangre macrista –es primo del jefe de Gobierno porteño–. La línea del voto no es lineal.
Hace rato que Laura se mudó a Villa Luzuriaga, pero sigue votando en la Escuela número 13, que recibe protagonistas de las distintas caras de Lomas del Mirador. Confiesa que votará a “la Carrió” porque “siempre mantuvo el discurso”. Advertida de que no podrá encontrar la cara de la candidata a diputada en territorio porteño, opta por el Frente Progresista Cívico y Social, con Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín. Pero, “La Matanza es peronista” y, en ese tren de confesiones, continúa: “Si hay algo que le reconozco a la Presidenta es la Asignación Universal, con lo que se acabó el clientelismo político. Acá, en Lomas del Mirador, la gente es de laburo, pero no boluda. Se meten en el cuarto oscuro y hacen lo que quieren”.
En la puerta de la misma escuela, Hernán mece a Luna en su cochecito. Espera a su “señora”, que entró a votar. Viven en el Barrio Las Antenas, en donde, asegura el joven, “se ven las mejoras que hizo la señora”, en referencia a Cristina Fernández. Calles, escuelas, construcciones nuevas, trabajo, enumera: “Todo es más fácil ahora que hace algunos años. Yo decidí buscar trabajo y tardé una semana en conseguir uno y en blanco”, ejemplifica. Su voto va para el Frente para la Victoria, sólo porque está de acuerdo con “ella”: “No me cae bien ninguno de los que la acompañan”.
Más al oeste, la avenida General Rojo o Ruta 21 se convierte en la espina dorsal de Laferrere. Un grupo de asentamientos populosos y apretujados se suceden a ambas veredas de esa línea de distribución de recursos; penden de ella como costillas de un torso escuálido. Myriam trabajó toda la noche y todavía anda con “los ojos pegoteados” cerca del mediodía. Recién buscará “algún vecino que vaya para la 70” entrada la tarde, para no ir sola a votar. ¿Irá? “No lo sé. Tengo que pararme ahí y pensarlo bien, pero no es gran cosa. Si al final, el que tiene que luchar por la vida de uno es uno mismo”. La Escuela Niñas de Ayohuma, la 70, está ubicada en un rincón del Barrio La Palangana, que sufrió tanto o más que La Plata las últimas inundaciones bonaerenses, sin recibir tanta ayuda ni atención mediática. De la ausencia del Estado en los paliativos para sacar el agua del barrio –algunas casillas quedaron sumergidas por completo– nace la desesperanza de Myriam: “Nunca nadie nos abrió la puerta de la municipalidad, pero tampoco nadie se acercó de otros partidos, así que mirá si se preocuparán por el voto nuestro”.
Al otro lado de la ruta, la esquina de Alonso Pareja y Soldado Sosa es un hervidero en pleno mediodía. Escuela 84. Alberto, de 19, no se encuentra en el padrón, pero no es sólo allí donde se siente perdido: no sabe a quién votar. Hace poco tiempo que se mudó del Barrio La Puma, a unas cuadras de allí, a San Miguel, en donde ocupa algo de su tiempo en una cooperativa del Argentina Trabaja: “La cooperativa me ayudó, tendría que ir por ahí, ¿no?”, se habla a sí mismo. La búsqueda de Roberto en la lista de electores es la misma. Se peina el bigote espeso y morocho. Mira de reojo, no muy contento. “No voy a votar a nadie. Si la política nos abandonó, yo abandono a la política”, definió y encaró para la mesa 2073, escondida al final de uno de los pasillos del primer piso de la escuela.
Frente a la 84, Gisela desgrana la demora que tiene la remisería. Se apoya contra la pared; Benjamín, su bebé, mastica una zapatilla. A su lado, Graciela hace lo mismo. Una va hacia la escuela 23, la otra, a la 19. Votarán a “Cristina”, aunque ella no juegue en ninguna candidatura. “Acá todo el mundo vota al partido de Cristina”. Coinciden en eso, en que “el barrio está mejor”, pero también en que “no se puede salir de noche”, en que “las escuelas están en pésimo estado” y en la pena que les despiertan los chicos de la calle: “Pobrecitos, alguien tiene que hacer algo por ellos”. ¿El voto es hacer algo por ellos? “No”, concluye Gisela. “Acá todo el mundo promete por un par de meses, pero no cumplen con nada por años”, dice Graciela.
“¿Qué pasa si no votamos?” Denise y Sofía pululan en el parque –sí, parque, verde, con caminitos de piedra y muchas flores– de la escuela Pedro Poveda, de Olivos. Son de Pilar y les da “fiaca” tener que dejar semejante tarde de sol junto a Raquel (prima, votante en la Poveda) para ir a votar. Multa. Más de 100 pesos son la consecuencia averiguada, pero “la plata no es el problema, nos dijeron que tal vez se traben algunos trámites y Sofía tiene que viajar, no da”. Sofía se va a Estados Unidos, pero antes volvió a Pilar a elegir al Frente Renovador. Raquel sabe que alguna de las aulas en donde ella también eligió a Massa fue el lugar en el que Néstor Kirchner emitió su último sufragio. “Sí, siempre había lío. Ahora está todo más tranquilo para votar”, recuerda. A las corridas, Evelina también se sacó de encima el voto, que fue, también, por el intendente de Tigre: “Me gusta, promete mucho”, resume.
El nivel de ostentación de las casonas desciende a medida que Olivos le cede el paso a Florida. Divide la avenida Maipú. El voto, no obstante, casi no cambia. Como tampoco lo hizo la opción de Osvaldo, primerizo en eso de sufragar con capacidades físicas diferentes. Para cuando llegó a la escuela 4, el ascensor no funcionaba. “Fue y vino todo el día, ¿qué querés?”, culpa al aire la presidenta de mesa. Rápidos, los fiscales reciclaron el entorno: escalera de pintor, un rollo de membrana, una mesita y un escritorio más grande. Con todo, cerraron el hueco de la escalera de cemento. Cuarto oscuro listo. Osvaldo votó tan rápido como lo hizo Claudio, aunque un poco más convencido. “No sabía bien qué hacer. Leí las boletas por encima y reconocí dos o tres nombres en la lista de la Fe” –la que lleva al Momo Venegas a la cabeza–, cuenta Claudio. “Apuntamos a la pluralidad en el Congreso. Mientras haya variedad, que vaya el que quiera”, completó Sandra, su mujer.
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