EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
La jornada fue ejemplar: tranqui, elevada la participación, prolijo y expeditivo el recuento, no hubo incidentes serios. Una ratificación de la vigencia y continuidad del sistema democrático que amerita la celebración más amplia.
Las tendencias generales demarcadas por las Primarias Abiertas (PASO) se confirmaron o robustecieron en general, sobre todo en los grandes distritos. Pero el Frente para la Victoria (FpV) recuperó terreno en el total general, en el conteo de bancas (el real contra el virtual de agosto) y el número de provincias en que terminó puntero.
Los resultados alumbran un escenario complejo, que tratará de ser simplificado al mango por los competidores. Esta columna propone otra mirada, aun con la urgencia y la velocidad de las primeras horas. El mejor modo de esbozarla, cree el cronista, es plantear que a nivel nacional la Argentina tiene un oficialismo y muchas oposiciones, contexto al que la elección de ayer no podía poner fin.
El Frente para la Victoria (FpV) confirmó que es el partido con más votos en el total nacional, a respetable distancia del segundo. Que tiene la mayor cantidad de bancas en las dos Cámaras del Congreso nacional, que fue el que más agregó ayer. Estará a tiro de conseguir mayorías propias, articulando y negociando con aliados estables, como viene practicando desde hace dos años. En ese aspecto esencial, el kirchnerismo salió bien parado. Su piso electoral es alto, se parece bastante a lo que obtuvo en 2009. Poco sumó a su envidiable umbral, lo que implica un llamado de atención: un convite a repasar su gestión, su manejo político desde la otra elección, la talla de sus candidatos y sus tácticas de campaña.
Variados partidos opositores mejoraron su posición relativa con relación a 2011. Se impusieron en las cinco provincias más importantes, con ventajas generosas, cuentan con referentes plebiscitados a nivel local. Pero ninguna de esas fuerzas primó en dos de esos distritos.
El principal emergente de las oposiciones es el intendente de Tigre, Sergio Ma-ssa, que le da un aventón al disperso peronismo antikirchnerista. El tono general del comicio fue (con enormes fluctuaciones y matices) tendencialmente crítico al oficialismo. De todos modos conserva las claves de la gobernabilidad, con la perspectiva firme de controlar el Congreso. También a la principal líder política del país. Afronta un desafío que no tenía cuatro años atrás: el de prepararse para una presidencial sin su principal candidata, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Sus adversarios no afrontan limitación, pero sí su división y la enorme diferencia del peso de los candidatos a nivel provincial versus el vecinal.
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Un tono con bastantes matices. La sensación térmica del escrutinio es de un relativo revés para el oficialismo, en promedio nacional. Pero la supuesta sanción no fue uniforme en todas las provincias, ni tampoco en todos los distritos de una misma provincia. Esos gap son habituales, pero acaso no lo sea la magnitud de esta vez. Una lectura serena del desempeño en distintos partidos del Gran Buenos Aires dará una muestra. Las buenas performances en Entre Ríos, Chaco, Río Negro y San Juan versus las frustrantes de Catamarca, Jujuy y Chubut son indicativas. Cuando se desagregue el Conurbano, se llegará a una conclusión similar. “La política” pesa: en la gestión de gobierno, en la designación de los candidatos, en los modos de hacer campaña.
Pocos candidatos o dirigentes provinciales kirchneristas relucen después de ayer como prospecto para la competencia nacional de 2015. He ahí una limitación histórica del oficialismo: su dificultad para “construir” figuras de proyección nacional.
Hubo excepciones, claro. Seguramente el gobernador entrerriano, Sergio Urribarri, es quien rayó más alto, pues compitió con éxito en una provincia donde las oposiciones dominaban las bancas a renovar en senadores y diputados.
Su colega chaqueño, Jorge Capitanich, también se quedó con una victoria holgada, en un territorio más fiel al kirchnerismo.
El mandatario salteño, Juan Manuel Urtubey, recuperó las dos bancas del Senado para la mayoría, en una contienda bien apretada.
Fuera de ellos, son contados los que salvaron la ropa. En un hipotético podio negativo resaltan las magras cosechas de dos ministros del Gabinete nacional: Juan Manzur en Tucumán y Norberto Yauhar (goleado en Chubut).
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Massa y el pejotismo. Massa es el dirigente opositor que rompió la inercia precedente: los resultados de Capital, Córdoba, Santa Fe y Mendoza eran previsibles hace muchos meses. Las oposiciones gobiernan las tres primeras de esas cuatro provincias y en 2009 barrieron en las cuatro.
La irrupción de Massa en Buenos Aires fue la novedad mayor de 2013 y su triunfo, el avance más grande de las oposiciones. Por el caudal que acumuló, por el porcentaje nacional que implica ese parcial bonaerense (seguramente mayor al del PRO), por la diferencia, por haber desgajado dirigentes y votos que acompañaban al FpV.
Su salto a las ligas nacionales revitaliza al pejotismo, que venía muy desperdigado. Resignifica los éxitos del gobernador José Manuel de la Sota en Córdoba y Mario Das Neves en Chubut.
Suponer que Massa ya ha conseguido imponerse como conductor de las diversas tribus (y caciques) del peronismo federal es uno de los tantos apresuramientos emocionales en que incurren analistas interesados. Su potencial es interesante, el apoyo de los medios dominantes y del establishment le darán aire y recursos. Pero “construir”, “armar” y aun “contener” desde una banca de diputados es complicado: los intendentes que lo siguen no viven su día a día sólo con promesas de futuro... ni de néctar o ambrosía. Sus necesidades tangibles los conectan forzosamente con el gobierno provincial o el nacional.
Jamás fue sencillo para un bonaerense concitar la adhesión de los dirigentes provinciales; habrá que ver qué pasa con el recién llegado.
Claro que esos intríngulis los pensará más adelante. Ayer tuvo un día soñado para cualquier dirigente político, que le da una base importante para sus ambiciones, tan obvias como su ideología.
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En cada rancho un paisano. El radical Julio Cobos resucitó en Mendoza. El socialista Hermes Binner revalidó en Santa Fe. Juan Schiaretti retuvo en Córdoba la primacía de su gobernador pejotista José Manuel de la Sota. Gabriela Michetti sostuvo el bastión PRO y aupó la candidatura presidencial de Mauricio Macri. Consiguieron una cantidad absoluta enorme en provincias pobladas por millones.
La dificultad de todos surge cuando se los proyecta al terreno nacional. Esta nota se concluye sin los datos totales definitivos, por eso no contiene detalles ni números precisos. Pero es patente que el PRO apenas ronda los dos dígitos del padrón nacional, que la UCR siendo la segunda fuerza nacional padece horrores su debilidad en Buenos Aires y la Ciudad Autónoma, y que el cordobesismo por algo se autodenomina así. El socialismo de Binner es taita en Santa Fe, muy débil extramuros.
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Setenta por ciento en contra. Las agorerías de “fin de ciclo” son un tópico en el que reincidirán “corpos” y “opos”. Pecan de apresurados y simplistas, con la imprecisión que siempre los aqueja. Será un clásico computar el “70 por ciento” (o un cachito menos, tanto da) que “votó contra el Gobierno”. La cuenta es imperfecta o hasta capciosa si no se le añade que ese conjunto es un agregado de diversidades, no una unidad política.
Es bueno evocar que el kirchnerismo prima en las urnas desde 2003, pero que sólo en 2011 se alzó con la mayoría absoluta. Casi siempre una mayoría desagregada en muchas facciones se expresó en su contra.
El criterio elegido es banal, aun en elecciones presidenciales que pueden ser ganadas sin mayoría absoluta. Ni hablar en las de “medio término”, en las que desde 1983 ningún oficialismo superó el 50 por ciento.
El paradigma no es aplicado por la Vulgata dominante a los adversarios del kirchnerismo. Sin haber leído los otros diarios de hoy (que se escriben al mismo tiempo que esta nota), el cronista apuesta que nadie dirá que un 60 por ciento de los porteños votó contra PRO o más del 55 contra Massa o más del 70 contra el delasotismo. Si el cálculo se transpolara a escala nacional, habría que decir que casi un 90 se enfrenta a PRO o más de un 80 al Frente Renovador. Nadie incurre en simplismos tales, que se reservan al FpV.
Al lanzar sus candidaturas, Binner, Ma-ssa y Macri ratifican, por si hiciera falta, que la oposición no es un frente unido. Y que, seguramente, no querrá (ni, quién le dice, podría) serlo en el futuro próximo. La izquierda “dura” que está rondando el 5 por ciento del padrón y que meterá diputados añade diversidad a ese conglomerado y, todo lo indica, un ánimo confrontativo contra el “resto del mundo”, no sólo contra el FpV.
Los resultados inducen a los espacios panradical-socialista y panjusticialista federal a formar coaliciones. Los incentivan los logros territoriales flamantes tanto como el escarmiento que sufrieron hace dos años. Hay un terreno fértil potencial ahí. Pero construir coaliciones eficaces exige liderazgos, operadores hábiles, dirigentes con piné: no es coser y cantar.
Al oficialismo que se quedó con lo esencial, pero contando votos y bancas de a uno, le cabe el reto de leer el pronunciamiento popular, sin negar su parte crítica y con introspección. De repasar por qué la transición del 54 por ciento al total de ayer, porque la merma está en el manual, pero su magnitud quizá no. Y, contando con los recursos para gobernar, analizar cómo relanzarse, cómo renovarse y cómo cambiar sin renegar de las líneas mayores de su proyecto. O sea, cómo refrescar la legitimidad de ejercicio sobre la cual construyó hegemonía desde 2003.
Mañana, con el escrutinio definitivo, se intentará redondear esta lectura y atisbar escenarios posibles.
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