Lun 28.10.2013

EL PAíS  › OPINIóN

La final recién empieza

› Por Eduardo Aliverti

Pasó lo que se esperaba, sin ninguna sorpresa distintiva en términos nacionales. La lectura afinada que pueda hacerse cuando se conozcan los números definitivos, distrito por distrito, cordón por cordón, no variará sustantivamente la semblanza general.

Una forma de medir el resultado de estas elecciones –que fue y será la preferida de la gran mayoría de medios y analistas, incluyendo a algunos o muchos que simpatizan con el kirchnerismo– se da a través de cotejarlas con las expectativas previas. Es válido, pero requiere anteponerle la pregunta de quiénes y por qué generaron tales proyecciones. Al tope, desde ya, está la diferencia a favor obtenida por el intendente de Tigre: si superaría o no el dígito de distancia sobre Insaurralde fue poco menos que una concentración monotemática de analistas, encuestólogos, candidatos mismos. Y de esa anchura en la ventaja, dijeron casi todos, se colegiría con cuánta potencia habría de emerger Massa hacia 2015 (con la candidatura presidencial como medida, señalaron también, sin siquiera pasar por la alternativa de una postulación a gobernador). Los guarismos de ayer confirmaron una elección brillante del Frente Renovador, pero, aun cuando hubieran sido algo menos favorables, igualmente Massa había establecido en las PASO una base electoral muy considerable, en tiempo record, que no necesitaba de ratificación aplastante para asentar su potencialidad. Dicho de otro modo, el alcalde tigrense y el esquema de alianzas que lo acompaña ya tenían asegurado un panorama optimista, apriorístico, para pegar el salto hacia dentro de dos años. Pero la clave, subrayada por el resultado en territorio bonaerense, continúa siendo justamente cómo seguir. El mérito de la parcela massista es a la vez su problema, porque la urgencia con que esta opción fue montada desde los grupos de derecha mediáticos le fijó un piso muy alto. Candidato a presidente o nada (asoma maximalista, pero no está muy lejos de su verificación); lanzarse ya mismo; ganar sin dejar dudas; recoger prontamente cuanto herido y “borocoteado” vaya dejando el kirchnerismo. Y de yapa, sostener un discurso insustancial, amorfo, capaz de sumar voluntades o percepciones enemistadas con el Gobierno pero no tanto como para provocar un sincericidio derechoso. Debe reconocerse a un Massa cumplidor –con largueza– de esas actitudes que le fueron requeridas, sin por eso poner en cuestión las que puedan ser sus firmes convicciones personales. Pero la batalla esencial comienza recién ahora, y para constatar eso no hacía falta esperar el resultado de este domingo. Sus uñas de guitarrero estaban claras desde las PASO, cabe insistir. Tocar con afinación una pieza completa es otra cosa. Le espera la obviedad nada fácil de cómo moverá el kirchnerismo (Cristina, en rigor). Le espera el rol a jugar por Daniel Scioli, cuya imagen y retórica le disputarían franjas sociales altamente susceptibles de ser entre similares e iguales a las suyas. Le espera desarrollar una actuación destacada en el barro parlamentario. Le espera demostrar que tiene capacidad de construcción propositiva, al margen de los atributos que ya expuso para rejuntar electoralmente en comicios de medio término. Y le aguarda, quizá sobre todo, la esperanza de que la economía atraviese en el mediano plazo unos varios terremotos, suficientemente graves como para que de hoy a dos años sea masiva, contundente, la percepción o convicción de cambiar de jefatura ideológica nacional.

Es complicado decir algo no ya distinto sino, siquiera, diferente, respecto de los desafíos a afrontar por otras figuras y fuerzas que ayer revalidaron pergaminos comiciales. Lo que se denomina macrismo, gracias a esa manía de colgarle “ismo” a toda corriente política o moda social emergente, conservó sus tantos pero mucho más en cabeza de las aspiraciones distritales de Gabriela Michetti que de las ensoñaciones de Mauricio Macri. Pese a su agrandado discurso de anoche, el intendente porteño no tiene ni trabajo ni logros que lo proyecten sólidamente por fuera de los límites citadinos y en ese sentido, por más preso que se lleven al seguro, queda atrás en la carrera contra Massa, a la derecha de la pantalla. Carrió volvió a concursar con un éxito apreciable (y ensanchado, vaya, si se lo carea con el papelón ocurrido hace apenas dos años, aunque medir presidenciales contra legislativas sea tan lícito como ilegítimo). Está claro, sin embargo y como lo revelan las encuestas hechas entre sus propios votantes, que es paupérrimo el electorado tendiente a confiar en ella para cargos o postulaciones ejecutivos. Las cifras conseguidas por Unen también son atractivas, bien que les cabe el concepto anterior si quieren vérselas con otra dimensión geográfica. Y si se sobrepasan las fronteras de la gran vidriera operativa y mediática, el oficialismo cordobés volvió a vencer con soltura, pero ya se probó de sobra: al menos con José Manuel de la Sota como protagonista excluyente, no sólo el “cordobesismo” no mueve el amperímetro nacional, sino que el ex gobernador tampoco lo hace entre sus pares del peronismo disidente. Quienes sí vuelven a despuntar en los papeles son Hermes Bi-nner y Julio Cobos, que obtuvieron previsibles, amplias e incuestionables victorias. Lo del santafesino, si se quiere, es más loable todavía, porque la administración gubernamental de su partido afronta duras controversias, a raíz de un escenario de narcocrimen –y eventuales complicidades o impericias oficiales– que los medios opositores nacionales relativizaron prolijamente. Lo de Cobos, de todas maneras, no deja de ser impactante en una provincia que, si bien integra el lote más avanzado de un conservadurismo ancestral (tal vez por eso, precisamente), registró una elección notable del trotskismo, o del candidato de esa lista, o de la necesidad de protestar en modo electoral reforzado, salvo pensar que en Mendoza, o en Salta, brotan comunistas de abajo de la tierra (esto último no implica ningunear el aplauso que se lleva el Frente de Izquierda por su excelente e inédita actuación en esos y otros distritos, y que deberá merecer análisis particularizado). Volviendo y nuevamente: Binner y Cobos –o, si se prefiere, el Frente Progresista Cívico y Social y la UCR, que por alguna razón no insondable, sí llamativa, son designados como de “centroizquierda”– deben hacer creíble su carácter de dirigentes con alcance mayor al provincianismo. Hasta que la realidad certifique lo contrario, son tributarios, respectivamente, de imagen de honestidad/gestión provincial aprobada y de (la 125, claro) una sobresaliencia actitudinal en coyuntura. De ahí a tener volumen de edificación política hay un recorrido enorme y, de hecho, Binner refrendó esa verdad de a puño al “desaparecer” de la escena nacional tras las presidenciales de 2011. En simultáneo con ese reto, más la carga de lo representado por la experiencia de la Alianza, deberán enfrentar la sensación o certeza colectiva de que este país no se puede gobernar sin el peronismo.

Mientras tanto, y como lo sintetizó Edgardo Mocca en la columna publicada ayer en este diario, es previsible una intervención reinaugural de Cristina que no tendría ningún síntoma de “transición”, sino que “(...) puede esperarse un relanzamiento que combine sentido de continuidad en el rumbo, con abordaje de problemas que lo obstaculizan. Será una reaparición fuertemente programática y estratégica con una brújula esencial: la defensa y construcción del poder”. Salvedades de salud presidencial aparte, lo cual es o sería un dato nada menor, así debiera ser. Simplemente, porque eso es lo que estipulará que no se trate de un “fin de ciclo”; porque la intervención de la jefa de Estado es decisiva cualesquiera sean las tácticas a tomar y porque –matemática, objetivamente, con las conquistas y la mochila de diez años de gestión– el kirchnerismo ratificó ayer que permanece como la “potencia” electoral más significativa de los argentinos. Alrededor de tercio a favor contra dos tercios opuestos, pero marcadamente dispersos, en una elección legislativa.

Con ese dictamen corroborado, ¿puede hablarse de un ciclo que llegó a su fin? El kirchnerismo tiene la palabra. Esto es: sigue teniéndola después de ayer. Y la oposición no debería perder de vista lo arduo que le resta para demostrar que su entusiasmo no son fuegos artificiales. Debería mirar al 2009. A su anomia al cabo de aquella derrota de los K. Por supuesto: no está Kirchner y Cristina no podrá actuar sino como gran electora. Pero aun con observancia de lo que carga y lo que le falta, el Gobierno sigue en condiciones de disputa y algunos de sus contendores ganaron un partido que no era la gran final ni nada que se le parezca. Si no fuera así, ya hubieran manifestado, unívocamente, a quién tienen para abroquelar en aras de cuál proyecto desinhibido. Les falta mucho para eso.

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