EL PAíS › OPINION
› Por Max Page
Cuando vivía en Buenos Aires, en el invierno y la primavera de 2009, llevaba a mi hija a un jardín de infantes de la calle Uriarte, en Palermo. Siempre voy a recordar a sus maestras por la calidez y el cariño hacia mi nena: sus besos quedaron impresos en su carita, para siempre. Justo antes de llegar a la escuela, pasábamos por una baldosa en la vereda que recordaba a alguien que fue arrancado de su casa y asesinado. Ese recordatorio cotidiano, diario, me resultaba un fuerte gesto de memoria y de justicia.
Este mes, la editorial de la Universidad de Massachusetts en Amherst, estado de Massachusetts, Estados Unidos –mi universidad– publicó Memories of Buenos Aires: Signs of State Terrorism in Argentina, que es la traducción del libro de Memoria Abierta Memorias en la Ciudad. ¿Por qué habría de publicar una editorial universitaria norteamericana una edición en inglés de una guía de sitios ligados a la represión en Buenos Aires? Yo edité la traducción no sólo porque el libro cuenta una importante historia sobre Buenos Aires y sobre Argentina, sino porque es un modelo para otras ciudades que también enfrentan un pasado difícil.
Yo no tenía una guía cuando llegué a Buenos Aires en agosto de 2009 con una beca Fullbright para enseñar en la Universidad Di Tella y para explorar cómo la ciudad recordaba y preservaba el legado de la dictadura. Claro que conocía los lugares más notorios, la ESMA, el Club Atlético, el Parque de la Memoria. Pero no había una manera simple de entender la red que había formado el aparato represivo, hasta que Memoria Abierta publicó su Memorias en la Ciudad bajo la guía de Patricia Tappatá Valdez.
Es el libro que llevé cuando exploraba la ciudad, como alternativa a las guías más tradicionales. Así tuve un mapa alternativo de Buenos Aires, uno que me hizo ver hasta dónde llegaban los tentáculos del Estado, qué entrelazados con la vida cotidiana de la ciudad estaban los centros clandestinos de detención.
Con eso hubiera alcanzado y sobrado, pero el libro también me mostró la historia de la memoria de esa época, el legado de marcadores en toda la ciudad creados para mantener vivo el recuerdo. El objetivo de esos objetos creativos –baldosas, murales, árboles, esculturas– era ayudar a que los culpables fueran juzgados y advertir a cualquier potencial dictador. El lema de los movimientos de derechos humanos, Memoria, Verdad, Justicia, queda perfectamente representado en este pequeño libro. Descubrimos y documentamos la verdad. Recordamos a los desaparecidos. Y así logramos justicia.
Este libro es el regalo de Memoria Abierta a Buenos Aires y a todos en Argentina. Pero es también un regalo al mundo. Con mi colega Ilan Stavans queremos ir el año que viene a otras ciudades de pasados dolorosos –Berlín, Jerusalén, Johannesburgo, Shanghai– y plantar la semilla para que ellas también produzcan sus propias Memorias de la Ciudad.
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