EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
El país se subió a la moto cuando llegó Cristina. Los cambios en el gabinete pusieron más expectativa en la sociedad que el surgimiento de la figura de Sergio Massa en la oposición y diluyeron todos los esfuerzos de la oposición por inducir un raquítico clima de fin de ciclo. Hubo expectativa alrededor del regreso presidencial y también la hubo con las nuevas designaciones. El escenario poselectoral apareció ocupado por el kirchnerismo –supuestamente la fuerza más golpeada por los resultados–, mientras la oposición mostraba poco reflejo para capitalizar sus resultados supuestamente ganadores.
Para la oposición hubiera sido mejor que las elecciones legislativas reafirmaran la instalación de algunos de los referentes que ya estaban posicionados. El triunfo bonaerense de Massa generó una situación difícil porque les restó fuerza a todos los demás e instaló una nueva fuerza opositora que para crecer necesita desmantelar a las otras. Se trata también de una base electoral que no se sabe cómo actuará en futuras elecciones. Además, se trató de una elección legislativa de medio término que tiene un comportamiento diferente al de una elección presidencial. El kirchnerismo perdió muchos votos en relación con la presidencial anterior, pero retuvo una posición que lo sitúa mejor que las fuerzas de la oposición y con una fuerte imagen positiva de Cristina Kirchner, que no fue candidata y tampoco podrá serlo en los próximos comicios. Ahora el oficialismo deberá encontrar la forma de usar esa alta imagen positiva para sustentar a su candidato en el 2015.
La oposición tiende a moverse como si el kirchnerismo no existiera o subestimándolo al punto de no prever las consecuencias de sus movidas. La salida del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, fue una demostración de ese mecanismo. No ha habido funcionario más atacado, denunciado, cuestionado y maltratado por los grandes medios, por la oposición y por una gran parte del sector empresario con el que debía confrontar para discutir precios. El clima que se creó hacía pensar que el funcionario era un petardo sin respaldo, desacreditado en toda la línea, incluyendo gran parte del kirchnerismo. Pero en vez de aislarlo, el ataque desaforado contra Moreno polarizó las opiniones, aunque quienes lo respaldaban se mantenían en silencio. El ruido permanente de los medios y la oposición inclinaba la cancha contra Moreno. Cuando renunció se produjo en la base kirchnerista una ola de respaldo y simpatía con el funcionario quien, debido a la furiosa diatriba opositora, había sido visualizado como un dirigente sacrificado, leal y honesto. Moreno no se fue con la cola entre las patas, sino con la simpatía de mucha gente y tranquilo porque ninguna de las causas que le abrieron tiene sustento real, pese a que la función que cumplía se prestaba para convertirlo en el rey de las coimas. Habita el mismo departamento de Constitución y mantiene el mismo negocio de ferretería que tenía cuando se incorporó a la gestión en el 2003.
Seguramente la actuación de Moreno ha tenido claros y oscuros, aciertos y errores, pero la polarización inducida por la campaña empresaria, mediática y opositora terminó por satanizarlo o santificarlo, lo cual difícilmente se corresponda con la realidad en cualquiera de los dos casos.
La oposición pensó que esa campaña permanente en su contra hubiera destruido cualquier forma de respaldo que pudiera tener Moreno. Pero confundió destrucción con polarización y ni siquiera pudo exhibir como trofeo propio la renuncia del funcionario, porque hizo más ruido el respaldo que recibió. Es que, en realidad, no se le aceptó la renuncia a Moreno por ese desgaste, sino por una decisión presidencial que aparece bastante clara de que el ministro de Economía designado, Axel Kicillof, quede como único referente del área. Mercedes Marcó del Pont, otra funcionaria valorada en el kirchnerismo y cuestionada por la oposición, resignó su lugar como presidenta del Banco Central, desgastada por la pérdida de reservas en un cuadro de iliquidez de divisas.
Desde el punto de vista del Gobierno, la escasez de dólares no tiene todavía un efecto importante en la economía, donde disminuye la desocupación y aumenta el consumo y la actividad industrial, pero sí impacta en la política y en el malestar de una clase media que tiene plata en el bolsillo y siente que no la puede gastar comprando dólares. Hubo un intento desde la oposición de atribuir los cambios en el gabinete a una situación terminal y desastrosa de la economía. La pérdida de reservas, el precio de la carne o del tomate y la baja cosecha del trigo fueron exhibidas en forma alarmante. Pero no es la medición que hace la sociedad. Los voceros de esas posiciones, por lo general economistas neoliberales, han perdido credibilidad y ni ellos mismos creen en ese presente apocalíptico que describen.
Mercedes Marcó del Pont y Moreno chocaron varias veces entre sí, pero la oposición festejó el alejamiento de los dos. El festejo no prosperó. La consolidación de Kicillof como referente del área económica excitó las fibras más ortodoxas del neoliberalismo y se escucharon entre algunos radicales y macristas acusaciones de marxista al viejo estilo de los cazadores de brujas del macartismo de la Guerra Fría.
Además de anacrónico, denostar a alguien por marxista expresa un sentimiento autoritario acendrado porque reverbera situaciones que llevaron a este país al abismo. Hay una consonancia entre esos cargos y las actitudes que llevaron al infierno. Son chivatazos que se hacen desde la rabia y el desprecio y que en otro momento les costaron la vida a muchas personas. En esa misma línea fue maltratado el titular de la Afsca, Martín Sabbatella, a quien desde la Coalición Cívica y sectores del radicalismo denunciaron como stalinista y marxista porque en su juventud militó en el Partido Comunista. La acusación de marxista, hecha como denuncia y como amenaza, fue siempre un uniforme antidemocrático. Las dictaduras militares y la sociedad civil que las respaldó usaron esa fórmula para reprimir a cualquiera que no tuviera la misma mentalidad conservadora que ellos.
Jorge Capitanich fue una pieza de reserva del kirchnerismo. Como gobernador del Chaco encabezó el período histórico de mayor prosperidad de la provincia, aún más que en la época de oro del algodón de los años ’50 y ’60, y llega al gabinete con un fuerte respaldo electoral, que en política pesa más que los títulos académicos. Es uno de los presidenciables del kirchnerismo y pasa a ocupar un lugar con mucha visibilidad.
Kicillof y Capitanich son figuras gravitantes en el gabinete. Desde el primer ministro de Economía del kirchnerismo, que fue Roberto Lavagna, ese ministerio no había vuelto a tener una figura tan central como Kicillof. Desde Alberto Fernández en la Jefatura de Gabinete siempre hubo figuras fuertes. La diferencia es que Capitanich asume en la recta final de la gestión de Cristina Kirchner, por lo que tendrá protagonismo, junto con la Presidenta, en la preparación del escenario para las elecciones del 2015. Es un lugar de mucha visibilidad pero también de mucha exposición. El kirchnerismo hace una demostración de fuerza si después de diez años de gobierno puede llegar con varios presidenciables en sus filas, como los gobernadores Daniel Scioli y Sergio Urribarri y el ministro Florencio Randazzo, además de Capitanich.
Los movimientos en el gabinete anuncian el comienzo de esa etapa. Un mal desempeño de la economía frustraría cualquier estrategia. La función de Kicillof será garantizar estabilidad. La de Capitanich, participar en el diseño del escenario que culminará en 2015.
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