EL PAíS › OPINIóN
› Por Edgardo Mocca
Prendí la televisión bien temprano a la mañana. Me atravesaba la ansiedad. No podía creer que se hiciera cierto el cumplimiento de la grilla de los canales dispuesta por el Gobierno por parte del principal grupo empresario mediático del país. Era ya un hecho pero igualmente no podía creerlo. La verdad es que no tengo memoria de un episodio anterior en el que el Grupo Clarín hiciera algo que no quería hacer porque el Estado se lo ordenaba. Hasta a Videla lo desoyeron cuando les “sugirió” que vendan acciones de la entonces recién “adquirida” Papel Prensa a diarios del interior al mismo precio que el Estado se las había vendido.
En momentos tan complejos como los que estamos viviendo parece una trivialidad que el canal público esté en el lugar de la grilla en el que tiene que estar. Sin embargo, tiene una enorme importancia histórica. Comparemos, si no, la manera en que otros gobiernos democráticos legítimos concedieron todo lo que los poderosos les exigían a cambio de un poco de oxígeno, o sea de gobernabilidad. Tampoco esto tiene antecedentes: ningún gobierno jaqueado por los poderes fácticos produjo hechos de autoridad como el que ayer se ha producido.
En la Argentina, a la ley la tienen que respetar todos. En la Argentina mandan las autoridades elegidas en ejercicio de la soberanía popular. No mandan los extorsionadores ni hay impunidad para nadie, con independencia del poder económico que pueda exhibir. Ese principio, simple y a la vez neurálgico de la democracia es, se me ocurre, la clave de nuestro futuro como sociedad. Así como una orden de Néstor Kirchner hizo que se bajaran los cuadros de los jefes del terrorismo de Estado, una ley –la más debatida, la más participativa, la más democrática y antimonopólica de cuantas hayan sido sancionadas– y la decisión del máximo tribunal de la Nación a favor de su plena constitucionalidad obligan a quienes se sintieron por encima del ordenamiento jurídico del país a proceder al simple y sorprendente gesto de la obediencia.
La defensa del Estado y de la soberanía popular es también un principio que debe ordenar las conductas en estos días de turbulencias especulativas y desestabilizadoras. Acaso la agradable sorpresa que nos dio hoy la pantalla de la televisión sea un símbolo del camino a recorrer.
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