EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Fernando Cibeira
Para un aspirante a la presidencia, la visibilidad que da el ejercicio de la gestión es un arma de doble filo. Si se trata de la siempre turbulenta provincia de Buenos Aires, los riesgos se multiplican. El gobernador Daniel Scioli debió poner a su jefe de Gabinete, Alberto Pérez, al frente de la negociación con los docentes para terminar con un paro que amenazaba convertirse en un agujero negro para su administración. Todo indica que los maestros hoy levantarán la protesta. Scioli tuvo que ceder bastante más de lo que había imaginado en un principio. Luego de 17 días sin clases era el mal menor.
La táctica inicial fue apostar al desgaste de la protesta y ganar la batalla en la opinión pública. Al principio parecía que lo conseguiría. El porcentaje de aumento ofrecido era considerable y la difusión de algunos sueldos altos le permitió una ventaja transitoria. Se mostraron algunos sondeos en los que la gente veía bien que se mostrara firme ante la protesta. Pero la respuesta de los gremios acerca de que el porcentaje del 30,9 era sólo para el sueldo inicial y que los recibos de más de 40 mil pesos eran más ficción que realidad giró la discusión. Sucedió algo atípico. Con el correr de los días la posición de los gremios apareció más fuerte mientras que a la administración sciolista, aun con fallos judiciales a su favor, se la veía sorprendida y sin capacidad para generar nuevas propuestas.
A diferencia de años anteriores, en esta ocasión no hubo hostilidad entre el gobierno nacional y el bonaerense. Aunque algunos kirchneristas sugieren por lo bajo que Scioli todavía tiene un amplio margen para seguir gravando los productivos campos bonaerenses y juntar de ahí para darles a los maestros, está claro que ese menú no está en el ADN del gobernador. Si alguna vez lo hizo fue porque no le quedó otra, muy difícil que lo repita. Pero el gobierno nacional esta vez se cuidó de que la paritaria nacional no echara leña en las negociaciones en el interior, especialmente en la provincia de Buenos Aires. En el momento más complicado la presidenta Cristina Kirchner sentó a Scioli a su derecha, durante el acto transmitido el jueves por cadena nacional desde la quinta de Olivos. No dijo nada sobre la paritaria, pero en todo momento intercambió risas y gestos amistosos con el gobernador. Con todo, no hubo en esta ocasión tampoco ayuda extra. En la Rosada explican que si se habilita una línea así para la provincia de Buenos Aires las demás reclamarían el mismo trato.
Como una China en pequeño, cualquier cifra en Buenos Aires se multiplica por millones. Cada punto de aumento a los docentes representa 450 millones de pesos, cuando ya más de un tercio del presupuesto provincial está destinado a la educación. Hoy Scioli haría el anuncio de una moratoria impositiva con la que espera recaudar los alrededor de 800 millones de pesos extra que necesitará para solventar la nueva oferta. Lo que se hacía evidente era que, si seguía esperando, el costo sería mayor, y no sólo en lo referido a los millones.
A diferencia de Scioli, Sergio Massa no tiene responsabilidades de gestión. El contrapeso de andar liviano y sin riesgos es el peligro a caer en la intrascendencia del comentarista de lo que hacen los demás. Algo de eso le venía sucediendo desde principios de año hasta que encontró una tabla de salvación en su ofensiva contra la reforma al Código Penal. Hasta ese momento, su discurso, que tiende al eslogan, venía más o menos equilibrado, pero la crítica a la reforma lo obligó a un volantazo a la derecha. A Massa eso le importó mucho menos que la recuperación del protagonismo perdido. Esta semana consiguió continuidad con su paso por Washington.
Venido a menos como potencia militar y económica y con una notoria pérdida de influencia política a nivel regional, Estados Unidos no ha disminuido, sin embargo, su atractivo como meca de todo dirigente autóctono que sueñe con sentarse en la Casa Rosada. Ya habían circulado por los consabidos encuentros con parlamentarios y almuerzos empresariales Scioli y Mauricio Macri, esta semana fue el turno del líder del Frente Renovador, a quien podría imaginarse hecho a medida para ese tipo de giras en las que la apuesta es caerle en gracia al interlocutor. Trato canchero, frases cortas y efectistas, discurso pragmático, estilo moderno, buena presencia mediática. Massa podría pasar por político norteamericano.
Byung-Chul Han es el filósofo de moda en Alemania. Nacido en Corea del Sur pero doctorado en Munich, uno de los libros de Han es La sociedad de la transparencia, donde da cuenta del estado actual de la sociedad en la que la vida social se convirtió en mercancía. Ya sea en los medios o en las redes sociales no existe el secreto, está todo expuesto listo para ser consumido. Pero Han alerta sobre la idea de transparencia que se reclama para la actividad política, que no es justamente para que la ciudadanía tenga participación en el proceso de toma de decisiones. “La transparencia que se exige hoy en día de los políticos es cualquier cosa menos una demanda política”, sostuvo Han en una entrevista con El País el sábado pasado. “El imperativo de la transparencia sirve para descubrir a los políticos, para desenmascararlos o para escandalizar. La demanda de transparencia presupone la posición de un espectador escandalizado. No es la demanda de un ciudadano comprometido, sino de un espectador pasivo”. Su conclusión es que la exigencia de este tipo de transparencia, en una sociedad donde manda el mercado, hace que los políticos no terminen siendo valorados por lo que hacen, sino por el lugar que ocupan en la escena.
Massa sintoniza a la perfección con esta demanda. Por un lado, con la del ciudadano espectador escandalizado, al que apunta con sus eslóganes contra la reforma al Código Penal y los miles de presos que asegura quedarán en libertad de un día para el otro. No importa si es cierto, es suficiente con dar pasto para el escándalo. Por otro lado, en sus reuniones a puertas cerradas en el Departamento de Estado busca generar confianza acerca de los cambios que producirá cuando llegue a la presidencia, medidas para las que no ha convocado a ningún referéndum ni recolección de firmas. Habló de una mayor participación de la DEA en la lucha contra el narcotráfico y mostró sus preferencias cuando planteó la necesidad de fortalecer el rol de la OEA como ámbito de discusión regional. Con la llegada de los gobiernos progresistas y de izquierda en la región, la OEA, con sede en Washington, perdió preeminencia y se buscó su reemplazo por organismos nuevos como la Unasur y la Cepal, sin influencia de la Casa Blanca. Massa propone en este punto volver atrás. También se reunió en el Capitolio con el responsable del Comité para América latina y diputado del ultraconservador Tea Party Matt Salmon, uno de los legisladores que presiona a la Argentina para que se siente a negociar con los fondos buitre.
No habló sólo de eso. Massa también mencionó la necesidad de mantener los planes sociales, pero es indudable que en las últimas semanas su discurso se derechizó y asoma más cercano al de Macri que al del justicialismo tradicional. Massa, que no suele improvisar sus pasos, busca mostrar –aquí y en el exterior– que es la persona adecuada para canalizar las demandas que se repiten en las encuestas: seguridad, calles sin protestas, precios sin inflación. El hombre del orden, el lugar que desea ocupar desde ahora y hasta octubre del año próximo en la escena política.
Es notable que aún no haya conseguido la ansiada foto con el papa Francisco, a quien en su biografía autorizada pone como factótum emocional de su candidatura. Mientras llega ese momento –algún día llegará–, el Papa recibió al coordinador de la Comisión de Reforma al Código Penal, Roberto Carlés, para interesarse por la propuesta, mientras que al procurador penitenciario Francisco Mugnolo le recalcó la necesidad de “un sano garantismo”. Si uno no supiera que está ocupado con cosas más importantes como reunirse con Barack Obama, parecería que el Papa se lo hiciera a propósito.
Tal vez le dé resultado a Massa el viajecito, no hay fórmula que garantice el éxito o el fracaso. Más allá del gesto simbólico del líder del Frente Renovador de haber pasado el aniversario del 24 de marzo en el Departamento de Estado, algunos oficialistas nostálgicos marcaban diferencias recordando que Néstor Kirchner conoció Europa recién después de ser electo presidente y que a Estados Unidos había ido sólo una vez de vacaciones. Y no sólo consiguió llegar a la Casa Rosada, sino que inició un proyecto heterodoxo e independiente de las recetas que marcan los centros de poder internacionales que ya lleva once años en el gobierno. O puede que sea justamente por eso, que lo pudo hacer porque antes no había recorrido despachos repartiendo promesas. No hay fórmulas seguras.
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