Vie 20.06.2014

EL PAíS  › OPINION

Los hechos, las palabras, la oportunidad

› Por Washington Uranga

El papa Francisco sostuvo hace apenas unos días que “las grandes economías mundiales sacrifican al hombre a los pies del ídolo dinero”. Conceptos similares respecto del sistema económico internacional había desplegado hace unos meses en su encíclica Evangelii gaudium. En una entrevista que concedió recientemente al diario español La Vanguardia, el papa Bergoglio insistió en que “la crisis financiera mundial demostró la fragilidad del sistema económico actual y de las instituciones a ellas conectadas” y agregó que “por mantener un sistema económico que ya no se aguanta, descartamos a toda una generación”.

Las palabras no podrían ser más apropiadas frente a la coyuntura que está atravesando la Argentina a raíz del embate de los especuladores internacionales y la complicidad que éstos han recibido del sistema judicial de los Estados Unidos.

Los Curas en la Opción por los Pobres acaban de pronunciarse en el mismo sentido y, apoyándose también en las declaraciones del Papa, condenan el fallo de la Corte Suprema de los Estados Unidos y las decisiones del juez Thomas Griesa.

Pero bien hacen los curas en reclamar una manifestación en la misma línea –que sería de solidaridad con el pueblo argentino, de condena del injusto sistema financiero internacional y sus aparatos auxiliares– por parte de la jerarquía católica argentina. Como en tantos temas en los que es necesario jugarse e interpretar los acontecimientos de la historia y de la vida cotidiana a la luz de la doctrina católica, los obispos católicos argentinos hasta el momento han preferido callar. Es posible que en algún momento se refieran al tema como parte de una declaración que incluya también otros asuntos. Hay circunstancias en las que llegar tarde equivale a no llegar. En este caso, ni siquiera les alcanza con el paraguas doctrinal e institucional que les ofrece el papa argentino.

Se trata, en realidad, de un estilo institucional que se reviste de un sinnúmero de explicaciones formales –la dificultad de construir consensos, la diversidad de miradas existentes– que sólo sirven hacia adentro y para justificar ante los propios la inacción, pero que dejan en evidencia que en el seno de la jerarquía católica –donde no todos piensan igual– se siguen imponiendo aquellos que impiden toda declaración que pueda leerse como apoyo al Gobierno. Así sea en este ocasión, donde más que amparar al oficialismo lo que se haría es respaldar, como lo han entendido también fuerzas políticas de la oposición, una causa nacional.

Pero no es el único caso en el que los obispos católicos guardan silencio. El papa Francisco dialogó con las Abuelas de Plaza de Mayo y les prometió que haría lo que esté en sus manos para que la Iglesia Católica aporte la información que pudiera poseer para esclarecer el paradero de niños nacidos en cautiverio durante la dictadura militar. El Episcopado prometió el año anterior crear una comisión para investigar sobre el particular. Hasta el momento no se conoce ni la composición de esa comisión ni, mucho menos, los resultados de su actuación. El arzobispo José María Arancedo, después de una entrevista con las Abuelas, les remitió una carta formal en la que nada se aporta realmente al tema ni se asume ningún compromiso efectivo en la línea planteada. Mientras tanto, el arzobispo de Bahía Blanca, Guillermo José Garlatti, fue procesado por el encubrimiento agravado del ex capellán Aldo Vara durante los ocho meses que estuvo prófugo de la Justicia. Garlatti dijo ante el juez que “no pensó” o “no se le ocurrió” que los datos que ocultaba fueran valiosos para la Justicia. Es la misma presunta ingenuidad o candidez que muchos obispos pretenden esgrimir cuando afirman su lejanía de la política, mientras hacen afirmaciones abstractas sobre principios generales que luego no pueden sostener con su propia conducta.

Para quienes tienen responsabilidades institucionales, como es el caso de la jerarquía católica, los silencios no pueden leerse como simples omisiones. En algunas ocasiones se transforman en complicidades.

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