Lun 01.09.2003

EL PAíS  › OPINION

Criterio y oportunidad

› Por Washington Uranga

Para quienes estudien la historia social y política de la Argentina, diciembre de 2001 será señalado como el momento en el cual aquello que había sido designado por los científicos sociales como fragmentación social y política alcanzó su máxima expresión, ganó las calles, cobró visibilidad y, lamentablemente, se canalizó también a través de hechos violentos y desgraciados que quizá se hubieran podido evitar con otro comportamiento de la dirigencia. Aquel estallido esparció sus fragmentos por los diferentes escenarios que componen lo social, lo político y lo cultural, y rompió no sólo estructuras organizacionales sino que sobre todo desestructuró modos de interpretar los acontecimientos y de hacer la política misma. Habilitó también nuevas avenidas, la revisión de temas y de decisiones que –por lo menos algunos– creían totalmente cerrados. Sólo a modo de ejemplo y sin pretender quitarles mérito político a quienes han dado los pasos para que finalmente se haga justicia sobre los hechos más aberrantes que conmovieron en las últimas décadas al país, hay que admitir que nada de esto se habría podido dar sin el antecedente de la lucha de las organizaciones de derechos humanos, de las organizaciones sociales y políticas que trabajaron para ello y, finalmente, sin la gente en la calle reclamando por este y otros temas. Hoy vivimos un momento distinto y convivimos con diferentes estilos de hacer y de entender la política. Y eso no es patrimonio de organizaciones, ni tampoco de personas. No es que tal o cual persona, dirigente u organización, represente genuinamente un nuevo estilo o una nueva forma. En todos y todas conviven –como una tensión de la que es difícil desprenderse– formas de la nueva y de la vieja política. Ese no es el problema. Lo que importa es el rumbo, el horizonte, hacia dónde queremos caminar y qué queremos dejar atrás. Es el momento y están dadas las condiciones para trabajar en la construcción de una democracia participativa que reconstruya el tejido social, político y cultural desde abajo hacia arriba y con la participación de todos y todas. Para ello se necesita además de audacia y creatividad, apertura y capacidad de autocrítica. También honestidad para asumir y corregir errores que sin duda se van a cometer. Todo se puede inventar y casi todo se puede hacer. Siempre y cuando haya verdadera voluntad de generar otra forma de democracia y que el norte sea el bien común. Ese es el criterio básico e irrenunciable, que debe estar presente en cada acto y en cada decisión. Esto no evitará que se cometan errores, pero sabremos con más certeza hacia dónde estamos caminando.

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