EL PAíS › ENTREVISTA AL SECRETARIO DE COORDINACION ESTRATEGICA PARA EL PENSAMIENTO NACIONAL
Ricardo Forster adelantó que promoverá el desarrollo de múltiples actividades y convocará a actores diversos de la vida intelectual. “Hay que mostrar que el objetivo de la secretaría es inversamente proporcional a las críticas más duras que recibió.”
› Por Silvina Friera
La lengua de las pasiones políticas interpela al filósofo Ricardo Forster, secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional. En su oficina del segundo piso del Ministerio de Cultura, un espacio con la luz y las proporciones adecuadas para trabajar, plantea el reto de “romper dogmatismos hacia adentro del campo nacional y popular” para ensancharlo, ampliarlo, provocarlo, discutirlo. Atravesar aquellas palabras entumecidas y equívocas como “pensamiento nacional”, resignificarlas críticamente, es una travesía compleja que le insufla un entusiasmo adicional. “El diálogo no viene a suturar las diferencias. Lo que viene a generar son las condiciones para que en el ámbito de la democracia visiones, concepciones, matrices ideológicas diferentes e incluso antagónicas se puedan debatir”, dirá Forster en un tramo de la entrevista con Página/12. “La secretaría se construye de cero y esto genera la posibilidad de armar un programa con las múltiples actividades que vamos a desarrollar. Hay que mostrar que el objetivo de la secretaría es inversamente proporcional a las críticas más duras que recibió”.
–¿Por qué recibió tantas críticas, especialmente sobre el nombre de la secretaría?
–El nombre tocó sensibilidades, movilizó ciertos fantasmas, provocó reacciones. “Pensamiento nacional” es un nombre polisémico, equívoco, complejo. Creo que se intentó homologarlo a tradiciones de una derecha clerical o fascistoide, a pensamiento único, a (Joseph) Goebbels; desmesuras absurdas propias de un momento muy peculiar de las disputas en nuestro país. En otro contexto seguramente no hubiera generado lo que generó. Pero a su vez es una oportunidad porque implica un desafío: resignificar ese nombre. Yo suelo utilizar un concepto de Bertolt Brecht, la categoría de “refuncionalización”, cuando pensaba en categorías que podían provenir de otras tradiciones ideológicas, incluso de derecha, decía que hay que tomarlas, apropiárselas, refuncionalizarlas y transformarlas en categorías críticas de la realidad. Decir hoy pensamiento nacional no es equivalente a su formulación en la Argentina de los años ’20 y ’30. La secretaría adquiere una fisonomía que tiene que ver con lo que llamaría “la tradición argentina”, que permite recorrer hacia atrás los campos de conflictos y de confluencias. Todo está en esa tradición que puede juntar a Borges y a Marechal, a John William Cooke y a Milcíades Peña o a Lugones con José Ingenieros; discursos que parecen a veces antagónicos, pero que cuando uno los bucea y mira cómo se fueron conjugando, hay vasos comunicantes, mixturas, hibridaciones. Lo nacional hoy en la Argentina es muy difícil de categorizar desde una sola perspectiva. ¿A Borges cómo lo colocamos? ¿Como un escritor cosmopolita sin raíces? ¿Como un escritor del criollismo vinculado a su Palermo natal o a los relatos de Guillermo Hudson o de Güiraldes, o lo vinculamos con su descubrimiento de Herder, de Keats, de Whitman o de Schopenhauer? ¿O es todas las cosas al mismo tiempo? Me parece que lo argentino condensa esas multiplicidades.
–Cuesta percibir que hubo y hay un pensamiento nacional de izquierda, ¿no?
–La propia tradición de la izquierda y del marxismo conoce debates extraordinarios en torno de la cuestión nacional. A comienzos del siglo XX hubo un gran debate alrededor de un libro de Otto Bauer, que fue uno de los grandes socialdemócratas austríacos, que se llama justamente La socialdemocracia y la cuestión nacional, donde frente a la complejidad del imperio austrohúngaro con doce naciones, Bauer trataba de pensar esa especificidad. En América latina desde (José Carlos) Mariátegui, (Víctor Raúl) Haya de la Torre hasta el propio Milcíades Peña, o la tradición de la historiografía vinculada a la izquierda nacional, (Rodolfo) Puiggrós o (Jorge Abelardo) Ramos, han discutido una y otra vez la cuestión de lo nacional. Es cierto que cuando uno piensa en la Guerra Civil Española el campo nacional era el campo del franquismo. Es un nombre connotado al que sería bueno abrirlo, derridianamente deconstruirlo, ver sus problemas. No podemos definir lo nacional desde un esencialismo, desde una autoctonía que cree que hay una suerte de fundamento metafísico llamado la argentinidad. La argentinidad como tal es una invención, algo en debate; sus fronteras son lábiles, sus contradicciones inmensas. No hay algo así como la esencia del ser nacional. No creo que haya un mandato escrito en la noche de los tiempos que se reproduce históricamente. Lo que hay son giros, invenciones, sentidos en disputas y eso nos plantea la dificultad de pensar la Argentina. ¿Cómo podemos pensarla hoy sin su memoria? Cuando digo su memoria, la pienso en un sentido de diversidad, de pluralidad. Es inimaginable pensarnos sin Sarmiento y pensar a Facundo sin Sarmiento. Sarmiento pensó el desierto, pensó la campaña, como no la había pensado nadie. Y le dio a la figura de Facundo una relevancia mítica, que sin la escritura de Sarmiento no la hubiera tenido. Claro, Sarmiento no pensaba al Facundo de las montoneras como el redentor de la Argentina. Lo pensaba como aquel que expresaba entrecomillas la barbarie de un país imposible. Pero al mismo tiempo hizo algo maravilloso: transformó una figura significativa de la historia argentina en un mito literario. Y eso articula también una visión de sociedad, de país; señala ese conflicto irresuelto entre la ciudad y el campo, entre la civilización y la barbarie. Y así podríamos bucear muchos otros grandes escritores que han pensado desgarradamente la Argentina. Yo siempre recuerdo un texto muy bello de Nicolás Casullo, donde compara a Sarmiento y a John William Cooke. ¿Cómo comparar dos miradas que parecen antagónicas? Los comparaba desde la perspectiva de que los dos fueron pensadores de la derrota: Sarmiento de la derrota de la Revolución de Mayo y John William Cooke de la derrota del peronismo del ’55. De eso se trata, de provocar esas proximidades y señalar a veces las sorprendentes conjunciones que se pueden dar.
–¿Qué implica pensar lo nacional en el contexto que se está atravesando con la cuestión de los fondos buitre?
–Argentina fue el país que produjo la negociación de deuda con quita y desendeudamiento más importante de la historia. Eso implica que se convierta en un modelo a seguir por otros países que tienen gravísimos problemas de endeudamiento. Implica también una manera de poner en cuestión un orden global, una normativa jurídica que ha generado en los últimos treinta años un proceso de crecimiento exponencial de la desigualdad, que ha frenado la posibilidad del desarrollo en decenas de países pobres del planeta. La Argentina vuelve a poner sobre la escena de la disputa internacional el rol de la soberanía. Que no es sólo soberanía territorial, es soberanía democrática, soberanía en términos de decisiones, de autonomía y de una autoctonía valiosa frente a una globalización que es una mentira, porque no es una globalización en términos de distribución igualitaria de los roles, de la riqueza, sea material o cultural simbólica. Argentina intenta ir más allá de un orden internacional tremendamente desfavorable para nuestros países. Y ahí está el riesgo. Si no se tocan intereses, no hay ningún riesgo. Hay sectores de la vida política económica del país que están muy interesados en que el fallo desfavorable de (Thomas) Griesa se concrete materialmente y que la Argentina vuelva a un dispositivo de endeudamiento, de pérdida de soberanía y autonomía. Asumir hoy una posición progresista, de ampliación democrática, una posición emancipatoria, distribucionista, no puede dejar de tomar lo nacional como centro de su reflexión y de su acción. Y ahí hay un punto notable en los cambios que pueden operarse en el movimiento de la historia alrededor de un concepto. No podemos pensar lo nacional como un espacio cerrado y encriptado. Incluso si pensamos el revisionismo histórico, ¿qué es el revisionismo histórico? Es acaso el primer revisionismo de los hermanos Irazusta, de Ernesto Palacio, ligado a una tradición hispanista, rosista, clericalista, muy propia de las derechas nacionalistas de esos años. O es el revisionismo que tiene distintas instancias en su interior, que le dio forma a la experiencia de las narrativas de una historiografía de tradición marxista, pero volcada a lo nacional popular, en Rodolfo Pui-ggrós, en Abelardo Ramos, en Norberto Galasso, en (Rodolfo) Ortega Peña o en (Eduardo Luis) Duhalde. Y al interior de ese revisionismo de izquierda no es lo mismo la posición de Abelardo Ramos que la de Galasso. Por eso cuando se dice revisionismo hay que tener cuidado dónde colocamos a un Milcíades Peña, un historiador marxista que revisó bajo un espíritu trágico dialéctico la historia argentina, o a un intelectual como Silvio Frondizi. Cualquiera que conozca la vida universitaria argentina sabe que las carreras de historia son un campo de disputa, que no hay algo así como un mitrismo ortodoxo. Hacer de Tulio Halperin Donghi simplemente un mitrista me parece un reduccionismo salvaje. Entonces la secretaría también quiere romper dogmatismos hacia dentro del campo nacional y popular; ensancharlo, ampliarlo, provocarlo, discutirlo.
–En la presentación de los programas de la secretaría estuvo Beatriz Sarlo, que escribió una nota para el diario Perfil. Usted anunció públicamente que invitará a Sarlo para algunas de las actividades. ¿A qué actividades?
–Cuando digo Beatriz Sarlo, también pienso en Juan José Sebreli, Carlos Altamirano, Horacio Tarcus, Maristella Svampa y Luis Alberto Romero, para tomar una diversidad de actores de la vida intelectual académica argentina. Beatriz podría perfectamente participar de “Los Frondizi”, que incluye a Arturo, a Risieri y a Silvio, porque me parece que es una pintura extraordinaria de la compleja trama de la vida política, intelectual, académica argentina. Vamos a hacer un encuentro internacional sobre Leopoldo Marechal, me parece que ahí también se puede inscribir perfectamente Beatriz. También vamos a convocar a actores políticos de las fuerzas opositoras. Pero hay que aclarar algo, hay un equívoco que supone que la democracia es juntar a todos alrededor de una mesa. Y que la tarea de un gobierno es siempre dar cuenta de que es pluralista porque convoca a todos. Un gobierno convoca cuando cree que tiene que convocar, según las necesidades del momento; pero a su vez señala posicionamientos, líneas de acción que implican diferencias, contradicciones, disputas y conflictos en el seno de la realidad. El concepto de una suma lo suficientemente amplia como para definir que la democracia es una especie de gran juntada es una visión pobre de lo que implica el debate. La amplitud en el interior de un sistema democrático es que un gobierno no impida de ningún modo que se expresen todas las corrientes de opinión, todos los credos religiosos, todas las elecciones culturales.
–A propósito de este equívoco de juntarse todos, parecería que prevalece en el discurso de buena parte de la oposición. ¿Cómo dialogar con sectores que trivializan el diálogo?
–Uno puede pensar el diálogo como la puesta en evidencia de la diversidad y de las diferencias. El diálogo no viene a suturar las diferencias. Lo que viene a generar son las condiciones para que en el ámbito de la democracia visiones, concepciones, matrices ideológicas diferentes e incluso antagónicas se puedan debatir. El diálogo no implica que haya una síntesis. El final de un foro, de una mesa redonda, puede ser la acentuación de las diferencias, pero bajo la condición del reconocimiento del otro. Y no digo tolerancia porque este concepto implica que tengo la obligación de soportar al otro, pero no me interesa nada del otro. En cambio el reconocimiento es que hay una diferencia, que puede ser muy intensa, pero genera la posibilidad de enriquecimiento en términos de una pluralidad de actores. Yo concibo los foros, los congresos como un ámbito donde no se venga a aplanar la diferencia, sino que se la venga a colocar en un nivel de calidad discursiva, de respeto, pero sabiendo que en la Argentina hay una disputa muy seria por la renta en un sentido mayúsculo: la renta material pero también la renta cultural simbólica. Uno no va a ocultar sus convicciones, la matriz de sus ideales, sus elecciones políticas, sino que las va a poner en juego. El mes que viene saco un libro por Fondo de Cultura Económica que se llama La travesía del abismo. Mal y modernidad en Benjamin, un libro que de las más de quinientas páginas que tiene la mitad están dedicadas a Benjamin y el judaísmo. ¿Cómo es esto? El secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, que para muchos suena a Goebbels, a nazismo y a no sé cuánto más, dedica un libro a un pensador extraterritorial, extrafronterizo, ecuménico, diaspórico, exiliado, que muere en la encrucijada de una frontera escapando del nazismo, y hace eje en la relación entre Benjamin y el judaísmo. O sea es una especie de absurdo, si tomamos en cuenta el reduccionismo casi ignorante y analfabeto de cierta crítica. Yo leo la creación de la secretaría y el hecho de haberme planteado ser secretario como parte de este momento extrañamente renovador de la vida política argentina y del debate de ideas. Espero estar a la altura del desafío.
–¿Qué sucedería si parte de los que serán invitados, algunos nombres que mencionó como Sarlo, Tarcus, Romero, no aceptan la invitación?
–Es cosa de ellos, ¿no?, pero tampoco voy a hacer público si no aceptan.
–En el artículo que Sarlo publicó en Perfil subrayó “la intolerancia del Gobierno”. Ella y los actores políticos de la oposición que serán convocados podrían argumentar que no quieren estar en un ámbito donde más que dialogar puedan sentirse atacados.
–Seguramente vamos a hacer una serie de actividades en la Biblioteca Nacional, un ámbito que ha demostrado pluralidad. Incluso en ese artículo Sarlo dice que el gobierno nacional es intolerante, para nada pluralista, salvo la excepción honrosa de Biblioteca Nacional, un ámbito adecuado para que Carlos Altamirano, Luis Alberto Romero, Maristella Svampa, Hilda Sabato, al que han ido más de una vez, vuelvan a ir. Si no aceptan es porque no tienen ganas, no pueden o porque están muy ocupados. No veo que haya ninguna convocatoria en donde pueda haber algún tipo de situación enojosa o agresiva. Y, de haberla, voy a ser el primero en poner en cuestión cualquier tipo de exabrupto. La secretaría busca generar ámbitos serenos para un debate abierto, público y democrático. No generar trifulcas, tomatazos, notas en la sección policial de los diarios. Todo lo contrario. Me parece que nos siguen faltando en este tiempo argentino debates que sean capaces de señalar las discrepancias, las diferencias, pero que estén en el interior del respeto y el reconocimiento del otro. Y no del uso de la injuria y la descalificación.
–Un desafío que enfrenta la secretaría es el camino hacia las elecciones del próximo año. ¿Teme que se compliquen los debates y las actividades programadas por la secretaría, especialmente en 2015?
–Las PASO van a ser un camino extremadamente complicado; obviamente que lo electoral va a permear gran parte de la vida argentina en su diversidad y la secretaría es parte de esa vida. Nosotros vamos a tratar de descontaminar las actividades de la secretaría de lo electoral inmediato, sabiendo que todo lo que digamos en esta gigantesca máquina de capturar palabras que son los grandes medios de comunicación va a ser parte de esa captura. A veces se confunde y se piensa que el Gobierno, que representa al conjunto de la ciudadanía, debe dejar de lado sus propuestas y sus proyectos, por los cuales fueron votados, en función del cambio de humor de una parte de la ciudadanía. Este es un gobierno que ha demostrado a lo largo de más de una década que tiene una concepción de la Argentina, que para algunos puede ser muy buena, para otros muy mala, para otros regular. Vale la pena mostrar hasta dónde la experiencia de estos años ha calado en un sector y ha dejado sus marcas. Yo soy de los que creen que hay un 30 por ciento de la sociedad que se siente conmovida por el kirchnerismo.
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