EL PAíS
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Entre la democracia y la turba
Por Isidoro Cheresky*
Hemos asistido desde fines de diciembre a un estallido que ha puesto a la sociedad en unestado de movilización heterogéneo, es decir irreductible a un sentido único. Lo común es la profunda crisis de representación y la ruptura de lazos sociales básicos. Lasociedad movilizadase expresa negativamente, ejerce una capacidad de veto o de impugnación en la que convergen todos.Se ha instalado en la acción callejera una fuente de poderque ha demostrado suvigor al provocarconsecutivamente al alejamiento de De la Rúa y Rodríguez Saá y ahoraesa fuente de cuestionamiento omnipresente acecha al gobierno de Duhalde.
La vertiente principal de esta movilización ciudadana y vecinal expresa un rechazo de los liderazgos y autoridades existentes pero lo hace pacíficamente, no en busca de otro régimen político sino en vistas a la reforma y mejoramiento de la democracia. El veto silencioso a la campaña reeleccionista de Menem, y la sorpresiva emergencia de una corriente de ciudadanos que fueron a votar el 14 de octubre para poner en cuestión las candidaturas que se le ofrecían, son los antecedentes de esta autonomía cívica.
La centralidad de la movilización ciudadana tal como se expresó en la noche del 19 de diciembre y ulteriormente develó una escena de gran debilidad de las instituciones y los partidos políticos. La intervención de las cacerolas que precipitó, con su connotación de desobediencia civil,la renuncia de F. de la Rúa, fue aceptada como un recurso de excepción, aunque ella no corresponde a algúnprocedimiento previsto en la letra de la Constitución porque en verdad expresó un reclamo generalizado de reconstituir una autoridad política. El plebiscito negativo no fue en consecuenciaconsiderado como una amenaza para la democracia. La ciudadanía cumplió en ese sentido un rol regulador de la vida política que los partidos no habían logradoasumir por ese entonces.
La debilidad del sistema institucional y de los partidos debería ser rastreada no solo en esas circunstancias coyunturales sino en la atonía de la vida política que acarreó durante los noventa la disciplina del “discurso único” que limitaba la diferenciación entre las fuerzas políticas, y sobre todo en la experiencia de la Alianza que generó esperanzas al constituirse que luego fueron frustradasen la acción de gobierno.
En un contexto de malestar en el que se mezclan intereses lesionados e ideales frustrados, los pronósticos sobre la evolución de la sociedad movilizada son inciertos. El descontento de todos no puede ser interpretado sino como ruptura de unorden, pero este estado de cosas excepcionalno puede ser duradero. En esta disposición crítica pesan también reclamos específicos contradictoriosy perjuicios que no tienen reparación inmediata.La reconstitución de un orden supondría recrear un lazo de representación y esto puederesultar ya sea de una perspectiva de reforma democrática o por el contrario de una salida autoritaria. La exteriorización de descontento y desesperación tiene derivaciones, talel caso del “escrache”, que responden a la transformación esporádica de lamovilización social en turba arbitraria o eventualmente manipulada y que contiene los gérmenes del faccionalismo que podrían llevar a enfrentamientos civiles descontrolados. Por cierto quela carencia de justicia que se resiente está en la base de la propensióna ejercerla por mano propia, perola justicia como fundamento de un orden común supone instituciones y normas alejadas de la idea del juicio sumario o del veredicto popular basado en la presunción.
Una perspectiva optimista deevolución podría esperar que la sociedadmovilizadaencuentre en la extraordinaria propensión deliberativaque se ha desplegado el impulso que lleve a una institucionalización de esa energía consolidando una sociedadcivil con vida asociativa y debates generales y sectoriales, por una parte, ya unadiferenciación en torno a los temas significativos que rehabiliten la lucha política comomodo productivo y creativo delograr unorden público compartido. Pero la Argentina se halla sometida a restricciones extremas que limitan sus decisiones de política económica y social al punto que el término dependencia para definir ese vínculo parece más apropiado que nunca. Las posibilidades detomar decisiones políticas sobre la basedel juego político ciudadano parecen extremadamente limitadas si no se quiere cortar amarras con el mundo.¿Cómo reconstituir la vida política, es decir la lucha entre representaciones alternativas del rumbo nacional, si las posibilidades de libre decisión parecen a ese extremo limitadas? Si se tiene en cuenta también que el futuro próximo es de privaciones y restricciones sin que las injusticias heredadas puedan ser en lo inmediato reparadas, se podrá ponderar la presión a que se verá sometido el régimen democrático.
Existe entonces fundamento para un cierto pesimismo. La sociedad movilizada puede quizás no salir de su protesta heterogénea ni dar sustento a la renovación política y en cambio un reclamo imperativo de orden podría abrirse paso de modo tal que ante la impotencia, la frustración de las demandas y la inexistencia de discursos y fuerzas que la representen incluyéndola, aparezcan salidas estabilizadoras aceptadas como una salvación desconectada de esa movilización pero que devuelvan un ciertaseguridad y una cierta previsibilidad.
No es inevitable que ese sea el curso futuro de los acontecimientos, pero desde ya parece difícil pensar que se vuelva al pasado, al sistema político que aparece hoy cuestionado. No es que todo y todos vayan a ser deglutidos por el reciente estallido, pero en todo caso asistiríamos a una gran reconversión. Está por verse si nuevas fuerzas y nuevos políticos, algunos de estos últimos surgidos al calor de la protesta reciente, pueden reactivar la vida pública y hacer creer en una promesa renovadora. La agenda de la resucitación nacional es extensa pero en ella tendría cabida una reforma institucional que realimente el interés y la participación en los asuntos públicos, incluyendo formas de control y de presencia ciudadanatanto en el nivel local como en el nacional.
(*) Sociólogo, profesor titular en la UBA.