Dom 21.09.2003

EL PAíS  › LA RESIDENCIA MANDL EN LA CUMBRE Y EL SEÑOR 5 DE MENEM

El cuento del castillo

Lo construyó un empresario rosarino y lo compró en 1944 el fabricante de armas austríaco Fritz Mandl. En los noventa fue “cedido” a Hugo Anzorreguy a cambio de pagar impuestos y mantenerlo. Menem, Hernández y varios jueces federales pasaron por sus 19 habitaciones. Figura como “colonia de vacaciones” de la SIDE. El misterio es de quién es realmente el pequeño palacio.

› Por Susana Viau

“¿Pero usted se cree, por ventura, que Margarita va a dejar que Stiuso se acueste en su cama?” El irónico observador de las estructuras de inteligencia hacía referencia a Margarita Moliné O’Connor, mujer del ex jefe de la SIDE Hugo Anzorreguy y al ex subdirector de contrainteligencia del organismo, llamado puertas adentro –todos en la secretaría tienen nombre de guerra– Jaime Stiles. La cama en cuestión era la del dormitorio principal del Castillo Fritz Mandl, enclavado en la localidad cordobesa de La Cumbre y traído de golpe a la actualidad rabiosa por el hallazgo de 13 óleos de la escuela cuzqueña robados de allí a principios de los ‘90. Las obras, una pequeña parte de las 42 que se esfumaron por cuenta de vaya a saber quién, fueron recuperadas en España y reconocidas por la familia Mandl que, formalmente, continúa siendo dueña del castillo. Pero éste, según las confusas explicaciones que se dieron para justificar lo que parecía un demasiado generoso pase de manos, después de aquellos hechos, hacia mediados de la década, fue prestado por sus propietarios al “señor 5” a cambio de que se hiciera cargo de los impuestos inmobiliarios.
Así fue que, reparado, remodelado y reequipado, el “chateau” se convirtió en lugar de descanso de la familia Anzorreguy, sitio de peregrinaje de lo más granado del menemismo (incluso el propio Carlos Menem) y hasta escenario de una memorable despedida de año que los jueces federales de la Capital compartieron con “Hugo”. La pregunta del agudo observador acerca de Margarita Moliné, Stiuso y la cama graficaba la inmensidad del disparate por el que este diario lo consultaba: es que en “www.cbatur.com.ar/colvac. htm”, página oficial de turismo de Córdoba, el Castillo Mandl figura entre la nómina de las colonias de vacaciones sindicales (Federación de Luz y Fuerza, Unión Obrera de la Construcción, Industria del Vestido). Al final de la lista se lee: “Servicio (sic) de Inteligencia del Estado SIDE: Castillo Fritz Mandl.
Aquí vivieron
Cuentan que un acaudalado empresario rosarino buscó, en los ‘30, darle rango a su dinero y levantó el falso castillejo de 19 habitaciones con sus correspondientes 19 baños entre las montañas, a dos kilómetros de La Cumbre. El potentado lo vendería en 1944 a Fritz Mandl, un fabricante (o traficante) de armas austríaco, uno de los hombres poderosos de Europa. Se dice que en su larga vida Mandl se dio grandes gustos. Quizás el mayor, casarse en 1932 con Hedy Lamarr, llevar a la chica de 19 años, nacida Hedwig Eva María Kiesler e hija de un banquero vienés, a su castillo de Salzburgo y, reza la leyenda, luego de usarla como carnada para sus clientes, comprar todas las copias de Extasis, el film en el que la bella aparecía desnuda y simulaba el primer orgasmo cinematográfico, para que no quedaran rastros del desatino de su esposa. Hedy se vengaba del marido impuesto escapándose a los burdeles hasta que, harta del despotismo de Mandl, se divorció en París y acabó huyendo hacia Nueva York junto al magnate del cine Louis B. Mayer.
Mandl, de acuerdo con ciertos relatos, ignoraba el Tratado de Versalles y proveía de pertrechos al Tercer Reich; de acuerdo con otros emigró hacia Argentina escapando del nazismo. Aunque esos aspectos queden en la ambigüedad, lo que sería innegable es que Mandl se hizo buen amigo de Juan Domingo Perón y realizó la primera remodelación del castillo de La Cumbre, modesta evocación sudamericana de Salzburgo. Murió en los años ‘70 no sin antes ver que La Cumbre crecía en torno de un campo de golf de 18 hoyos y daba nacimiento a dos colegios ingleses: el Reydon, un internado de señoritas, y el Saint Paul, de varones, ambos con una cuota de alrededor de mil dólares que los ponían entre los más caros de la Argentina. Un auténtico edén en la tierra.
Con el tiempo, los hijos del fabricante de armas, Alejandro Mandl y Gloria Odette Mandl de Chaboud, empezaron a espaciar las visitas alcastillo. En abril del ‘90, ladrones de ojo educado y veleidades estéticas arramblaron con las 42 obras de arte colonial de los siglos XVI, XVII y XVIII que Mandl había coleccionado. No iba a ser la única intrusión, aunque resultara, sin dudas, la más significativa. Oleos y tallas se esfumaron y en los trece años que pasaron, nadie, hasta su reaparición en Barcelona, volvió a tener noticias de ellos. En verdad, un plazo razonable: diez años es el tiempo promedio que los objetos de arte robados demoran en volver a salir a la luz.
Palacios y castillos
El abandono hizo estragos en lo que los lugareños y las agencias de turismo siguen nombrando como el Castillo Fritz Mandl: los vidrios se rompieron, los techos se deterioraron, la humedad amenazó los muebles y el interior de la casona devino reservorio de alimañas y cementerio de pájaros. Alejandro Mandl –esa es la versión oficial– había partido a Europa y le ofreció a su amigo Hugo Anzorreguy tomar a su cargo la propiedad a cambio del mantenimiento y el pago de gastos y tasas. Anzorreguy, es público, muere por los buenos parajes. Una muestra de esa afición son su casa del country Tortugas, el de mayor solera y donde sponsoreó –en los comentarios de las lenguas viperinas, vía los cuantiosos fondos reservados de la SIDE– el equipo de polo, y su gran departamento en el Palacio Estrugamou, refugio, asimismo, de Carlos Grosso y quimera del arribismo porteño.
Tras aceptar la propuesta, el secretario de Inteligencia del menemismo pensó en un emprendimiento: hacer del Castillo Mandl un spa. El proyecto quedó de lado, tal vez porque su mujer se entusiasmó con la mansión o, tal vez, porque un spa era un negocio poco recomendable para guardar secretos. Curioso, de todos modos, porque ninguna de las versiones en boga incluía la comercialización del predio. Por fin, resolvió darle un uso personal.
Gracias a los servicios de un amigo, el arquitecto Delicia, el mismo que hacía los arreglos en la SIDE y redecoró el quinto piso que el secretario convirtió en dominio privado, con veladores penumbrosos, alfombras y mesillas vestidas, refaccionó el castillo. Anzorreguy confiaba en sus criterios aunque el trabajo del arquitecto en el bunker de Plaza de Mayo es devaluado por algunos de sus antiguos subordinados, quienes opinan que, en realidad, a Delicia “lo tenía para cambiar los cueritos”. Un tapicero de La Cumbre se encargó de sustituir las telas raídas de los sillones. Los retratos de los Anzorreguy, en marcos de plata, poblaron las habitaciones. Una pantalla de tevé satelital entretuvo los días tediosos. Personal de la SIDE fue encomendado de cuidar las 17 hectáreas de terreno y los ochocientos metros cuadrados del inmueble. Pese a la vigilancia de los expertos, el Castillo Mandl volvió a ser saqueado. Un robo menor ahora: pertenencias de la familia y un equipo de música.
En La Cumbre, Hugo, su mujer Margarita, sus hijos, yernos y mucamos pasaron largos veranos. Claro, no todos estaban allí, en el castillo de la calle Escrivá de Balaguer (por si las moscas, homenaje al fundador del Opus Dei) para vacacionar. Las notificaciones –relató hace unos años La Voz del Interior– continuaban llegando a nombre de Mandl y Hugo Anzorreguy cumplía con puntualidad el compromiso de pagar los impuestos. No sólo tributó: mantuvo la línea telefónica a nombre de Alejandro Mandl. Si uno llama a ese número, una voz femenina y de tonada cordobesa se desentiende de cualquier problema respondiendo que es la casera. Hasta puede que sea cierto.
–¿El señor Mandl?
–No. El no está aquí.
–¿Está en Europa?
–Creo que sí.
–¿Estoy hablando con el Castillo Mandl?
–...Sí
–¿Y el doctor Hugo Anzorreguy está? La voz de tonada cordobesa vacila, se toma un respiro y replica:
–No, el doctor Anzorreguy estuvo a principios de año y no ha vuelto.
La gente del pueblo aprendió a descifrar signos y a calcular que el tableteo de helicópteros rompiendo la tranquilidad de la zona indicaba que un personaje importante acudía a hospedarse en la casa señorial del secretario de Estado. Ahí recibió Anzorreguy a Carlos Menem, que para variar jugó al golf, a Alberto Kohan, a Ramón Hernández. En diciembre de 1997 fueron agasajados en el Castillo Mandl los jueces federales de la Capital y el senador Eduardo Menem pasó en el frustrado spa alguna jornada del 2001. Muchos, en La Cumbre y en la SIDE, murmuran que la casa, en verdad, es propiedad de Anzorreguy, para ellos única explicación de tanta inversión a fondo perdido. Creen que “Hugo” es hoy inmensamente rico y le adjudican como ejemplo la posesión de un condominio en Palm Beach.
Funcionarios de organismos de control han intentado, a la sordina, contarle las costillas. Imaginan que “la radiografía patrimonial de Anzorreguy no baja de los 400 millones de dólares. No se olvide de los dos millones mensuales de gastos reservados de la secretaría y no olvide tampoco que fue artífice de la privatización de YPF”. No obstante, los vientos de fronda que azotaron al funcionariado menemista no han llegado hasta su puerta. Anzorreguy mantiene su estudio en el Edificio Olivetti, de la calle Suipacha, los guardaespaldas y el bajo perfil. Un privilegio que se atribuye a la cordial relación que lo une a Eduardo Duhalde y a Felipe Solá, y no es de descartar que también al conocimiento de las debilidades de propios y ajenos, compendiadas durante su permanencia récord en la jefatura de los espías.
El Castillo tiene en la actualidad una custodia que se releva cada tres semanas. Es razonable. Menos razonable es que quien pretenda comunicarse con la Municipalidad de La Cumbre para saber si ha sido una persona o un organismo el que ha pagado, en la década pasada, los impuestos inmobiliarios de la finca, encuentre la única línea que figura en guía siempre ocupada o con señal de fax. Y menos aún que la página de Internet “www. cbatur. com.ar/colvac.htm” incluya en el listado de colonias de vacaciones sindicales de Córdoba al Castillo Fritz Mandl como solar de esparcimiento para el personal de la SIDE. Un dato chestertoniano que, de ser auténtico, sumiría en el ridículo las toneladas de papel que se escriben sobre la clandestinidad de los servicios secretos.

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