Lun 22.09.2003

EL PAíS  › OPINION

Alternativas y soberbia

› Por Washington Uranga

Aunque puedan tener justificadas razones históricas resulta de todos modos curioso escuchar y leer consideraciones –que provienen de distintos lugares del espectro político– acerca del peligro de hegemonía que puede sobrevenir después de los recientes resultados electorales y que podría acrecentarse todavía más con los comicios que todavía faltan en varias provincias. Aunque por vigilancia ciudadana es siempre positivo mantener el alerta ante cualquier peligro hegemónico y es de buena salud democrática reafirmar que este sistema que consagra el poder de las mayorías se alimenta del aporte de todos y ello implica la atención a las opiniones y a las contribuciones de todos los sectores sin importar el número, no es menos cierto señalar que hoy gran parte de la política se hace por fuera de las estructuras partidarias tradicionales. El devenir de los acontecimientos, pero también las luchas de los últimos años, han ido dando más y más legitimidad a ese otro espacio (que no por “otro” es menos valioso en términos de construcción social) constituido por las organizaciones sociales, los movimientos populares, las entidades comunitarias y barriales. No menos cierto es que esa presencia se diluye en las instancias que la democracia representativa ofrece como alternativas. También es verdad que hay un divorcio de objetivos y métodos entre los partidos políticos y el sector social, aunque poco a poco se va tejiendo un diálogo que apunta a aceptar roles diferentes partiendo de la necesidad de la coexistencia, la complementariedad y el aporte que desde ambos sectores hay que hacer a la construcción del futuro. El momento que vive el país exige de mucha creatividad para construir alternativas de participación. No hay una sola forma de participación. No son las estructuras políticas tradicionales los únicos canales para hacer política. Pero tampoco las organizaciones sociales y comunitarias, ni los movimientos populares de nuevo tipo pueden arrogarse esa exclusividad. Los partidos políticos no han completado su autocrítica, no se han renovado de manera suficiente. Pero tampoco el sector social ha logrado construir con claridad su nueva ubicación y, si bien ha hecho aporte significativos y aparece ciertamente mucho más saneado en cuanto a procedimientos y métodos, no puede presentarse como un lugar inmaculado, sin manchas de ningún tipo. La construcción del futuro exige pensar con rapidez alternativas donde todos pongan, desde su experiencia, desde sus saberes y, sobre todo, mucha honestidad en la búsqueda. Parte de esa honestidad consiste en abandonar todo tipo de soberbia, hacer renuncias y reconocer errores.

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