Jue 13.11.2014

EL PAíS  › OPINIóN

Los vecinos y los correligionarios

› Por Mario Wainfeld

Uno solo no es suficiente, tres son demasiados. Aludimos, cómo no, a los partidos o armados opositores con pretensiones razonables de competir por la presidencia en 2015. El PRO de Mauricio Macri, el Frente Renovador (FR) de Sergio Massa y el Frente Amplio-Unen (FA-Unen).

Según el relato opositor el cuadro de situación ulterior a los comicios de 2013 mostraba a un Massa ascendente o imparable, al FA-Unen con una cosecha de votos aceptable y sorpresiva, a “Mauricio” un poco en baja sin salirse de la pista.

Los opositores coincidían: debían pugnar por el segundo lugar en la primera ronda electoral. Ese subcampeonato llevaría a la vuelta olímpica en el ballottage, que el oficialismo no tenía cómo ganar.

Un año después, las coordenadas se han movido. Entre las variantes está la capacidad de supervivencia del kirchnerismo y la sostenida legitimidad de la Presidenta, dueña de la iniciativa y de la agenda. Se los suponía en caída libre, desangrados por el FR comiéndose como un PacMan a dirigentes y legisladores K. No hubo éxodo masivo: el FpV controla el Congreso y conserva la lealtad de la mayoría de los intendentes y gobernadores “del palo”. El gobernador Daniel Scioli también recobró terreno.

Subsisten incógnitas acerca de quién será el candidato presidencial del FpV, cómo se llegará a esa condición, qué rol jugará la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en esa competencia, sin agotar la lista.

Aun con tantas y tamañas incertezas hay en el FpV, o entre sus adversarios, quien calcula que no es imposible que el oficialismo pudiera llegar a un triunfo en primera vuelta, superando el 40 por ciento de los votos y sacando más de 10 puntos de diferencia.

Si el FpV puede conservar su piso del tercio de los votos válidos y positivos emitidos (los que cuentan para determinar los porcentajes) queda del otro lado un máximo de dos tercios. Y si el FpV superara el 40 por ciento el resto llegaría al sesenta (a repartir)... No hace falta pedir asesoramiento a Adrián Paenza.

De ese pozo común deben descontarse los que consigan otros partidos de menor porte, el que más creció últimamente es el Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT). Si el saldo se fragmenta en tres vertientes se incrementa el riesgo hipotético de una caída en la primera vuelta.

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Bajó parte de la espuma del massismo que de todas maneras sostiene sus ambiciones. Macri avanzó algún casillero. La autodenominada “coalición progresista” se diluyó mucho, enredada en internas y debates tácticos.

Ese es un común denominador en el imaginario de las distintas tiendas opositoras. Otro es la pérdida de competitividad del FA-Unen. Para algunos se trata de una consunción creciente, acaso terminal. Los boinas blancas y sus aliados no concuerdan. O no concuerdan del todo. O no lo dicen.

En ese marco se lanzan globos de ensayo como una fórmula Macri-Ernesto Sanz. O una interna en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) entre el PRO y FA-Unen o lo que quede de esa entente.

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La diputada Elisa Carrió fue pionera en mocionar un acuerdo con el jefe de Gobierno porteño. Ahora, éste lanzó un mensaje no definitivo, un guiño a esas potenciales primarias. No las descarta, dice: una linda forma de insinuar o histeriquear.

Una referencia insoslayable: ni el radical más entusiasta propone una fórmula Sanz-Macri. Una cosa es disimular los problemas, otra hacer el ridículo alardeando en exceso.

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Quienes profetizaron que el fin de ciclo era irremisible revisan los vaticinios. El oficialismo es duro, ni el PRO ni el FR han concretado una implantación nacional sólida.

El corregido mapa actual tampoco es pétreo. Pero las percepciones compartidas, está en el abecé de la sociología, generan efectos concretos: inducen decisiones y movidas.

No es sencillo ni infalible predecir cuál será el contexto económico-social en agosto u octubre de 2015 o el internacional sólo para empezar. Algunos factores fundamentales son netamente exógenos: lo que crezca o deje de crecer Brasil incide en la economía doméstica, por usar un ejemplo grande y obvio.

Con distintos grados de autoestima, el macrismo y el radicalismo sopesan si tienen un futuro a compartir.

A primera vista, al PRO le sumaría tener de furgón de cola al radicalismo en una boleta conjunta. Es más peliaguda la ecuación de la UCR. Ir segundos en la fórmula sería funcional si priorizaran ganar varias gobernaciones y postergar el sueño de volver a la Rosada. Una fuerza expandida en todo el país, que conserva un caudal decreciente pero no nulo de afiliados y simpatizantes debería prever pérdidas: de aliados, de votantes y de capital simbólico.

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Macri es un dirigente joven, con ínfulas, que tiene bastante amarrado el dominio de la Ciudad Autónoma. Puede esperar su turno, ya se apeó dos veces de las presidenciales. En términos de racionalidad instrumental suena insensato que “juegue” una interna abierta en la que exista alguna perspectiva de derrota. Dicho en criollo, sólo saldría a la cancha si está seguro de vencer. De nuevo, la perspectiva puede fallar, pero concuerda con los números y la sensación térmica de hoy, no definitiva pero real.

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Las elecciones en países hermanos y vecinos no contagiarán a los ciudadanos argentinos, más vale.

Pero son una señal de época que todos los protagonistas toman en cuenta. Es costoso remover a gobiernos populares que produjeron cambios y avances significativos. Polarizar contra ellos es casi forzoso, el sistema de doble vuelta propicia ese juego, en principio. Pero, ay, remedar al venezolano Capriles no alcanza. Y en la Argentina no hay ballottage puro, sino el mañoso sistema establecido por la Constitución del ’94, que hoy día favorece al FpV.

El cronista es refractario a los vaticinios, descreyó de ellos en 2013. Tampoco “se casa” con las estimaciones de hoy, que están supeditadas a mil circunstancias, entre ellas la creatividad de los competidores y los variables humores sociales.

Tal vez, piensa, un factor sólido es la adhesión de los sectores sociales más humildes al oficialismo argentino, como se patentizó en Brasil.

La competencia sigue abierta, las vicisitudes aplacaron el triunfalismo opositor. Lo demás está por verse.

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