EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
El debate en el FA-Unen va más allá de una cuestión de alianzas. Si la oposición discute políticas de alianzas, porque las necesita, pone en evidencia un escenario preelectoral supuestamente más favorable para el oficialismo que para la oposición, aún cuando el oficialismo ni siquiera tenga todavía candidato oficial. Y si la fuerza que lo plantea es la única que ha pretendido competir en el espacio del centroizquierda opositor, se pone en evidencia que ese espacio estaría muy ocupado por el oficialismo.
Las matemáticas sostienen este cuadro de situación. Si el oficialismo mantiene un tercio del total de los votos, sin candidato y sin haber comenzado la campaña, estaría muy cerca de la marca de los 40 puntos que podrían llevarlo al podio en primera vuelta. Si el resto de los votos se divide en partes más o menos similares entre las tres fuerzas de oposición más grandes, a cualquiera de ellas le resultaría muy dificultoso pasar los 30 puntos, lo que le daría al oficialismo los diez puntos de diferencia que necesita.
Son números políticos. Además, de cantidades, las cifras simbolizan contenidos, prácticas, tendencias y otros factores. A pesar de los funestos augurios mediáticos, el oficialismo mantiene un piso competitivo. Masa y Macri se disputan la atención de los medios opositores. Con cierto optimismo –no tan realista– para estos medios, todos los candidatos, incluso un hipotético Daniel Scioli, aunque sea designado por el kirchnerismo, serán los encargados de iniciar el poskirchnerismo. Cualquiera que no sea Cristina es poskirchnerismo para esta lectura nostálgica de la Argentina previa al 2003.
Las dificultades del FA-Unen para ocupar con plenitud el espacio del centroizquierda dan la pauta de que en ese territorio está muy consolidado el oficialismo. Hay algo más que Cristina en los componentes del kirchnerismo. Incluso Hermes Binner o Pino Solanas, que podrían encarnar con más claridad ese perfil para el FA-Unen, están posicionados muy por detrás de los candidatos del centroderecha radical, Julio Cobos o Ernesto Sanz.
El radicalismo tiene una tradición progresista que entronca con Alem, Yrigoyen y la Reforma Universitaria. Después de los años ’30, esa corriente fue muy minoritaria en relación con una base social conservadora a la que representó el balbinismo e impulsó a dirigentes como Fernando de la Rúa. Hasta que arrasó en 1983, Raúl Alfonsín fue ultraminoritario. El radicalismo actual tiene la misma dificultad que el FA-Unen para mantener una imagen de centroizquierda y hasta dirigentes que tienen ese origen se corren hacia posiciones más conservadoras. El mismo Binner, un socialista moderado, pero socialista al fin, habló de su confianza en la mano oculta del mercado o de su simpatía por la oposición derechista venezolana.
Toda la presión del juego electoral sobre el FA-Unen es para que se corra hacia la derecha porque en el centroizquierda no saca más votos. A ninguno de sus candidatos, ni Solanas ni Binner, se les escucha alguna reivindicación de tipo social o de ampliación de derechos. El mínimo común denominador es el discurso anticorrupción y es verdaderamente mínimo, no le alcanza para competir con el massismo o el macrismo que plantean abiertamente endeudamiento, mano dura, minimización del Estado y realineamiento internacional más próximo a los Estados Unidos.
El dúo que forman el diputado radical por Santa Cruz, Eduardo Costa, y su esposa, Mariana Zuvic, principal dirigente de Carrió en esa provincia, quizá constituya un ejemplo ilustrativo de la forma en que la denuncia anticorrupción pasó a convertirse en estrategia política. A diferencia de Néstor Kirchner, diplomado en la Universidad de La Plata, Costa es licenciado en administración de empresas de la Universidad de Belgrano. En Santa Cruz se dice que el crecimiento de los negocios familiares comenzó a partir de las buenas relaciones del padre de Costa con la administración militar durante la dictadura. Cualquiera sea la explicación, lo real es que la fortuna de la familia Costa-Zuvic, cimentada en empresas de materiales para la construcción, artículos del hogar, concesionarias automotrices, fábricas de cerámicas y otras, supera con creces a la de los Kirchner. Costa no intervino en política hasta 2006, cuando perdió licitaciones por áreas petroleras a las que se presentó como parte de la empresa Sipetrol, de capitales chilenos. Allí comenzó su campaña de denuncias contra Néstor Kirchner con la intención de que en algún momento esas licitaciones fueran anuladas. Costa y su esposa invitaron a periodistas de medios nacionales a viajar a Santa Cruz y les organizaron giras temáticas sobre la corrupción. La empresa frente a la que perdió aquella licitación era de Lázaro Báez, al que está interesado en destruir. Sean ciertas o no sus denuncias contra Báez y sus relaciones con los periodistas que utilizan para viabilizarlas, lo real es que constituyen la estrategia de lobby de un poderoso grupo empresario contra otro. La ética y la política allí aparecen como telón de fondo. Es más, el diputado Mauricio Gómez Bull, del FpV de Santa Cruz, cuestionó duramente a Costa porque a principios de mes votó en contra de la Ley de Hidrocarburos. Gómez Bull lo acusó de haberlo hecho por interés empresario mezquino, “porque él o su familia tienen una participación accionaria en Petrobras”.
En este momento, es el mismo diputado Costa el que afronta una denuncia por corrupción. El poderoso empresario habría sido beneficiado por el intendente de Caleta Olivia con la cesión irregular y a un precio irrisorio de terrenos para uno de sus hipermercados de la cadena Hipertehuelche. Misteriosamente, cuando esa denuncia estaba en su punto álgido, la sucursal de Puerto Madryn fue afectada por un incendio. Sin pruebas, Zuvic acusó a Máximo Kirchner, lo que fue ampliamente reproducido por los medios opositores, con lo cual la denuncia por corrupción contra Costa pasó a un segundo plano. El origen de las denuncias por corrupción en Santa Cruz se da sobre la base de un entramado muy turbio entre lobby empresario por un lado y política por el otro, y es difícil calibrar dónde está verdaderamente la corrupción, si en lo denunciado o en el que denuncia.
Las denuncias por corrupción han acaparado el discurso del FA-Unen, por eso no deja de sorprender que Santa Cruz esté representado por un matrimonio. Costa es el representante de la UCR y su esposa, del ARI, con lo cual, el FA-Unen aparece acaparado por el lobby de ese poderoso grupo comercial que cuenta con grandes recursos para sus campañas de denuncias en las que el interés empresario va de la mano de la política.
El FA-Unen aparece limitado por ese discurso monotemático y tironeado por una porción importante de la base social conservadora del radicalismo. Gran parte de los votos del PRO en la ciudad de Buenos Aires proviene de allí. No surgieron de la nada. La crisis de la UCR hizo que sus electores migraran hacia nuevos horizontes y muchos constituyen ahora el núcleo duro de votantes de Macri. El jefe de Gobierno porteño representa mejor que Massa a esa clase media conservadora y refractaria al peronismo. Hay un efecto contagio desde la CABA hacia el primer cordón del conurbano donde este sector social que votó históricamente por el radicalismo lo hará ahora por el candidato del PRO, como ya sucedió en Vicente López.
No es un voto militante ni de pertenencia como ya sucede en la CABA. Es un sector social que oscila en sus intervenciones electorales, pero que en este momento, pese a haber sido el más beneficiado por los gobiernos kirchneristas, aparece volcado ideológicamente al antiperonismo. Será la primera candidatura nacional del PRO. Sus votos vendrán de algún lado y sus dos canteras serán parte del voto bonaerense que fue a Massa en las legislativas y este otro que ha tenido vocación radical.
El ala más conservadora del radicalismo aparece liderada en Córdoba por Oscar “el Milico” Aguad, y por el intendente Ramón Mestre. Los dos quieren ser gobernadores y en el caso de Mestre, tiene un acuerdo de respaldo mutuo con Ernesto Sanz, precandidato presidencial del FA-Unen. Sanz y Elisa Carrió son los más proclives a una alianza nacional con Macri. Sus colaboradores aseguran que en Córdoba, la candidatura presidencial del jefe de Gobierno porteño mide más que los radicales. Hay una coherencia en esa línea de voto y resulta creíble sobre todo porque el radicalismo todavía no tiene candidato. El ala supuestamente progresista del FA-Unen en Córdoba, liderada por Luis Juez, ya capituló frente a esa presión neoconservadora y se unió a Sanz y Carrió en el acercamiento a Macri.
Sea cual fuere su candidato, y sea cual fuere el resultado electoral que logre, el kirchnerismo aparece como la única fuerza de cambio real, ubicada con claridad en un centroizquierda donde no parece tener competencia.
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