EL PAíS › OPINION
Un repaso por arriba. Los momentos cruciales, las expectativas cumplidas y las que se frustraron. Es la política, che. La Rosada, el Congreso, los territorios. El tacticismo excitado de los poderes reales, sus mensajes a la oposición. Y algunos detalles más.
› Por Mario Wainfeld
En la semana que se inicia mañana se cumplirá un año desde el cambio de gabinete que incorporó como ministros a Axel Kicillof y Jorge Capitanich, desplazando además al híper secretario Guillermo Moreno. Un nuevo elenco, que agregó figuras con peso propio, lo que explica en cierta dosis el fervor con que son criticados. Fueron y seguirán siendo tiempos interesantes. Quedan por delante cuarenta y cinco días del 2014 y todo, en particular los precedentes, vaticina que serán cálidos y conflictivos.
Un repaso en cualquier recodo del camino (o de la cinta móvil, por ahí) es precario... aun así vale la pena. La conclusión que se anticipa es que el país (y su gobierno, por ende) atraviesa una etapa difícil, acaso la más ardua desde 2003. Los indicadores económicos y sociales no son los mejores de la etapa, no ha sido tiempo de crecimiento ni de recuperación. En la esfera política, el Gobierno conserva centralidad e iniciativa. Acaso no sea paradójico, como parecería a primera vista: el oficialismo es una identidad, un proyecto y una trayectoria. Tal su diferencia con sus adversarios electorales, que no capitalizaron los resultados de 2013 en la medida en que ellos y los poderes fácticos esperaron y anhelan.
El 2014 arrancó con la devaluación, que siempre es acicate de la inflación y juega contra el poder adquisitivo del salario. La jugada, en buena medida forzada por los adversarios pero asumida como propia, envalentonó al poder financiero. Era, en sustancia, un retroceso. Se concretó una embestida que tuvo pretensiones destituyentes: el clásico mix de fuga de capitales, especulación financiera y versiones cataclísmicas. Hubo en la city y zonas de influencia voluntad e ilusión de llevarse puesto al Gobierno. La reacción de éste frenó la ofensiva y la desbarató. El economista Miguel Bein fue, entre los no alineados, quien mejor describió esas semanas cruciales o inolvidables, en alguna medida ya olvidadas.
El kirchnerismo superó el trance y pasó a su momento de mejores expectativas, mayormente en el segundo trimestre. Los acuerdos con el Club de París y Repsol mostraron una idea para ir enfrentando la restricción externa.
Se imaginaba que las convenciones colectivas tendrían una resultante sensata, recobrarían el poder adquisitivo de los trabajadores formales.
En paralelo, se implementaron medidas novedosas y de gran esfuerzo fiscal para inyectar recursos “por abajo”: el programa Progresar y la nueva moratoria para jubilados fueron sus pilares más firmes.
Se confiaba en que las arcas fiscales mejorarían por los ingresos de las retenciones, en particular las de productos agropecuarios.
Ese cálculo pecó de optimismo. Los valores internacionales de las commodities están en baja, la economía brasileña estática. Esos factores de la ecuación pegan mucho en la Argentina. Los productores agropecuarios amarrocaron parte de la cosecha, se jugaron un tute que les salió mal y que también resintió al fisco.
La confirmación del fallo del juez Thomas Griesa empiojó la hipótesis de una apertura a los mercados de crédito. Módica, controlada pero apertura al fin. “Recalculando” marcó el GPS y en eso anda el Gobierno.
Las paritarias, efectivamente, no se desbocaron y se pactaron aumentos que acompasaban la inflación, que mermó algo pero que no bajó a niveles tolerables.
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La clase fragmentada: El cuadro de situación para los sectores populares refleja la desigualdad interna de la clase trabajadora. Los formalizados sostienen y adecuan sus demandas según el poder relativo de sus respectivos gremios.
La crónica muestra reclamos por “bonus” de fin de año, por reforma del mínimo no imponible de ganancias, por adelanto de la paritaria docente en la provincia de Buenos Aires. Son planteos sectoriales válidos, que se canalizan por vías institucionales. Varias provincias y algunas municipalidades prometen refuerzos salariales para fin de año. No es éste el lugar ni el momento para hacer un balance general, pero da la impresión que, en trazos gruesos, el sector formalizado la va peleando.
La posición de los demasiados informales y los desocupados es otra, más peliaguda. El Gobierno se esmera en proveer soluciones parciales, mientras se computa mucho tiempo sin reducción del empleo “en negro”.
Los argentinos más humildes son la base social más fiel al kirchnerismo, su comportamiento en las urnas será crucial. Hasta ahora, todo hace pensar que seguirán acompañando al oficialismo que más los mejoró y contempló, como hicieron sus hermanos de clase en Brasil. Pero lo que ocurra en el tiempo que falta para los comicios será clave y es, en cierta medida, indeterminado.
El conflicto social, que siempre es alto en la Argentina, no se espiralizó en el año. Con un movimiento obrero segmentado, con dos centrales opositoras, las huelgas generales fueron menos que las que podían fabularse. Por ahí queda una más.
Casos especiales como el de la empresa Lear no tuvieron muchos símiles. La brutal represión a los laburantes agravó la situación. El conflicto, pese a ese aporte deplorable del oficialismo, quedó circunscripto.
La movilización y la acción directa son intensas, como siempre, con pocos casos comparables en el mundo. El rango es parecido al de años anteriores.
La gobernabilidad perdura, el Gobierno no renguea como pato, ni cede iniciativa. Controla la agenda pública y el Congreso, es hiperactivo puesto a legislar.
La legitimidad del kirchnerismo es históricamente envidiable, fue convalidada durante un largo lapso. Y no cae en tirabuzón. Antes bien, mejoró su posición relativa desde las parlamentarias. De nuevo, no es asunto de magia ni estamos ante algo inexplicable: es el uso del capital político y simbólico acumulado. Lo potencia el manejo firme del poder, que no se resigna.
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Casa Rosada, Congreso, provincias, su ruta: Las lecturas enfocan a la Casa Rosada: la presidenta Cristina Fernández de Kirchner “mide” bien, su imagen positiva es altísima para quien conduce al oficialismo tras once años en el poder. Lidera su fuerza, concita adhesiones inusuales en sectores juveniles. La restricción constitucional pone una valla alta a su influjo, claro.
El sentido común dominante describe las internas peronistas como sanguinarias y destructivas. La del Frente para la Victoria (FpV), incipiente por cierto, va desmintiendo la leyenda negra. Las incógnitas sobre los candidatos son un dilema para el oficialismo, el modo de sustanciarlas no lo debilita.
Vale la pena pispear más allá de la Plaza de Mayo, por ejemplo a las provincias o al Congreso Nacional. El FpV no se de-sangró ni lo dañaron fugas masivas.
Los grandes medios y los poderes fácticos se percatan y se enardecen en consecuencia. Regañan con brutalidad a “sus candidatos”, esto es a las tres vertientes opositoras más votadas un año atrás. Los conminan a unirse, a hacer alquimias electorales. Los más sensibles a la requisitoria son, de momento, el PRO de Mauricio Macri y la fracción dominante del radicalismo.
La lectura del establishment es táctica. Se clava en la foto diaria de un universo magmático en el que todo cambia o todo puede cambiar. La exigencia es una estrategia quizás prematura, pasible de fallar. Varios referentes de “la opo”, en particular los integrantes del Frente Amplio-Unen, corren para complacer las órdenes. La unidad ante un oficialismo descripto como cuasi dictatorial es una bandera posible. Combinarla virtuosamente con las razonables ambiciones de los partidos es un desafío complicado.
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La mayoría subsistente: Vamos al Congreso, por un rato. El FpV se basta para armar mayoría en ambas Cámaras, con aliados estables y otros contingentes, conseguidos ad hoc en cada votación. La réplica opositora es tachar de inconstitucionales todas las normas (too much) y prometer que las derogarán en su momento. Chirle promesa para una sociedad civil demandante... y para colmo difícil de honrar. Es temprano para hacer simulaciones electorales pero no para pegarle un vistazo a la integración de las Cámaras, en especial la alta, de la que partirán los senadores elegidos en 2009, año propicio para la oposición.
FA-Unen es el ejemplo más llamativo: arriesga 12 bancas de las 19 que conserva. Y no tiene “pinta” de sostenerlas. El FpV en cambio, pone en juego apenas nueve.
Un detalle sintomático para el futuro: el FpV tiene amplias chances de conservar la primera minoría en el Senado casi con cualquier resultado. Ni hablar de tener el tercio suficiente para ser decisivo para la cobertura de la vacante en la Corte Suprema. Los radicales anuncian que vetarán a cualquier candidato que proponga el kirchnerismo. Mala praxis que garantiza mayor lentitud en el Tribunal, dificultad para formar mayorías, necesidad de apelar a espasmódicos conjueces motivando incerteza y, acaso, jurisprudencia zigzagueante. Las disfunciones no terminan ahí: es factible que la UCR y sus aliados disminuyan su gravitación en el Senado el año que viene, con lo que su discurso sería pura parada que resiente el funcionamiento de otro poder del Estado. Fea la actitud.
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Disciplina y debates: La disciplina de bloque no es, como el dulce de leche o el campeonato de 30 equipos, un invento argentino. Abunda en la experiencia comparada, en la mayoría de las consagradas democracias europeas. El FpV la tuvo siempre, anche cuando jugó a la defensiva (2008-2012). También se da maña para concitar adhesiones. Es otra destreza que sulfura a los adversarios, quienes camuflan su impotencia con alusiones berretas a “la escribanía”... en la que las uvas están verdes.
En ese contexto, el kirchnerismo se permite disensos internos, que no son reconocidos como virtud sino como prueba del fin de ciclo. Tal vez no sea del todo así... quién sabe. Repasemos algunos ejemplos cercanos.
El tratamiento en comisión de un proyecto de despenalización del aborto tuvo nutrida presencia kirchnerista, aunque es consabido que la Presidenta rechaza la propuesta.
En esta semana, los diputados Adriana Puiggrós y Jorge Rivas, de dilatada y congruente trayectoria, objetaron el proyecto de creación de la Universidad de la Defensa, que el oficialismo impulsó y aprobó.
El proyecto de Código de Procedimiento Penal es otro ejemplo de ductilidad relativa. El kirchnerismo contempló en comisión críticas opositoras a una potencial catarata de designaciones de fiscales. También suprimió la “conmoción social” como factor agravante de la situación de los procesados, un disparate contenido en la propuesta del Ejecutivo.
Queda en pie, dentro de un proyecto promisorio, el artículo 35 que discrimina negativamente a los inmigrantes. La redacción se modificó, sin beneficios patentes. Lo que corresponde es la supresión para que continúen en plena validez las leyes vigentes, en particular la dictada durante el gobierno de Néstor Kirchner. En el régimen actual no hay impunidad para quienes delinquen, entiendo como tales a quienes han sido condenados por sentencia firme. En esos casos, la deportación es aplicable cuando se ha cumplido la mitad de la condena. Hacerlo en situaciones viscosas, a quien es técnicamente inocente, aumentando el poder de prepo de las policías es una incoherencia que debe ser dejada de lado. Hay polémica dentro del oficialismo, ojalá que se dirima de la mejor manera.
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Balconeando a los vecinos: En el fluir de los meses, los grandes medios locales se excitaron con la perspectiva de derrotas de los gobiernos populares de Brasil y Uruguay, ya resignados a la formidable victoria del presidente boliviano, Evo Morales. Divulgaron y creyeron los embustes sobre un batacazo de Marina Silva contra la presidenta brasileña Dilma Rousseff. Después se excitaron con Aécio Neves. No les fue bien en el vecindario. Tarde pero seguro, advierten que un esquema se repite, más allá de las particularidades enormes e irrepetibles de cada país. Hasta en un momento menos auspicioso, esos gobiernos conservan adhesiones masivas y quedan enfrentados a una opción situada a su derecha. Usualmente un “frente del rechazo” que aglutina componentes dispares.
Cada comarca tiene su historia y ninguna calca la de otra. La tendencia general, con todo, sirve para captar qué se piensa y qué ocurre por acá cerca. Ayuda a comprender la desesperación de ciertos dueños del poder en la Argentina y la consistencia del oficialismo, que se reseñan en las líneas anteriores.
Las cruciales elecciones por venir tienen final abierto, muy abierto. En la ancha avenida opositora eran pocos los que imaginaban eso, pongámosle un año ha.
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