Dom 16.11.2014

EL PAíS • SUBNOTA

Una invitación, apenas

› Por Mario Wainfeld

Los textos de Tulio Halperin Donghi son bibliografía forzosa en las universidades y academias. Sería sobreabundante y soberbio que intrusara ahí quien es sólo un lector gánico y constante, desprovisto de competencia técnica. Por añadidura, este escriba es refractario a proponer lecturas obligatorias: lo sofrena un antiautoritarismo personal, fraguado en tramos crueles de la historia.

La biblioteca del cronista atesora libros del gran intelectual fallecido ayer. Los fue subrayando de a uno, de modo disperso, a lo largo de una vida larga, que es la suya. Tiene deudas con el polemista erudito, entre ellas muchas relecturas y sus dos últimos volúmenes.

La principal es haber sido inducido a pensar y a desconfiar de los simplismos. Mención que abarca a los propios.

Comprender es mucho más que aprender y, sobre todo, es algo cualitativamente distinto. Adquirir saber es, a su turno, algo distinto que adherir.

El estilo del historiador, esas frases eternas que se ramificaban en un haz de subordinadas, dan testimonio de un pensamiento complejo. En un ágora tuitera, polulada por eslóganes o apotegmas tajantes, es casi un bálsamo releer algunas de esas frases como hizo uno, compulsivamente, en estas horas.

Socrático a su manera, Halperin Donghi ponía en tela de juicio la premisa principal de cada párrafo, iniciaba un recorrido, se iba por los atajos. Cientificista, a veces despectivo con quienes no compartían sus métodos, no se privó de incurrir en el ensayo libre.

Un inventario de las divergencias subjetivas es, en ocasiones, un gesto de soberbia que está de más. Existieron, quienquiera que lea este diario las conoce o imagina. Como propone el historiador Sergio Wischñesky en una notable columna publicada ayer en este diario, “incluso para estar en contra es un enorme punto de referencia”.

La ironía y el pensamiento complejo son dos dones de la inteligencia. Cuando se da con ellos, es buena praxis saludarlos.

La banalidad del mal es una descripción formidable, canónica si usted quiere. Hay momentos en que prolifera por doquier la banalidad del bien. Apodamos así a la comodidad de recostarse en las propias certezas, de repetir los lugares comunes del repertorio compartido. Hay que alzar la guardia contra el facilismo, la pereza, la pulsión repetitiva. Y revalorizar los aportes de quien ayudó a otros a interrogarse, los indujo a levantar su nivel para cuestionarlo, los forzó a sentarse bien sentaditos para leer textos trabajados y trabajosos.

El cronista lo vio muy pocas veces, le hizo un reportaje para este diario hace añares y una relativa entrevista en la presentación de un libro, de otra historiadora. Llegó a percibir su mordacidad, el placer por discutir, el gusto por descolocar al interlocutor. No lo conoció personalmente, pues. Los volúmenes de la biblioteca enseñaron más, iluminaron.

Los Boca-River son entretenidos en las canchas en que se disputan. La polarización binaria es una alternativa eventual de la política, una lógica en el fútbol. En el mundo del conocimiento distraen más de lo que suman.

Así las cosas, el homenaje que se propone es modesto. Sugerir que todo aquel que quiera conocer la historia argentina debe recorrer la obra de Halperin Donghi. Invitar, apenas.

Nota madre

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